miércoles, 2 de marzo de 2011

Treinta y cinco


Yo conducía mi renó 9, GNC motor 1.6 de 75 CV a 5.000 rpm, aire acondicionado, levanta vidrios automáticos (por supuesto que estaba a nafta). En cambio Le Schifler (como me gustaba llamarlo a ese gil) manejaba un Gol nuevo, naftero, motor 1.6 de 4 cilindros y tuneado hasta los huevos; de esos que tienen que pasar de costado los lomos de burro.
En cuanto a mi auto, lo había tomado prestado de mi hermano (al que le tocaba usarlo ese sábado) mientras él estaba en el boliche. Si se enterara de que le había sacado el auto seguro me mataría; pero si se enterara por qué lo había hecho, seguro lo habría dejado pasar. Gracias Dios por tener con mi hermano enemigos en común.
Le hice señas de luces, pero no respondió. Se ve que estaba mandando un mensajito de texto mientras manejaba. Repetí las señas y ahora el conductor pareció percatarse de mi presencia.
Cuando me puse a la par el pibe bajó la ventanilla. En ese momento, me di cuenta que la indiferencia no se debía al celular, sino a que en el asiento del acompañante venía su novia. Parece que esa noche ambos estaban inspirados como dos tórtolas en primavera.
_¿Cuánto hay?_ me preguntó Le Schifler.
_¡Treinta y cinco!_ respondí rotundamente.
El pibe me levantó el dedo mayor y me señalo el próximo semáforo en rojo. Yo me reí en su cara (y en la de su novia) y le hice el gesto de que la mamara.
_¡Hasta la estación!_ le dije.
Serían más o menos 500 metros llanos de carrera.
Miré la hora. Solo me quedaban 20 minutos para devolver el auto a la puerta del boliche y que mi hermano no se diera cuenta de lo sucedido. Me había encargado de no fumar ningún cigarrillo porque ensucia la alfombra (y dejan el olor típico del tabaco), de no subir a ninguna mina porque usan perfume (entre otras razones) y de no usar el auto a gas para que mi hermano no notara el gasto de combustible. Más tarde por la mañana le cargaría nafta y asunto arreglado.
Semáforo en rojo: nos pusimos a la par y la noviecita de Le Schifler se bajó para hacer de árbitro. Semáforo en amarillo: aceleré el renó y ronroneó suavemente; el gol rugió como un león e hizo sacudir sus guardabarros. Semáforo en verde: la noviecita bajó los brazos y ambos salimos disparados en segunda marcha. El coche de mi competidor aró, lo que le hizo perder un poco de terreno, quedando yo en la delantera.
Cuando llegamos a la mitad del camino, nos pusimos a la par. Intenté exigir un poco más el renó pero no hubo caso. Le Schifler me miró por la ventanilla y me hizo pito catalán. Luego pisó el acelerador a fondo, rebasándome. En ese momento me preguntaba por qué diablos mi auto no tenía un turbo como en las películas y los videojuegos.
Me había sacado unos cincuenta metros, cuando de repente, de la esquina de la mano en la que él venía, se cruzó un colectivo de la línea 88, que no estaba dispuesto a frenar. Inmediatamente, echó una frenada seguida de un volantazo que le hizo hacer un trompo. El susto que se pegó ese cristiano fue tal, que creo yo no vuelve a tener más hipo en su vida.
Llegué hasta la estación y volví en contra mano tocando bocina y gritando: “¡35!”. Estaba llegando, cuando vi que Le Schifler había chocado pero a pesar de ello se encontraba en buenas condiciones. Dejó el auto, dobló corriendo la esquina (de la que había venido el colectivo) y se dio a la fuga. Yo creo que estaba demasiado bien…
Toda la escena era apreciada por la atenta mirada de José Pablo Feinman, montado en su cupé fuego, con la cabellera revuelta al viento y escuchando de fondo un casette de Credence.
A Le Schifler lo encontré saliendo del garaje de su casa. Estaba montado en la hermosa chevy del papi, motor V8, 2.0 de 8 cilindros y 101 CV A 5.250 rmp.
_¡Págame mis 35 Ricci!_ le dije.
_¡Te pagaré el doble si me corres con esta preciosura…!_
Miré la hora. Faltaban solo unos pocos minutos para que mi hermano saliera del boliche.
_¿Y tu novia?_ le dije.
_Sabe volverse sola…_
_¡No a lugar,_ le dije como si estuviera en una clase derecho_ págame mis 35!_.
_ Solo si me alcanzas pete…_ me dijo_ ¡vamos, el que llegue antes a la estación gana! ¡Te daré 100 metros de distancia de changüí!_
Ésta vez se dio a la fuga en auto. Esa chevy corría como una saeta encantada. Lo perseguí como pude.
Ricci corrió hasta la estación y aprovechando un montículo de tierra dio un salto impresionante que lo dejó del otro lado de la misma.
Yo nunca había corrido tan bien, pero en casos como éste creo que no interesa qué tan bien puedas llegar a correr, sino qué tan grande sea tu motor. Afortunadamente, antes de saltar Ricci había dejado caer los 35 pesos que me debía. Los tomé y me propuse pagar con ellos la mañana siguiente el combustible utilizado.
Miré el reloj y me agarré la cabeza. Habían pasado más de 20 minutos desde que mi hermano había salido del boliche. Ya me venía venir la delatada de mi hermano y consiguiente cagada a pedo por parte mis padres.
No quedaba ni el loro en el boliche. Pensé en hacerme el boludo y dejar el auto dónde lo había encontrado.

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solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":