lunes, 27 de septiembre de 2010

El "Palabras hirientes"



Palabras hirientes es una persona común. A Palabras hirientes le gusta discutir y es como Zapata, sino la gana la empata. Comienza levantando la voz hasta llegar a gritar. En ese momento, Palabras hirientes ya no busca de la discusión llegar a refutar el argumento del otro, sino depurarse de todo defecto que él poseyera.
_A ver.. yo no digo que soy perfecto, tengo defectos como cualquier otra persona…_
Eso es solo un ejemplo de lo que diría en este momento llevándose la mano retraída al pecho.
De ahí en más, si la discusión continúa, y no es que el otro se arroja a sus pies, le besa las botas y le dice que tiene toda la razón (cosa que raramente pasa) comienza la etapa por la cual le han puesto su nombre; la etapa de las hirientes palabras (que viene del latín armifer y del griego sofistes que significan prepotente y farsante respectivamente).
La susodicha etapa se basa en la transmisión de mensajes de un alto grado de toxicidad y de una capacidad de penetración nunca antes vista de un metal como este. Para ello posee la ayuda de un historial que lleva en la cabeza. Este historial cuenta con una descripción detallada de todos los errores cometidos por los demás en el pasado.
_A ver… yo no digo que no tengo un historial de mis propios erros en la cabeza, sino que vos estás equivocado…_
Y eso es lo que diría ahora, o solo el comienzo, ya lo puedo estar escuchando…
En cuanto a la capacidad de penetración, se puede acotar que este individuo sabe significar muy bien cuáles son los puntos débiles de las otras personas. Esto quizá se deba a su habilidad para leer el rostro y los gestos de los terceros, o quizá a la existencia de una previa confesión, lo que llevaría a un estadío de confianza entre ambos. Las razones de ello, en contraposición a la cuestión de la toxicidad, está en pañales, por lo que a ciencia cierta no lo sabemos.
No podemos dejar de hablar en este punto del damnificado del palabras hirientes. Hablando mal y pronto, este ofensor lo hace sentir como el reverendo culo, sintiendo en carne propia lo que es el sabor de la traición; mientras ve como las palabras utilizadas le abren el pecho, le revuelven las tripas y le muestran que en su interior había un órgano podrido, hasta ahora desconocido por el susodicho.
_A ver...yo no digo que a veces no me sobreexcite, sino digo que adentro tuyo había algo podrido que si no fuera por mí en cualquier momento te podría haber matado…_
Y ahora le doy la razón al ofensor para cortarle el rostro y de alguna u otra manera devolverle los golpes recibidos.
_¡Ya ves palabras hirientes, no soy perfecto…!_
Y toda la indeseable discusión sucede al tiempo en que no a muchas cuadras del departamento en calle… casi esquina… un vagabundo se acuesta bajo la helada de la mañana invernal; tapado solo con diarios y cartones; sin saber, solo intuyendo, que esa podría llegar a ser la última noche de su vida…
_A ver… yo no digo que mientras discutamos haya hombres muriéndose de frío…_
_Cerrá el culo querés Palabras hirientes…_

viernes, 24 de septiembre de 2010

El Francotirador



- La velocidad del viento es de solo 12 hectopascales-
-Silencio y calma… eso es lo que necesito, eso es lo que me debería sobrar por ser un profesional.
            El objetivo se posicionaba a los -33º 43´ 05´´ de altitud y 24º 97´ 15´´ de longitud. Mi ayudante me había indicado y yo lo había constatado en la mira telescópica, desde una terraza del edificio F… de la calle nº…
Ya tenía el dedo sobre el gatillo, ya había preparado el rifle, ya había tomado medio diazepan, ya había seleccionado la ropa negra para camuflarme en las sombras, ya había repasado el plan una y otra vez, ya había recibido la mitad de la paga en un maletín…
Juro que iba a dispararle, pero el tipo quedó fuera de mi campo de visión. Mientras lo buscaba desesperadamente, se me pasó por la cabeza la idea de perdonarle la vida. Después de todo, eso era, un tipo, y no solo un objetivo.
-El objetivo vuelve a la posición alfa, ahí está otra vez el maldito…
Lo copié, y cuando me calmé un poco me decidí a seguir con el trabajo. Y puse otra vez el dedo en el gatillo. Pero por alguna razón no me decidía a hacerlo. Sabía que todo era cuestión de sacar el seguro, jalar y esperar a que me dieran el positivo, armar el bolso e irnos, como indiferentes, mientras en el edificio de enfrente saliera a escena un asesinato a plena luz del día. Y para colmo el tipo volvió a moverse.
-Atención tirador, el objetivo se desplaza hacia posición beta, ajustá la mira dos grados más de longitud y tres menos segundos de altura-.
            Lo volví a copiar, y esta vez localicé al tipo. No obstante, tuve que pedír de nuevo las coordenadas, que fueron las mismas. Y era obvio que no estaban erradas, porque nunca lo estaban. Solo era que en esta ocasión mi cabeza me estaba jugando una mala pasada, a mí, un profesional. Luego disparé
-Atención, disparo fallido; el objetivo vuelve a moverse, posición omega -33º 43`05´´ de altitud, 33º 15´76´´ de longitud y en movimiento ¿lo tenés?
-Diablos, parece que se dio cuenta de todo.
-¡Cerrá la boca idiota y decime si lo tenés!
-Si, si, lo tengo…
-¡Entonces prosigue!
            Se oyó otro disparo en el aire. Como resultado quedó mi compañero todo ensangrentado, con el semblante como preguntando por qué le apuntaba a él.
            Cuando el desvarío hubo pasado, y las palomas que se habían asustado por el disparo volvieron a sus quehaceres, me decidí a terminar con el plan.
            Pasé el ojo por la mira y pude ver que el tipo había escapado. En su lugar encontré a una morocha muy pulposa, que sin más reparos que una toalla amarrada al cuerpo, se disponía a peinar su cabello cerca de la ventana.
            Me dispuse a matarla como premio consuelo, ese disparo que sólo los adictos a este oficio podrían llegar a entender. Mas mi mente se enturbiaba otra vez y ahora la muchacha me seducía, y me llamaba a que fuera a su cuarto para compartir su cuerpo. Mas la vi así, tan joven que ora podría ser su padre,  y ora esa idea me causó un placer tan raro que preferí alejar la mira de allí.
            Fui a parar a un comedor de un departamento familiar. En el mismo se erigía una mesa, en cuya cabecera estaba sentado el padre, a su derecha, la madre y a la izquierda la niña. A pesar de hallarme a gran distancia, pude ver que la niña llevaba consigo un libro de Franz Kafka y que en voz alta, se lo estaba leyendo a su familia. Y en eso, vi también cómo el padre se levantaba de la silla y le entregaba un cachetazo a su hija, dejándola fuera de mi vista, seguramente llorando.
            Me llené de ira, y esa ira se mezcló con las ganas de poseer a la mujer del tipo, lo que hizo que no me cupieran dudas: ese debía ser mi objetivo, a ese le daría muerte.
            Pero luego recordé que Franz Kafka ya había criticado duramente a la figura paterna, y que de seguro ese imbécil ya había recibido una lección de su hija. Alejé también la mira y mi interés de allí.
            Recorrí el edificio de punta a punta, y el hormigón me pareció una masa áspera y amorfa, capaz de caerse encima de quien se atreviese a pasar por debajo de su sombra.
Y en ese pensar, me volví a encontrar con el tipo, el objetivo original. Fue allí que recordé a qué había venido a este lugar.
            Y sabía que ese tipo era un mal tipo, que en algo raro andaba. Si no, no me lo hubieran mandado a matar. Sabía que también era una eminencia en cuestión de contrabando y quién sabe cuántas cosas más…
            Pero en esa maldad, en esa relatividad en donde todo estaba permitido, vi reflejada a mi propia maldad, a mi propia relatividad en donde todo está permitido. En fin de cuentas me vi reflejado a mí mismo, y eso me hizo pensar mucho para mis adentros:
-¡Cielos e infiernos…!-
            Es por eso que le di la vuelta al rifle; esta vez apunté hacía mí y apreté el gatillo.
            A la mañana siguiente los periódicos acordaron en que había habido dos muertos en un intento de asesinato. Para unos a un comisario, para otros a un capo de la mafia.