viernes, 17 de junio de 2011

La catacumba Maya

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Pasos grabados en las páginas de arena. Yo, un cruzado de la Grande Hispania bajo el mando del capitán Hernán Cortéz; frente a la catacumba Maya construida por los salvajes antes del tiempo.


La armadura me pesa como nunca antes, cota de mallas y placas del tiempo del Sarraceno. La barba tan larga que ya me molesta, y si no hubiera entregado mi daga a cambio de oro, de seguro me hubiera podido rasurar. Tendría que aprender de los indios, que pelean en cueros y se rasuran con piedras


El edificio es una pirámide con escalinatas exteriores que llevan a la terraza. Sospecho que por dentro sea hueca y que su verdadera arquitectura se encuentre bajo tierra.


Ruido de gotas sobre el metal y adentro debe hacer más calor; más vale me quite esta lata. Para colmo he perdido a todo mi grupo… Nos sobrevino la fiebre del oro y debimos abandonarnos uno por uno, incapaces de balbucear otra palabra que no sea maíz.


Mis huellas sobre la arena, solo conservó mi pechera y mi hierro. Es increíble el poder que posee la cruz sobre los salvajes; piden piedad de rodillas como si los demonios que llevan dentro no quisieran que les cortasen la cabeza.


La armadura camuflada bajo la arena de tal modo que quién pasara por ahí pensara que había muerto. Me conviene porque me han dicho que el oro blanco se encuentra debajo de la tierra y sólo uno puede llegar a ella.


Contar hasta tres y de rodillas frente a mi hierro.


Ya estoy adentro, todo está muy oscuro pero un solar que da al este, alumbra el sitio por donde cae la arena. Ese es el camino que debo tomar, solo que la luz no llega hasta allí abajo.


Me lanzo, y caigo en lo que parece una montaña que me entierra hasta la cintura. Después de la avalancha sobreviene el silencio. Me Confieso que se escuchan cosas raras como caricias de arpas y suaves aleteos de mariposas.


Hago mis oraciones, la arena me enterrará vivo.


De repente, algo me toma del brazo y me saca a la superficie. Se hizo la luz y lo que vi después no lo puedo explicar con palabras. Sólo recuerdo que cuando salí estaba vestido de platino y mi alma cantaba la alegría de su paz.


Decidí subir las escalinatas para agradecerle al Santísimo.


Corrí ansioso y una vez arriba invoqué su nombre. El cielo se puso negro; las nubes eran cenizas de lava de las cuales bajaron un grupo de gárgolas. Me quitaron el platino e obligaron a mirar hacia arriba. Era la cara del Maldito que se mofaba de mí.


Tomaron mi hierro y me decapitaron. Luego Belcebú escupió una bola de fuego que destruyó en pedazos la pirámide.

miércoles, 8 de junio de 2011

El muro de ladrillos



    Existió una vez, una pareja. A pesar de sus largos años de noviazgo y el haberse casado, nunca logró convivir. Se trataban como perros y gatos; todo el día peleándose. Su casa era un loquero, un griterío constante de día y la noche.
    Fue así, que para una navidad, se gritaron tanto que en la casa se levantó un muro enorme. El mismo estaba hecho de insultos y gritos. Cada agravio colocaba un ladrillo más en la pared, el resentimiento era el cemento que los mantenía firmes.
    La casa, antes muy bella, había quedado dividida en dos. La mitad para el marido, la otra mitad para la mujer. Y hubiera podido decirse que era la casa más linda del barrio, a no ser por ese horrendo muro que hacía las de medianera.
    "Y zorra esto, zorra aquello…"
    "Y borracho esto, y vago aquello…"
    Lo que no sabían esta pareja (dispareja) era que, cuando no se gritaban ni insultaban: el muro se achicaba y los ladrillos desaparecían como por arte de magia.
    Quizá desconocer esto, hizo que el muro creciera hasta sobrepasar la línea del techo, atravesándolo. Ahora la hermosa casa que antes era la envidia del barrio, había pasado a ser dos casas diferentes, totalmente lóbregas la una como la otra.
    Una noche, mientras dormían: el marido despertó y notó que los horribles ladrillos del muro desaparecían. Apoyó su oreja sobre la enmohecida superficie, y escuchó que su mujer dormía. Fue entonces que decidió llamarla.
_¡Vieja, vieja…_le dijo_ levantate!.
    La vieja se levantó y por costumbre agravió a su marido y se agregaron algunos ladrillos al muro. En ese momento, la mujer también se dio cuenta cuál era el motivo del crecimiento de esa pared.
_Ves…_le dijo el marido.
_Cruzate…_ le dijo la mujer.
    El hombre salió de su casa y se cruzó a la casa de su mujer. Afuera estaba nevando.
_Todo este tiempo peleándonos sin saber por qué…_ dijo el hombre.
_Callate, no digas nada…_ le respondió su mujer.
    Esa noche el muro desapareció completamente. Ahora que el muro no estaba hacía mucho frío, pero ellos no lo sintieron, al calor de las sábanas. La mujer concibió a un hijo el cual se habría de llamar Antoñio
    Con la llegada de la mañana y el calor, se fue el amor tal cuál había venido.
    "Que zorra esto, que zorra aquello…"
    "Que borracho esto, que vago aquello…"
    La pared volvió a crecer, más rápido y más feo que nunca; aún más rápido que Antonito. El marido y la mujer pensaron en separarse por el bien de la criatura. Llamaron a un albañil para que revocase y pintase aquel feo y enorme muro de ladrillos.