miércoles, 8 de junio de 2011
El muro de ladrillos
Existió una vez, una pareja. A pesar de sus largos años de noviazgo y el haberse casado, nunca logró convivir. Se trataban como perros y gatos; todo el día peleándose. Su casa era un loquero, un griterío constante de día y la noche.
Fue así, que para una navidad, se gritaron tanto que en la casa se levantó un muro enorme. El mismo estaba hecho de insultos y gritos. Cada agravio colocaba un ladrillo más en la pared, el resentimiento era el cemento que los mantenía firmes.
La casa, antes muy bella, había quedado dividida en dos. La mitad para el marido, la otra mitad para la mujer. Y hubiera podido decirse que era la casa más linda del barrio, a no ser por ese horrendo muro que hacía las de medianera.
"Y zorra esto, zorra aquello…"
"Y borracho esto, y vago aquello…"
Lo que no sabían esta pareja (dispareja) era que, cuando no se gritaban ni insultaban: el muro se achicaba y los ladrillos desaparecían como por arte de magia.
Quizá desconocer esto, hizo que el muro creciera hasta sobrepasar la línea del techo, atravesándolo. Ahora la hermosa casa que antes era la envidia del barrio, había pasado a ser dos casas diferentes, totalmente lóbregas la una como la otra.
Una noche, mientras dormían: el marido despertó y notó que los horribles ladrillos del muro desaparecían. Apoyó su oreja sobre la enmohecida superficie, y escuchó que su mujer dormía. Fue entonces que decidió llamarla.
_¡Vieja, vieja…_le dijo_ levantate!.
La vieja se levantó y por costumbre agravió a su marido y se agregaron algunos ladrillos al muro. En ese momento, la mujer también se dio cuenta cuál era el motivo del crecimiento de esa pared.
_Ves…_le dijo el marido.
_Cruzate…_ le dijo la mujer.
El hombre salió de su casa y se cruzó a la casa de su mujer. Afuera estaba nevando.
_Todo este tiempo peleándonos sin saber por qué…_ dijo el hombre.
_Callate, no digas nada…_ le respondió su mujer.
Esa noche el muro desapareció completamente. Ahora que el muro no estaba hacía mucho frío, pero ellos no lo sintieron, al calor de las sábanas. La mujer concibió a un hijo el cual se habría de llamar Antoñio
Con la llegada de la mañana y el calor, se fue el amor tal cuál había venido.
"Que zorra esto, que zorra aquello…"
"Que borracho esto, que vago aquello…"
La pared volvió a crecer, más rápido y más feo que nunca; aún más rápido que Antonito. El marido y la mujer pensaron en separarse por el bien de la criatura. Llamaron a un albañil para que revocase y pintase aquel feo y enorme muro de ladrillos.
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"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":