jueves, 18 de agosto de 2011

Ese negro villero que no me deja salir




No sé cuándo comenzó nuestro odio. Sospecho que haya sido en “La Morocha” aquella noche de neblina en que mi estupidez me dejó mal parado frente a unos desconocidos. No te hagás el normal que sos un chetito y todo por querer explicar qué comprendía ser un normal. El asunto es que al despertar me encontré con que en la puerta de mi casa me estaba esperando un grupo de pibes para darme una paliza. Salió mi vieja. No se meta señora el problema es con su hijo.

En casa llamaron a la policía; no hicieron mucho que digamos. Sospecho que la poli transa con esos pibes y no confío en ellos. El acoso se fue haciendo más totalitario con el correr de los días. Ya ni al patio podía salir que me tiraban con piedras y me insultaban. De noche ponían la música a todo lo que da y no dejaban dormir ni al abuelo que tiene el sueño pesado. Parece que hacían turnos porque no siempre eran los mismos. A pesar de eso había uno que parecía estar siempre.

Tenía la tez morena, el pelo largo, andaba en bici y vestía como un cumbiero; el negro cabeza de mis pesadillas. En su forma de mirar encontraba algo familiar y de temor al mismo tiempo. Nunca me insultaba ni me apedreaba, solo me miraba fijo que era lo peor. Parecía ser el líder del grupo.

Tuve que pedir licencia en la escuela, tampoco pude ir más a jugar al básquet. Por un lado esto me contentaba porque tenía más tiempo para jugar al playstation pero por el otro me disgustaba. La sola idea de que Marielena pensara que yo no enfrentaba a ese negro que no me dejaba salir de mi casa, me hacía hervir la sangre.

Una noche en que chateaba con una mina mayor que yo, oí que me llamaban. La voz era suave y un poco dejada, como la de Mariaelena. Habían parado la música y ahora no se escuchaba más que el ruido de un ciclomotor. ¿A dónde vas hijo? Salí al patio. Como no me llovieron piedras ni insultos me animé a caminar hacia el paredón. Abrí la reja y ahí nomás me agarraron por la espalda. Lo demás es historia conocida…

Mi viejo tiro un escopetazo al aire y todos rajaron como para la salida de misa. Solo quedé yo medio tonto y una bicicleta. Estaba seguro de que por entre las trompadas no había visto en ningún momento al líder de los pibes. También sabía que esa era su bicicleta. Lo último que recuerdo es haberlo visto a través del espejo que hacía un CD incrustado en la rueda. Después me caí desmayado.