jueves, 30 de diciembre de 2010
El trébol de la mala suerte
Don Carrozi se levantó ese lunes bien temprano para cumplir con el trabajo del campo del que era dueño. Sintió el cuerpo pesado, se despabiló, puso el agua para el mate y salió hacia al ayuntamiento de peones con la pava en una mano y en la otra el amargo. En el camino cortó un trébol de cuatro hojas que crecía del suelo, en medio de una maraña de los mismos, como el pasto alto.
_ ¡Hacha cuero, un trébol de la suerte…_ dijo mientras se prendía un pucho_ o al menos así dicen…!_.
El patrón del campo metió el trébol en el bolsillo del chaleco, y siguió camino. Fue por esas cosas de la vida que al patrón esa tarde se le murió el pingo preferido.
_¡Amalaya..._ dijo sacando el trébol de cuatro hojas del bolsillo_... al fin y al cabo me saliste malo trebolcito… más que de la suerte, sos el de la desgracia… Ya sé lo que voy a hacer… se lo voy a mandar a mi amigo…_dijo y rió largamente_ bueno amigo… se lo voy a mandar a ese coso a ver si me da una alegría…_
Esa misma tarde le llegó una carta al capataz del campo vecino traída por un peón de Don Carrozi. El capataz, se sorprendió de recibir correspondencia de ese viejo mallevado.
El sobre traía una nota con unas pocas palabras y en un pequeño folio: el trébol de cuatro hojas.
_Bueno, gracias… ya podés irte_ le dijo el capataz al peón_ pero no me gusta para nada esto de la carta, seguro que es un gualicho de ese viejo brujo. Ahora nomás le responderé que no estoy dispuesto a recibir más correspondencia de él, y que si me llega a pasar algo sabré de quién es la culpa…_
Cuando terminó de escribir aquello, destruyó la carta del viejo, y mandó a uno de los gauchos que tenía a cargo a que le llevara la suya. Por suerte, se olvidó de destruir el pequeño trébol, que se había deslizado antes de que hiciera un bollo el sobre y ahora reposaba sobre la mesa.
Por la tarde los niños del capataz lo encontraron, y a pesar de que estaba prohibido tocar las cosas del escritorio de papá, se los disputaron para jugar.
_¡Mirá che… uhh… un trébol de la suerte! pero es de papá… shh… vos no digas nada…_
En la mañana siguiente, Cecilia, la mujer del capataz, llevó a los niños a la librería, a comprar un libro que necesitaba para sus estudios universitarios. Facundo, el más grande de ellos, haciendo uso de su superioridad de fuerzas y edad se había apropiado del pequeño trébol. El niño pensaba que con él, la madre le compraría el juguete que tanto quería. Ante la negativa de la madre, el niño se empacó y dejó caer el trébol en el piso.
Así fue cómo el mismo llegó a mis manos. Yo estaba relojeando (discúlpenme el atrevimiento) el trasero de una señorita cuando lo divisé en el piso.
_¡Un trébol de cuatro hojas!_ pensé_ pero deber ser de mentira…_
Al recogerlo, me di cuenta que era real, por lo que me lo metí en el bolsillo. Cuando terminé de hacer mi compra me dirigí hacia el auto. Ya lo estaba sacando cuando sonó la alarma; de despistado me había olvidado el aparatito de la alarma en algún sitió.
Fue por eso que regresé al local a preguntar si lo habían visto, y ante la negativa, hice de nuevo el trayecto recorrido. Nada… y debajo del auto: tampoco. No me quedó otra alternativa que desconectar la alarma para que el auto pudiera marchar.
_Seguro es culpa de ese trébol…_ me dije_ por algo lo habrán dejado en el piso…_
Tuve que ir hasta el trabajo de mi madre y explicarle todo lo que había sucedido. Por suerte, no me dijo nada, pero me advirtió que si se enteraba mi padre cuando llegara a casa, me regañaría. Luego volví, movido por lo que me dijo mi vieja, al lugar dónde había perdido la alarma: pero nada.
Volví a casa resignado, y para mi sorpresa la alarma me la había olvidado allí. Todavía no entiendo como hice para conducir hasta ese lugar sin que la misma se encendiera.
En cuanto al trébol, de tanto palparme el bolsillo para ver si allí estaba el aparato, le había roto una hoja. Ahora, si se lo miraba de lejos, lucía como un trébol normal.
No supe qué hacer con él. Dejarlo en el auto, no era una opción; a ver si alguien chocaba y me echaban la culpa a mí. En el living tampoco, qué le diría a los invitados:
_Éste es un trébol de tres hojas que me encontré, pero antes era de la suerte, allí junto al mismo está la cuarta…_
Finalmente, decidí que la mejor opción era tirarlo a la basura.
martes, 28 de diciembre de 2010
Rutina
Trabajar, comer, coger, escribir, dormir, trabajar, comer, evadir impuestos, coger, dormir, trabajar, comer, ser multado, escribir, coger, dormir, trabajar, comer, coger, ser multado, escribir, dormir, coger, trabajar, comer, escribir, dormir, trabajar, comer, pagar la multa, escribir, dormir, trabajar, comer, jugar al futbol, escribir, no dormir, coger, dormir, trabajar, comer, coger, escribir…
jueves, 23 de diciembre de 2010
Bicho feo
Siempre me
habían molestado esas alimañas del demonio. Nunca en mi vida había visto seres
tan repugnantes: tienen el cuerpo cubierto de verrugas, viven la mayor parte de
sus vidas en pozos, son como ratas que saltan y hasta tienen el poder de dejar
ciego a un perro con su meo.
Es
debido a estas razones y a un sinfín más, que siempre que veía a uno acercarse
a la casa les echaba sal o los pateaba o les cosía la boca y les prendía un
pucho. Los pobrecitos vieras cómo se retorcían y escapaban de allí disparados
(si no es que explotaban antes). Bueno, pobrecitos… pobre de mí, más bien, que
tenía que lidiar con esa plaga de criaturas del demonio que el solo verlas me
hacía santiguarme e invocar a la virgen María.
Lo
que les voy a contar sucedió una tarde, mientras dormía mi siesta dominical.
Como les decía, estaba soñando tranquilamente cuando de repente en mi sueño
comenzó a llover. Y ya me la veía venir, la lluvia traería humedad y con ella a
los invasores; pero yo ya tenía preparado el salero para la ocasión.
Al principio llovía despacito y fue aumentando
paulatinamente, hasta que comenzó a caer piedra. En mi sueño, yo me encontraba paseando por el
jardín de mi casa; la piedra me había obligado a refugiarme en el zaguán de la
misma. La piedra era tal que, además de arruinar mi paseo, había comenzado a
agujerear el techo del zaguán. Y eso no era lo peor de todo: del patio
comenzaban a llegar saltando esas criaturas inmundas que mejor no mencionarlas.
No
me quedó otra alternativa que refugiarme bajo llave en la habitación y esperar
allí, para cuando la tormenta amainara, vengarme de esos invasores comebichos
de los que venimos hablando.
Para
mi desdicha los cascotes no contentos con haber destruido el techo del zaguán,
hicieron lo mismo con el de mi habitación. El viento se volvió fortísimo, e
hizo volar la cerradura de la puerta con llave y todo. Y lo peor sucedió:
¡Ahora los bárbaros no entraban solamente por la puerta sino que también por
las hendiduras del techo, lo que hacía pensar que estaban lloviendo sapos! No
me quedó otra alternativa que cubrirme con la sábana hasta la cabeza; fue
inútil. Los invasores ya estaban sobre las sábanas y las meaban, en la mesita
de luz, sobre la ropa, inspeccionando la televisión.
Arrojé
la sabana cubierta de inmundicia, haciendo volar a un grupo de ellos, y en ese
momento, me desperté dándome cuenta (para mi consuelo) que todo había sido en
sueño. Las sábanas, la mesita de luz, la ropa, todo estaba en su lugar. Pero
sobre la televisón… ¡Santo Dios! había uno de esos bicharracos, gigantesco que
me miraba fijamente en silencio. Parecía ser el rey de su pueblo.
No
atiné a otra cosa que ponerme de rodillas y pedirle perdón. En ese momento me
miró tan fijamente que me hizo prometerle que nunca más volvería a meterme con
uno de ellos.
Luego
se fue saltando desde el televisor a la ventana, que yo había dejado abierta
para que entrara el fresco de la noche.
Así,
de rodillas como estaba, me sentí un estúpido y me di cuenta que en realidad lo
que le tenía era miedo a esas criaturas.
Nunca más
volví a molestar a uno de ellos, ni ellos a mí, por lo que pudimos vivir en paz
y felices para siempre.
martes, 21 de diciembre de 2010
Ulises
Para ese entonces, el círculo de pensadores más prestigioso de estas tierras se preguntaba por el tema de las estrellas y el calendario anual. El problema residía en cómo compensar esas horas que el sol, astro principal, tardaba en recorrer el cielo, esas horas que sobraban del calendario. Esas horas que en teoría existían, pero en la práctica no tenían ni sol ni luna.
Una
ley controversial surgió del consejo de
estos filósofos. Por decreto del rey Cayo y la Asamblea, todos los ciudadanos
de Tebas tendrían un día libre para hacer lo que les diera la gana. Lo
interesante de este decreto era que ese día no contaría en el calendario, por
lo que no importaba lo que el pueblo hiciera. Como si el tiempo se detuviese,
nadie lo tendría en cuenta. La única condición fue, que antes de que cayera el
sol, cada ciudadano debía deshacer todo lo que había hecho antes. De ese modo
no quedarían vestigios de ese día suplementario.
Los gallos
no cantaron esa mañana, el rey los había prohibido. Leónidas hijo de Juliun,
asistió al mercado como lo hacía todas las mañanas. No obstante, en sus ojos se
vislumbraba que se traía algo entre manos. Si los guardias lo hubieran visto,
lo hubieran detenido y dado cárcel. Pero como realmente nadie recordaría lo que
sucedería ese día, lo dejaron hacer. Se dirigió directamente hasta las tiendas
de los panaderos y, amenazándolos con un puñal, se robó cuanto oro, plata y
gallina poseía la competencia de su padre. Luego vendió las gallinas y usó el
dinero para llevar, aunque sea por ese día, una vida sin preocuparse por las
pasiones que tanto criticaban los pensadores de la época.
Helena hija
de Ajax, aprovechó el día para llevarle el almuerzo envenenado a su marido. Se
vengaría como nunca de los maltratos y desatenciones que éste le había
propinado. El veneno estaba esparcido por toda la comida, inclusive en el pan
que ella misma había amasado especialmente para la ocasión. Cabe destacar que
el marido se sorprendió ante tal servicio de su mujer:
_Parece que con el tiempo te has
vuelto virtuosa mujer_ le dijo éste_ pero no te agradeceré, porque tengo miedo
que con mi aprobación se te vuelva lo bruta_
A
continuación largó una carcajada, y comenzó con el almuerzo. La risa le duró
hasta hecha la digestión, cuando empezó a sentirse descompuesto. Helena,
haciendo provecho de la indisposición de su marido, se fue al mercado con la
escusa de que iba a comprar medicamentos para el enfermo.
Giles,
hijo de George se tomó el día para gastar su salario en el reñidero. Aunque no
lo crean le fue muy bien, y con el dinero obtenido se compró el gallo preferido.
Además de caer en el vicio, cometió el error de llevarse el gallo a la casa. Su
esposa, pensado que era una gallinácea común y corriente, lo metió en el corral
y mandó a su niño más pequeño a que recogiera los huevos. El chiquito volvió
todo rasguñado, diciendo entre lágrimas que todas las gallinas habían muerto.
Ulises, por
su parte, no dudó un segundo en realizar el plan que los dioses le habían
obsequiado a través de su inteligencia. Para cuando el sol estuvo sobre su
cabeza, se dirigió directamente hasta la casa de Eladia, hija de Eryx, una
joven moza de la que estaba perdidamente enamorado. Llamó a la puerta y salió
Eryx, padre de la muchacha. Ulises sintió la necesidad de que se lo tragara la
tierra y, de no ser posible esto, poder aunque sea ocultar su cabeza como un
avetruz.
A este joven nunca le habían interesado las
riquezas ni la gloria, sí el amor de una mujer. Pero como era tímido, aún no se
había animado a demostrar sus sentimientos por ella
_Qué se te ofrece Ulises, hijo de
Dorio_ le preguntó el hombre.
_Ve… Vengo a hacerle una proposición
con respecto a su hija…_ respondió el muchacho
_¡Pasá entonces, y hablá rápido que no
tengo todo día!_
El
hombre hizo pasar a Ulises y le mostró un lugar donde sentarse. Luego echó de
la sala a Eladia que, como sospechaba que hablarían de ella, tenía la intención
de participar en la conversación.
_Como le dije, el asunto por el que
vine a recibir su hospitalidad…_ dijo Ulises
_¡Hablá de una vez, por Zeus!_
_¡Bueno!_ dijo sobresaltado_ vengo a
pedir la mano de su hija…_
_¡Ahh, con que ese era el asunto…!_
_Si, yo puedo sostener el matrimonio
con mi trabajo… y a cambio su hija le daría unos bellos nietos…_
_Mirá, querido…_ dijo el hombre pero
fue interrumpido por su hija.
_¡Qué deshonra, si querías mi mano
hubieras hablado primero conmigo_ gritó Eladia_ y encima te pensás que yo
tendré que pagar por el matrimonio con hijos que vos me dieras!_
_¡Silencio arpía, al dormitorio!_
ordenó su padre.
_Señor… disculpemé…_ dijo Ulises
_No se hable más muchacho, no se hable
más…_ le dijo el hombre_ ahora andate a tu casa y disculpá la falta de
hospitalidad de nuestra parte_
_Está bien señor, disculpemé…_
_Adiós…_
Ulises
dejó la casa, cabizbajo. Cayo le había dado un día en el que podría hacer lo
que quisiera, los dioses un plan, pero ninguna de las dos cosas las había
sabido aprovechar. Sentía en su pecho el corazón oprimido, casi no le latía. Y
para peor el crepúsculo se acercaba, y con él, el deshacer. Solo pensar que
tenía que volver a casa de Eladia, para echar atrás la preposición que le había
hecho, le carcomía el alma.
El
día llegó a su fin, y el rey se encargó de impartir justicia. A Leónidas, hijo
de Juliun, se le obligó a devolver todo el dinero robado. Éste se resistió, y
por eso lo encarcelaron. A Helena, hija de Ajax, se le obligó a vender todo lo
que había comprado en el mercado. Con ese dinero debió comprar medicamentos
para su esposo. Además la asamblea le ordenó velar por él por el resto de sus
días. Giles, hijo de George, mató al gallo preferido y al terminar el día le
devolvieron las gallinas que habían muerto. Éste se quejó y pidió que también
le devolvieran el dinero que había derrochado en el gallo, pero Cayo dijo que
demasiado que los dioses le habían conservado la vida a hijo. Giles, hijo de
George quedó indemnizado con estas palabras.
Cuando
el caso de Ulises llegó a las manos del rey, éste de se estremeció al ver
semejante inocencia. Dudó un segundo si eximirlo de su devolución pero, despejando
la justicia de las pasiones, decidió que Ulises debía cumplir con el decreto al
igual que el resto de los hombres y mujeres libres.
Ulises
se hallaba en su casa, masticando su desdicha, cuando golpearon a la puerta.
_¡Ulises, hijo de Dorio, abrí la puerta
es hora de cumplir con el decreto…!_ dijo una voz.
Eran
los guardias que lo escoltarían a la casa de Eladia, en silencio, escudriñado
por las miradas de los otros ciudadanos que comentarían su desdicha.
_¡Abra la puerta Eryx, hijo de Ambrose,
aquí está el muchacho que esta mañana pidió la mano de su hija!_ llamaron los
guardias.
Erix,
hijo de Ambrose, salió a la puerta.
_Son bienvenidos a mi casa, guardias
del rey, pero prefiero que pase solamente quien tenga algo que hacer aquí_ dijo
el hombre.
Los
guardias aceptaron esperar afuera.
_Bienvenido otra vez, Ulises, hijo de
Dorio, siéntate y siéntete como en tu casa_
Ulises
agradeció. Luego el hombre llamó a su hija y la hizo sentar al lado suyo.
_¿No tenés nada que decirle a este
muchacho, hija mía…?_
_No_
_¡Hija…!_
_Bueno, sí, que siento mucho la falta
de hospitalidad de ésta mañana…_
Ulises
aceptó sus disculpas, y a continuación él se disculpó:
_Vengo a deshacer por decreto de Layo
lo propuesto ésta mañana, aunque mi corazón me diga lo contrario…_
_Decretos son decretos hijo de Dorio…_
_Sí, Señor…_
_Pero, padre…_
_Usted se calla hija…_
_Sí, padre_
_Puedes retirarte, luego de saludar a
la visita…
_Adiós Ulises hijo de Dorio, adiós
padre…_
_Adiós…_
_Adiós hija_
_Pero, padre…_ dijo volviéndose
_ ¡Adiós hija!_ dijo el hombre_ Y
ahora si me lo permite lo voy a despachar a usted también joven Ulises. Este
viejo tiene que irse a descansar…_.
_De acuerdo señor…_ respondió Ulises.
Ulises
había perdido toda esperanza, solo pensaba en dejar que los guardias lo escoltaran
a su casa y allí dormir para tratar de olvidad.
Estaba
yéndose, cuando alguien le chistó. Era el padre de la muchacha que lo llamaba. Había
caído la noche y no se veía mucho, por lo que los guardias no notaron que el
escoltado se volvía.
_Escuchemé…_ le dijo el hombre_ con
respecto a mi hija…_
_Si, dígame_
_Pase mañana, que será otro día y
hablaremos ya sin decreto por medio…_
_Si, señor_ respondió Ulises y no pudo
disimular una sonrisa
_Sí, ríete ahora porque cuando estés
casado…_ dijo y rió el anciano también_ y ahora vete y procura no mencionarle
nada a los guardias…_
_Gracias Señor.
Ningún
hombre libre tuvo por voluntad recordar aquel día en que el tiempo dejó de
correr sin dejar ganadores ni perdedores. Ninguno menos Ulises. Es gracias a él
que esta historia todavía se recuerda…
domingo, 19 de diciembre de 2010
El ladrón por la mañana
Había sido una noche espectacular. Mina que seducía, mina que me comía. Encima el barman era amigo de un amigo y por eso nos había dejado canilla libre de fernet. Así que imagínense: las minas, el fernet, el calor que hacía dentro del boliche, y demás hicieron que me pusiera de la cabeza.
Aunque a esa mezcla no se la recomiendo a nadie, les digo que la venía pasando muy bien. Y digo venía porque ya terminada la fiesta, y cada uno yéndose para su casa me vengo a dar cuenta de que el Reno´ 9 de mi viejo no estaba donde lo había dejado.
_¿Boludo… estás seguro que no te viniste a pie?_ me preguntaba constantemente un amigo.
Ni bien vi que el Reno ´no estaba, supe que todo aquello era una de las bromas pesadas de Pablo Ricci, mi archienemigo de toda la vida.
Lo maldije, mandé a la mierda a mi amigo y me corté (solo aunque toda la banda me tildara de ortiva). Fui directamente hasta la comisaría, y casualmente me encontré con el oficial Rodríguez que era amigo mío.
El muy hijo de su madre no me quiso hacer la denuncia policial, argumentando que yo estaba borracho
_¿Cómo no voy a estar borracho…_ le dije_ si recién estuve tomando con vos en el boliche?_
Finalmente, lo mande al carajo también al oficial (que si no hubiera estado borracho me hubiera arrestado) y me fui directamente a la casa del pesado bromista en busca de una respuesta.
A mi encuentro salió la madre del pibe, envuelta en un bata. En ese momento recordé que ella siempre había sido muy macanuda con todo el mundo
_Es imposible que Pablito haya hecho una cosa así…_ me dijo y el viento le corrió la bata_ ¿Estás seguro vos, no querés pasar y lo hablamos bien?
Le agradecí, pero me negué a su invitación. Antes de irme oí cómo la madre refunfuñaba, y en ese momento recordé que había perdido el Renó.
Ya podía escuchar el llamada de atención (por no decir cagada a pedo) que mi padre me iba a dar. Tenía que buscar un placebo, algo que calmara la flamante ira de mi viejo.
En el estado en que estaba, no se me ocurrió otra cosa que pasar por la panadería y comprar una docena de facturas.
Así emprendí mi vieja de vuelta a casa.
Estando a unas pocas cuadras del lugar, apareció un tipo corriendo. Llevaba a cuestas muchas bolsas de papel blancas de las que se asomaban pedazos de pan y facturas. Me preguntó una dirección (la estación) y como vivo en este pueblo desde que tengo uso de razón, yo le supe indicar que camino tenía que tomar.
El tipo me agradeció y haciendo un movimiento extraño siguió con su trote ligero.
_Parecía buen tipo…_ pensé.
No hice ni media cuadra que un patrullero me paró. Era el oficial Rodriguez preguntándome si no habían visto a un tipo que andaba robando facturas. En efecto, yo ya no tenía la docena de facturas que había comprado en la panadería.
_Chambón…_ ledije.
_Qué va a ser…_ me dijo_ che la oficial Dera me dijo que habías venido a hacer una denuncia por robo de vehículo, ¿le pasó algo al Reno ´ 9?
No me dejó explicarle ni el comienzo de la historia, que lo llamaron por la radio informándole que el ladrón de facturas había atacado de nuevo y que debía presentarse urgentemente en el lugar.
_¿Y por qué no hiciste la denuncia?_ fue lo único que me dijo
Yo estaba desesperanzado. Me habían robado el Renó 9.Había ido a la comisaría y no me habían querido hacer la denuncia ( y eso que tenía un amigo adentro). Había comprado facturas para que mi viejo no me regañara y también me las había robado. Al fin de cuentas, me quería matar…
En el camino a casa, pasé de nuevo por el boliche y maldije a Ricci y me acordé de su madre. El auto estaba justo donde lo había dejado.
martes, 14 de diciembre de 2010
Beatle
Él era un
joven estudiante de ingeniería; ella una contadora pública de larga trayectoria.
Se conocieron en la sala de los consultorios médicos de la ciudad de P. de la
que ella era dueña y él paciente del Lic. F., que atendía en ese lugar.
Desde
el momento que la vio, quedó herido por la flecha de Cupido y, aunque no lo
supiera, en el fondo de su corazón empezaba a anhelarla más allá de cualquier
impedimento. Ese amor estaba basado en un fuerte atracción sexual (que se
justificaba) pero que obviamente, prefirió reprimir para no quedar fuera de la
moratoria social, aquella que todos seguimos como una brújula al norte.
Ella
también se sintió atraída por el joven muchacho (a pesar de ser mucho mayor que
él) pero a priori no estaba dispuesta a conceder tal irracionalidad. Sumando a
esto, poseía una familia bien
establecida, un marido, hijos, cuñados,
etc.
Como una
especie de placebo a esa pulsión, ella decidió ofrecerle un bomboncito de
chocolate para pasar el rato (cuasiplusválico) que se origina entre los turnos
de cada paciente. Él agradeció, y a esa cortesía hubiera querido agregarle un
“gracias, linda” pero su afición a las moratorias sociales le pudo otra vez.
Luego
el Lic. F. lo llamó e hizo pasar para comenzar con la sesión semanal.
Casualmente, en la misma, el psicólogo le preguntó qué clase de mujeres le
gustaban.
_ Usted sabe F. que no sé exactamente por
qué, pero a mi me gustan las mujeres tetonas…_
A
esa respuesta el analista pidió que se explayara más, solo para detenerse en
ese punto y, de ese modo, como enseñó Freud, entrar en la intimidad de la
persona.
_ ¿Pero que tipo de tetonas le gustan,
las naturales, las viejas, las descomunales, las pequeñas?_
A
ello, él se puso colorado y solo pudo contestar dos palabras:
_Las viejas…_
Esas
dos palabras causaron la pérdida del Lic. F. que, dejando atrás toda su
trayectoria profesional, todos sus estudios, todos sus refucilos de ética, se
dejó arrastrar por una simple curiosidad personal.
_ ¿Pero viejas como cuáles, como la
secretaria, como la Chicholina…?
El
paciente no quiso continuar con el tema de conversación, dando como única
respuesta el asentir con la cabeza. Y al analista le brilló un resplandor en la
pupila que lo hizo recordar sus respectivos roles.
El
joven dejó aquel día el consultorio del Lic. F. con la desesperanza de que ella
nunca le pertenecería, que era un mujer mayor, y que él estaba rodeado miles de
minas de su misma edad que nunca le prestarían atención. Pero a esta clase de
pacientes cuando se les mete algo en la cabeza es muy difícil que alguien
(inclusive él) se lo pueda sacar.
La
siguiente semana le dió charla, indagando la beta de la conquista. Le llevó
flores con la mentira de que en su pueblo se festejaba el día de la secretaria;
la otra bombones, con la escusa de que se los enviaba especialmente su madre,
que quería saludarla por su buena disposición para con su hijo. A la cuarta vez pidió el último turno y
llegó, por esas casualidades, extremadamente temprano. Se le fue acercando poco
a poco; al principio ella se resistió. Cuando el Lic. F. llamó al próximo
paciente, lo encontró coqueteando con su secretaria, comprobando sus sospechas.
En
otra ocasión, ella le pidió a él que le ayudara a llevar unos papeles hasta su
auto, y luego que la acompañarla a casa porque no se sentía segura a esas horas
de la noche. Él aceptó sin objeciones.
En
la casa no había nadie, su esposo se había ido a la cena del Rotary club y sus
hijos habían quedado con sus abuelos maternos. Ella lo sedujo, él la besó. Ella
se desbrochó la camisa y lo invitó a pasar a la alcoba.
Lo
que sucedió entre ambos se repitió durante algunas semanas; como es común los
rumores de aquella relación corrieron rápido por la ciudad. El marido se enteró
y comenzó a sospechar del psicoanalista. El Lic. F. se declaró incompetente y
derivó al paciente con otro profesional.
Ella decidió hablar con él:
_ Las cosas no andan bien en casa,
perdoname pero lo nuestro fue muy lindo, pero se terminó…_
Él
le pidió que sacrificara su familia y su trabajo si era necesario. Ella le dio
esta respuesta cómo única razón:
_ Es como dice la canción: tu amor es
único pero no es mi único amor…
domingo, 12 de diciembre de 2010
Alfa
La fiesta tomaba lugar en la casa de mi tía, en
La Plata. Era el cumpleaños tío Rubén. Por alguna razón, mi tío, aquel que
antes me contara esos cuentos que parecían sacados de un fantasy, me tenía
podrido con sus reproches.
_ Sobrino,
haz esto…_
_Sobrino,
haz lo otro…_
_No,
sobrino, no lo hagas así, hazlo así…_
Es por eso que me harté, y le tiré
el plato de comida por la cabeza manchándolo todo con tuco. Luego me di a la
fuga.
Inteligentemente, me había hecho de
algunas monedas (acto que no sé de que novela la habré sacado) para pagarme el
viaje de tren de regreso a Cañuelas.
Corrí como una flecha, doblando la
esquina y luego todo derecho por calle 44. Detrás de mí se oían las sirenas, me
empezaba a faltar el aire, tosía mucho (y eso que nunca había fumado).
Llegando ya a la estación de trenes,
me sentí rodeado, por lo que escondí las monedas en un lugar seguro (eso
también lo habré sacado de esa novela). Ya la policía estaba encima mío y me
sentí vencido. Para mi sorpresa no me detuvieron a mí, sino a otro que pasaba
por al lado.
Ya en la estación, me doy cuenta que
para mi desgracia había un solo tren. De convictos. Supuse que no me quedaba
otra alternativa más que hacerme pasar por uno de ellos para llegar a mi
destino.
Es por eso que me rasgué las
vestiduras, me despeiné y entré al vagón esquivando al guardia y haciéndome el
desentendido.
Ya adentro, me entero que en el tren
había una bomba, que algún malhechor quería hacerlo explotar y así acabar con
tanta delincuencia. Para colmo viajábamos todos apretados, como animales. Y los
convictos empezaban a dudar de mi procedencia.
Fue así que uno de ellos, (el más
buchón de todos) le avisó al guarda que había un convicto que no estaba rapado
y que tampoco vestía mameluco naranja, que fuera y lo viera con sus propios
ojos.
Para mi sorpresa, el guardia no era otro
que el Mengo, un amigo mío. Estaba vestido -si vieras que elegante y vil- como
un oficial. Vino, me examinó detenidamente, y de un bastonazo me redujo en el
suelo.
-¡Viste,
cómo lo intuías, los nazis toman el país y al Mengo lo nombran oficial…! -me
dijo y se rió
-Con que
queriéndote pasar por un convicto para escapar a tu destino ehh… eso no está
bien… para nada bien…
Luego me ordenó que me pusiera de
pie, y me informó que ya estabamos llegando a la estación de Cañuelas, que allí
me bajaría y que el tren seguiría su marcha.
Y eso hice, y fui a mi casa a dormir
porque al otro día tendría que ir a la escuela.
II
El tren siguió su marcha y desencadenó lo que
nadie esperaba: los nazis invadía el país. La idea era sacarlo adelante, y si
éste no cedía, sacarlo adelante de los pelos.
Para ese entonces yo iba a primer
año de la escuela secundaria. El colegio al que asistía también había sido tomado por los
alemanes. Tal es así, que para inicio de clases vendrían el papa y sus más
importantes cardenales a bendecirlo.
La enseñanza dio un giro de 180º. Se
había vuelto totalmente rigurosa. Tanto, que los profesores debían declararse
partidarios del partido nazi para ejercer el cargo.
A mis compañeros y a mi se nos
ocurrió armar una revuelta para protestar por los malos tratos, y todo hacerlo
en presencia del papa y sus obispos.
Para empezar decidimos hacer las
clases más divertidas. El punto estaba en reírnos en la cara de los profesores para
mostrarles que con esos métodos no aprendíamos nada. Para eso, haríamos “la
ola” en el medio de la clase y contaríamos chistes lo más descarados posibles.
III
Este hecho que les voy a contar, sucedió en la
clase de Música. Estábamos por hacer la ola y preparando los chistes. Yo debía
ser el primero en levantarme y alzar los brazos. Así la ola se daría por
comenzada; con tanta mala suerte que el profesor me pescó con las manos en la
maza.
Cómo se puso ese cristiano, los ojos rojo fuego
y me gritaba desde arriba del banco. Parecía el führer dando un discurso en sus
mejores días. Luego ordenó, que me metieran en una bolsa y me llevaran a la
dirección para castigarme.
En la dirección estaban el papa y sus
cardenales, por lo que me sacaron afuera arrastrándome y me llevaron al tren de
los presidiarios.
Me temí que el castigo fuera duro. Para suerte
mía, el Mengo me reconoció de nuevo:
-¡Otra vez
vos acá… es la última vez que te lo digo- me dijo riendo mientras el tren
partía.
-¿La
próxima vez olvidaré que somos amigos, ok?
Así fue como quedé libre no solo de
la escuela, sino también del castigo y la muerte.
Los nazis no duraron mucho en el
poder. De un día para otro la Iglesia les dio la espalda, y con ella el pueblo
entero. Ahora son solo parte de la historia.
En cuanto al Mengo, hasta donde
averigüé lo habían trasladado a un campo de concentración comunista. Lo cierto
es que varias veces intenté retomar contacto con él, sin suerte. Sus palabras
de aliento arriba del tren me acompañan hasta hoy día
El regreso de Dextre
De lo que fue del pueblo que les voy a contar, fue de aquel en el que viví por un corto período de tiempo. Su Nombre es C… y, como les venía diciendo, yo tendría unos 15, 16 años cuando viví allí. Mi madre pensó que sería un buen lugar para que yo creciera, por eso decidió que nos moviéramos de nuestro país de origen a aquella localidad.
Ni bien arribé a la estación de trenes, un robot pequeñito (que lo tenía de algún lado) llamado Matetito, me dio la bienvenida y me indicó que él sería mi acompañante durante mi estadía. Más tarde me di cuenta que todo el mundo contaba con uno.
_Deberá ser de industria nacional…_ pensé.
Le dije que quería ir hasta el barrio Los Aromos a visitar a unos viejos amigos. El robot me informó que no había remises disponibles en ese momento y que si gustaba podíamos ir caminando. Respondí que si, y esa no fue una buena decisión… Matetito caminaba a paso de tortuga, lo que me hacía tener que estar esperándolo cada 20 metros. Es por eso que como conocía el camino me adelanté.
_ No se preocupe por mí_ dijo y suspiró_ luego lo alcanzo…
A mitad de camino se me cruzó en el medio de la calle un colectivo de la línea 51. Pensé que el chofer se había vuelto loco.
_Andrés…_ me dijo.
_Si ¿quién eres?_ le pregunté
Aquel no era otro que Jesús, uno de los chicos del grupo misionero. Había perdido la mayor parte del cabello, pero sus rasgos se mantenían intactos como cuando tenía 20 años.
_Bueno…_ les dijo a los pasajeros_ todos abajo… esté bondi queda fuera de servicio..._
La gente puso el grito en el cielo, mas a Jesús no le importó mucho y pisó el acelerador a fondo. En el camino le conté ya me había recibido y como estaba de tiempo libre quería visitar a viejos amigos. No tuve la posibilidad de hablar mucho con él porque, a la velocidad que íbamos, llegamos a destino en un abrir y cerrar de ojos (y por calle de tierra).
_Bueno loco, acá te dejo, tengo que seguir laburando…_me dijo
_Bueno, ¿pero te puedo pedir un favor?_ le pregunté_ dejé a mi acompañante en el camino ¿lo podrías traer hasta la plaza del barrio?_
_Ahora, cuando vuelva de la estación te lo traigo_ me dijo_ ¿Un Matetito me dijiste que era el robot, no?_
_Así es, gracias…_
_De nada loco, nos vemos…_
En la plaza lo encontré a Facundo tomando aire debajo de un árbol.
_Locooo…_ me saludó.
No había cambiado mucho. Se había dejado la barba larga y ya peinaba algunas canas. Todavía llevaba colgaba la vieja cruz de misionero.
_¿Cómo vas, qué es de tu vida?_ le pregunté.
_Bien_ me dijo_ me consagré definitivamente a la misión y ahora vivo en el barrio. También sigo tocando el bombo, formé una banda y no hay peña de la que no nos llamen, y no sabés… las minas se vuelven locas. Pero que no me escuche mi mujer porque me mata…
_Ahh, te casaste…_le dije
_Si, y vos… ¿qué contás tanto tiempo?_
_Yo bien, aprovechando el tiempo libre para visitar a viejos amigos.Has visto que ahora con los aviones de la estratósfera, se puede estar en una hora en cualquier lugar… Pero cuéntame que fue de los demás chicos…_
_Ahh, si, mirá, Iván está tocando en este momento la guitarra en la plaza, allá en el banco que está cerca de los juegos, ¿lo ves?_
_Si, ahí lo veo, gracias.
Lo saludé y me fui directo al encuentro con Iván. Como me había dicho Facundo, estaba tocando la guitarra y al lado tenía la gorra de las monedas. Estaba tocando una canción de Metálica.
_Hola Iván, ¿cómo vas?_ lo saludé y dejó de tocar.
_..._
_ Disculpa, me había olvidado que eras un hombre de pocas palabras…_
_..._
Se levantó y me dio un abrazo. Hizo montoncito con ambas manos y entendí que me preguntaba qué estaba haciendo por allí.
_ Tenía ganas de volver a verlos…_
Ésta vez lo hizo con una sola mano.
_Bien, gracias ¿y tú?_ le respondí.
Me levantó el pulgar, luego me hizo la mímica de una guitarra en el aire. Frotó sus dedos pulgar e índice y me señaló la gorra.
_ Qué bien_ le respondí_ ¿y de esos vives?
Pareció enojarse cuando le pregunté aquello porque sacudió con fuerza su dedo índice de un lado a otro. Otra vez me hizo la guitarra en el aire y me mostró con la mano distintos talles de altura.
_ ¡Ahh, con que tenés pupilos…!_
Asintió con la cabeza y me dio otro abrazo. Parecía contento de verme.
_¿ Y sabés algo de los demás chicos?_
Pareció asustarse cuando le pregunté eso. Me hizo el gesto del pelo hasta la espalda y luego levantó sus manos en forma de garras.
_ No te entiendo bien_ le dije…_
Me señaló la calle por la que tenía que ir, se llevó el índice al párpado (como diciendo que tuviera cuidado) y se tocó la falange del dedo anular. Lo saludé y mientras me iba me deleitó con un pedazo de un tema de los Beatles.
No hice muchas cuadras cuando la vi. Era Giselle, la pelirroja de pelo hasta la cintura (o al menos hasta allí lo tenía antes de irme). Parecía que todos estos años se lo había dejado crecer porque casi le tocaba el piso. Además al parecer se lo había cuidado de tal manera que podía contralarlo a voluntad. Es por eso que lo usaba para fines prácticos (además de los ya conocidos por la ciencia).
La llamé y el pelo se le hizo una especie de fonógrafo que le permitía escuchar a la distancia. Después (cual las cadenas de Andrómeda) le señaló de dónde venía el sonido por lo que vino a mi encuentro.
_¿Cómo estás Giselle?_ le dije y el cabello se le erizó (como el de un gato enojado) y la hizo parecer una poderosa bruja.
_¿Quién sos, y qué querés?_ me preguntó con recelo.
_Soy yo, Andrés, ¿no te acordás de mi…?_ le respondí
_Hey, Andrés, ¿cómo estás?_ me dijo y recogió su cabello formando una hermosa trenza roja_ disculpame, es que este pelo es muy desconfiado. Contame que hacés por acá...
Le conté lo mismo que le había dicho a los otros chicos (ya me estaba cansado de explicar siempre lo mismo). A continuación le pregunté por su cabello.
_ Si, he aprendido a controlarlo a mi gusto… _ me dijo_ pero estoy harta de que me pregunten por él, así que me lo voy a cortar de una vez por todas…_
Su pelo pareció escucharla porque se puso como loco. Las mechas se revolvían y se le iban a la cara. Al final, la cabeza le quedó hecha una melena de león.
_¡Bueno, basta, quietito…!_ le ordenó Giselle, y el susodicho (como un cachorro asustado) se le alisó por la espalda para allí quedarse.
Estaba preguntándole por su estado sentimental, cuando llegó Matetito transpirando aceite. Traía un mensaje para mí.
_ Señor_ dijo entre silbidos_ su amigo Germán desea recibirlo en su casa.
Mi corazón se llenó de alegría, si había alguien a quienes quería ver era a los mellis. Me sorprendí al enterarme que seguía viviendo en el mismo lugar de siempre. Toqué timbre y a mi encuentro salieron dos perros mecánicos que ladraban con sonido a metal.
_¡Andrecito…!_me dijo una voz_ ¿cómo estás?_
Eran Germán uno de los mellis que me hablaba por el portero.
_Esperá que desactivo los perros, sino me van a comer vivo a mi también…_ me dijo
Me hizo pasar y me ofreció tomar unos mates. Le dije que prefería un té (él sacó el agua un rato antes de que hirviera, llenó el termo y con lo que quedó hizo té). Hablamos un rato largo. Me contó que se había dedicado al comercio de colchones y que le iba muy bien. Luego me hizo las preguntas itinerantes por lo que yo también le conté de mi vida. Le conté que había visto a un par de chicos y a continuación le pregunté por los demás:
_ ¿Cómo anda Clara?_
_¿Qué Clara? no te entiendo_
_¡Clara, esa chica…!_
_¿Quién el Tucán…?_
_Nada, olvídalo…_le dije_ ¿y qué fue de Jerusalen? Cuéntame…_
_Jerusalen se casó hace un tiempo con Luciano Pereira…_
_¿En serio me decís, con el cantante?_
_Nooo… con Luciano Pereira Martinez el contador público…_
_Ahh… mirá, la hizo bien…_
_La verdad…_
Cuando le pregunté por su hermano me dijo que en ese momento estaba de visita en el asilo de ancianos. Ya se había terminado el agua del termo por lo que le ordenó a mi robot que si su dueño quería, que lo lleve directamente al asilo. Yo acepté.
_Señor…_me dijo el robot_ el colectivo de su amigo Jesús ya está de vuelta en el barrio. Si lo desea podemos tomarlo_
_ Si Matetito, vamos a la parada_
Los saludé al melli y prometí que volvería. En el camino Matetito se retrasó otra vez. Volví para regañarlo, pero él en cambio mepresentó con una solución.
_Señor…_ me dijo_ si lo desea puedo encender mis propulsores para ir volando_
_No lo sé Matetito, no confío en tu modelo_
_No se preocupe por eso Señor, soy 100% industria nacional_
_Bueno, a ver…
Creo que haber aceptado fue el segundo error que cometí en el día. Parece que los propulsores estaban tapados porque fallaban. El vuelo fue de a rato parejo, de a ratos turbulento.
Llegamos a la parada justo para cuando el colectivo se acercaba. Jesús me hizo una propuesta un tanto indecente:
_Loco… te juego una picada, yo con mi 51 y vos con ese Matetito_
_¿Estás loco vos?_
_Si, así nomás te lo digo. Yo hago bajar a toda esta gente y te corro…_
No llegué a responderle, que Matetito encendió sus propulsores. Corrimos por la calle que entra al pueblo a toda velocidad. Yo tenía el corazón en la boca. Temía que Matetito se destartalara todo y rodáramos por el piso. Al llegar a la estación se nos cruzó una S100 y ambos pegamos la frenada. Jesús se la puso con la camioneta; Matetito atinó a levantar el vuelvo para esquivarla.
_ Bueno loco… me ganaste_ me dijo Jesús_ ahora llamo a la grúa y me voy para mi casa, total me lo tienen que pagar por bueno…_
Ambos nos reimos. Matetito estaba contento. Lo tuve que regañar y hacerle prometer por sus circuitos que no lo volvería a hacer.
En el Asilo me lo encontré a José, el otro melli. Como me había dicho Germán estaba de visita al hogar. Le pregunté si había alguien conocido allí y en ese momento apreció el padre Alejandro. Estaba todo musculoso y vestía una bata verde como las de oficiar misa.
_¿Y el padre Mario…?_ le pregunté
_..._
_No me digas que…_
_No, está retirado_ me dijo José_ ahora se dedica a el oficio de Batman.
_¿Y Federico, el seminarista?_
_Es el cura párroco y también trabaja de Robin para el padre Mario_
_Y no me digas que la sacristán es batichica…_
Nos reímos un largo rato. Se hizo de noche y Matetito me avisó que tenía que tomar mi vuelo de regreso a mi país. Abracé a José y le dije que le dejaba saludos para cada uno de los chicos que había visto (y a los que no también)
Al llegar a la estación le di las gracias a Matetito y a continuación éste se autodestruyó.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Te queré matá
Ésta es la historia de Miguel, un cumbiero y Fernando un normal. La misma transcurre en la ciudad de R… a pocos kilómetros de la capital.
Miguel es un estudiante poco sobreliente de cuarto año de la secundaria E.... Es por ello que sus padres, preocupados por las calificaciones de su hijo, contactaron a Fernando para que le diera el apoyo escolar que éste estaba necesitando.
Fernando es un estudiante de la universidad de L… y profesor particular de alumnos de escuela media. No era de los más reconocidos, ni tampoco el trabajo dejaba mucha plata que digamos, pero le servía por lo menos para bancarse los apuntes y algún que otro gasto que éste quisiera hacer.
Así fue que, previo llamado de la madre de Miguel, que Fernando visitó a su hijo por primera vez.
La casa era un chalesito humilde en el que Miguel vivía junto con sus padres y una hermana menor. Fernando golpeó las manos y a su encuentro salieron toreando dos perros. En el fondo de la casa alguien escuchaba cumbia a todo lo que daba. Ya estaba por irse, cuando Miguel apareció en el patio calmando a sus mascotas y pidiéndole a Fernando que pasara.
_¿Fernando?_ le preguntó señalándolo con el dedo_ ¡basta Freda a cucha…!.
_Si, vos debés ser Miguel_ respondió Fernando.
_Mucho gusto_ se dijeron y se apretaron la mano.
La clase duró dos horas en las que Fernando explicó a Miguel de la mejor manera que pudo la lección de Matemática. Durante la misma la madre de Miguel le había pedido a su hijo que bajara la música varias veces para que estos pudieran estudiar mejor a la que esté se rehusaba. No fue hasta que, Fernando mediante, que el adolescente se digno a hacerlo.
Terminada la misma, Fernando obvió el precio de la clase (por pedido de la madre de Miguel) prometiendo que la misma sería pagada el próximo lunes, horario a confirmar por teléfono, cuando se volvieran a reunir. Todo ello ocurrió un lunes de un mes de invierno.
Hasta allí todo bien. El conflicto que es motivo de ésta historia ocurrió la madrugada del domingo siguiente.
Fernando volvía a su casa después de haber ido a bailar al boliche normal de la zona. Esa noche había sido terrible: todas las chicas que había encarado le habían dicho que no. Sólo pensaba en volver a su casa para acostarse y aceptar que aquella no había sido una buena noche.
Justo cuando doblaba la esquina para llegar a su casa, coincidió en cruzarse con una farra de amigos que volvía del boliche cumbiero del lugar.
_¡Eh gato, una monedita para la birra!_ le pidió uno de ellos.
_No, no tengo flaco…_ le respondío Ferrnando.
_¡Dale… recatate gato, que te cuesta, y la compartimos…!_
_ ¡Rajá de acá negro cabeza!_
El cumbiero, que estaba ya medio borracho, retó a Fernando a tener una pelea
_¡Parate de manos guacho!_ le dijo_
Fernando, que no se quedaba atrás, les hizo frente. La pelea fue pareja, pero los cumbieros al percatarse de que las cosas se complicaban para su amigo se metieron a ayudarlo. Para ese entonces, el joven quedaba rodeado de muchachos y muchachas, que lo insultaron y le pegaron hasta dejarlo inconsciente.
Entre ellos se encontraba Miguel. Uno de sus amigos se avivó de que le habían pegado a un conocido suyo.
_¡No…te queré matar!_ le dijo, y luego todos huyeron corriendo de allí.
Miguel se volvió para ver a Fernando, que yacía en el suelo, pero movido por el miedo huyó en pos de sus amigos.
Cabe destacar que el lunes siguiente la madre de Miguel no volvió a llamar (por pedido de éste) a Fernando para que le diera la clase que habían acordado, y que Miguel desaprobó el examen de matemáticas.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Apocalypsis nunc
Lo que les voy a contar, sucedió un 21 de septiembre para el día de de la primavera. Mis amigos y yo habíamos estado tomando mate en ronda y contando anécdotas; y ahora estábamos jugando un partido de basquet.
Entre nosotros no solo había hombres por lo que se podría decirse que el partido era mixto.
El sol se estaba poniendo y había una luz roja tras las nubes, tan roja como el pelo de la novia de uno de mis amigos (ambos allí presentes). Era un día hermoso, se podría decir, y hasta el momento la estábamos pasando de diez.
Todo sucedió en el momento en que, en medio del partido de basquet, se me dio por meterle una tapa y festejarla, a mi mejor amigo. Todavía no logro entender el por qué de todo ello, pero lamento profundamente el haberme mofado de aquello.
Las agujas de nuestros relojes se detuvieron y mis amigos y yo comenzamos a pelearnos los unos a los otros. Y no solo a pelearnos, sino a acribillarnos.
La policía quiso intervenir, pero fue para peor. Ahora los oficiales nos abusaban y se devoraban los cadáveres de mis amigos caídos.
El parque, antes un amplio jardín verde, ahora se agrietaba y desde allí brotaba lava volcánica de las entrañas de la tierra. La gente alrededor se rasgaba las vestiduras, y se volvían lobos, y se mataban a garrotazos los más fuertes, y se comían los cadáveres que quedaban los otros.
Fue en ese momento en que la luz roja se extendió formando una escalera, de la que Jesús glorificado bajó de los cielos a rescatar a los justos.
Yo me encontraba comiendo la carroña de un desfigurado, cuando del cielo cayó una bola de fuego exterminándonos a mí y a los que estaban a mi alrededor. Luego cayeron otras y ya no se supo qué fuego surgía del suelo y cuál surgía del cielo.
Todo ello lo recuerdo con mucho dolor, el mismo dolor que siento en este lugar mientras escribo esto. Y lo que escribo, lo hago como una excepción a la divina regla concebida por Dios.
viernes, 29 de octubre de 2010
Especie de engendro
Cuando ya estaba por resolver ese problema que tanto me aquejaba, me vi rodeado de murallas de ladrillo y aturdido por el ruido de bombas y fusiles. Veía la acción desde un plano medio, por un lado el ejército de las cruces y por el otro los hombres de turbantes y cimitarras. Yo, al parecer, pertenecía a estos últimos debido a mi ropaje.
Llevaba
una cuba con agua, a la que había dejado a un costado por miedo a un estruendo,
producido cerca de donde yo estaba. Me estaba tapando los oídos, agazapado,
como queriendo meter mi cabeza entre mis rodillas, cuando por fin escuché que
el comandante me decía:
_¡ Hey tu, traidor, qué esperás, qué
el agua del rio llegue hasta el mar, trae esa cuba pa´ ca, que el cañon tiene
sed!_
Dudé
de lo que me decía el general y temí por mi vida, pero otro estruendo me hizo
salir disparado como si fuera una bala de los fusiles que se oían a mi
alrededor.
_ ¡Por fin, mocoso!_
Ahora
me acurrucaba a un lado del cañon, junto con otros turbantes. Estos hombres
estaban muertos de sed, pero el comandante insitió que el agua era para el
cañon, que estaba muy caliente.
_ ¡Aguántense, dicen que el agua de
Jerusalen es la más fresca del mundo, ja ja!
Después
escuché el ruido del agua que hervía sobre el cañon y la voz de cargarlo
inmediatamente.
El
proyectil vino de mano en mano, desde una fila de hombres que, despatarrados,
parecían estar rezándole a Alá. El rezo terminaba al tocar la bala. Recuerdo
haber hecho lo mismo.
_¡Disparen!_
_¡Lailaha ilalah!_ (1)
Un
bum fortísimo se oyó, y con él el desplomarse de un muro. Recuerdo que en medio
de la confusión del impacto y el humo me pregunté por qué había fusiles y
bombas en una guerra santa, si supuestamente eso había ocurrido muchísimo
tiempo atrás. Luego hubo un grito unísono, como son los gritos de guerra; y la
ciudad fue situada.
Recuerdo
que de la torre más alta del castillo, trajeron a una doncella y se la
ofrecieron al comandante.
_¡Esta noche, al más chico de entre
nosotros, al traidor!_
Lo
hombres me empujaron al centro donde estaba ella, y pedían que la besase. Mas
yo preferí tomarla de la mano y llevarla a otro lado.
Cuando
volví en razón, me arropé un poco más y me volví a preguntar si ese era
realmente el problema; para cuando iba a
decir que sí, me vi a mi mismo en un traje de etiqueta negro y con un moñó
banco, peinado a la gomina para un costado. Era el casamiento de la tía Cata,
la hermana del abuelo por parte de madre. La novia estaba refulgente, los
cabellos castaños , la tez suave, la figura sensual. Creo que no había ningún
hombre en la iglesia que no le diera un tiro a la vieja.
El
marido era un muñeco de torta. Un James Bon, que cuando me miraba sonreía y me
guiñaba un ojo como si conociera, y a todos le hacía lo mismo. Es por eso que
las viejas de atrás dijeron:
_¡Parece
que tiene un tic en el ojo, pobre cata, otro nervioso en la familia!
_¡Y
bueno querida si no se pone nervioso ahora que va a casarse cuando querés que
se ponga nervioso…!_
Todo
ese murmullo terminó con el chistido de mi madre y el comentario de que por qué
esas viejas no se iban a chismorrear a sus covachas.
Ella,
también lucia preciosa, y yo con mis 13 años tras no sabía qué se debía hacer
en la iglesia, no me desprendía de sus polleras.
_Mirá
ahora va a decir que si…
_Si,
nena como no vas a decir que si con semejante churro_
Y
dieron el sí, y ahora no eran solo las viejas las que gritaban y comentaban
sino todo el mundo. Mi hermano, vestido igual a mí, intentó chiflar metiéndose
los dedos en la boca pero no le salió, y los novios se dieron el beso final.
Al
pasar el tiempo, alguien quedó gritando más de lo normal, por lo que todo el
mundo giró hacia él que estaba en la parte de atrás.
Supuestamente
el pibe se mostraba como el legítimo prometido de la tía, y renegaba de la
unión. Recuerdo que mi abuelo lo sacó carpiendo
pa´ la casa.
_Ohh
que bárbaro, qué ganas de venir a arruinar una ceremonia tan linda como esta,
que barbaridad_
_
Ahh, ¿sabés quien es?, Juancito el hijo del panadero, ahh si, siempre estuvo
loco por Catalina, pero es una criatura comparada con ella… ¿pero qué pasa el
cura se va? Si, se va mirá, parece que se cancela la boda_
Otro
chistido de mi madre hizo callar a las viejas chusmas, que ahora gritaban entre
el lio general. Y cuando las calló, me sentí más a gusto, y pensé si realmente
el consejo del psicoanalista no era la solución a aquello. El Eros y la pulsión
de muerte existen, puede ser.
Entonces
me encontré a mi mismo abandonado por mi padre y mi madre, más por mi padre que
por mi madre que no me quería dejar.
_ ¡No seas testaruda querida, ese niño
es nuestra ruina; no te atrevas a dudar de Delfos!_
Y como ella no me quería dejar, mi padre me
mandó a matar, mas ella se apiadó del indefenso fruto de su vientre y me
encomendó a la señora que limpiaba en
casa.
_ ¿A dónde fuiste Juanita, a juntar la
ropa? Ahh, sí, parece que no lloverá_
El
punto es que mi madre, me entregaba a Juanita que aparecía en escena, me
llevaba y me colgaba de los pies, junto con la ropa mojada, del tendedero. Y se
me hincharon los pies y me dolían y de ahí que un peón me encontrará y me
pusiera Edipo.
No
recuerdo bien la etapa que corresponde a mi niñez; pasó como una serie de
imágenes en las que me criaba en el seno de una familia bien. Lo que sí
recuerdo es que los compañeros del colegio hacían correr la bolilla de cosas
que no entendía sobre mí. Y que eso me llevaba a preguntarle a mi madre y como
no me quería responder, a preguntármelo a mí.
A
tiempo me vi errando por las calles de Grecia hasta que vi que de un pueblo
allá lejos, no muy lejos, salía humo. Mi corazón se enamoró perdidamente de
aquel lugar, y quiso estar allí inmediatamente. Y para llevarlo a cabo tenía
que pasar por alto a un tal Layo, que me impedía el paso.
_ ¿A dónde vas extraño? te advierto
que no vayas en esa dirección, y si lo haces, hazlo sobre mi cadáver_
Y lo hice a un lado y cuando me volví a mirar
yacía muerto en el piso.
Me
di cuenta que el problema de todo aquello era una bestia infernal que arrasaba
la ciudad. Ver esto me hizo enfadar mucho, por lo que tomando lo primero que se
me venía a las manos la enfrenté en un mano a mano.
Esa
cosa infernal, me hizo dos preguntas. La primera: qué era la noche y el día y
la segunda, qué era el hombre. Yo le respondí que así no era la historia, que
esas eran las respuestas a las preguntas; y además que qué sabía yo. La
Esfinge, que así se llamaba, se quedó muda y escapó de allí como rata por
tirante.
Los
Tebanos, que así se llamaban los de ese lugar, estaban contentísimos con mi
victoria. Tanto que destinaron el resto del año a la fiesta y me obligaron a
casarme con su reina. Algunos que me conocían, me delataban por haber matado al
rey, pero nadie les daba bolillas, lo que es más, los hacían callar.
Y
cuando me presentaron a la reina, tenía la cara de mi madre, y yo me quise
matar. Y allí me acordé del viejo oráculo de Delfos, y que tenía razón. Cuando
le conté eso a la reina, que era mi madre, se quitó la vida y yo pasé por una
etapa de profunda angustia, que terminó con todo lo que tenía a mi alrededor en
sombras y tranquilidad y a preguntarme a mí mismo si me había muerto.
Para
ese momento ya no me acordaba de cuál era el problema a que venía todo esto,
sino solo la conjetura a la que había llegado. La misma decía que
definitivamente iba a hacer ejercicio tres veces por semana en el club Mayo de
La Plata. Y tanta oscuridad me hizo colocarme en el lugar de un basquetbolista
profesional.
Por
alguna razón todos los miembros del otro equipo eran negros, mas en mi equipo
solo quedaba yo en cancha, porque los demás, por h o por b, habían tenido que
abandonar el campo de juego.
Había
allí entre nosotros una voz inaguantable que relataba hasta el más mínimo
detalle del partido. Y ésta decía:
_ Qué paliza señoras y señores, de La
Selección solo queda Plá, en cancha, mas los otros están dándo un show a la
romana_
“Si,
parece que los leones de los otros están jugando con la comida… Hijo de puta.
Vení y jugá vos.”
Y
en eso miró el tablero y se había tildado, y con él los jugadores. Mas la voz
no se callaba y seguía todas mis acciones con su entrenada dicción.
_ Y
Plá viene, y Plá va, y Plá anota, y los otros parecen estar pintados en
la cancha…_
En
ese momento, me levanté todo transpirado, balbucié algo y me destapé. Cuando
volví al amparo de las sábanas, me encontré con que el otro equipo había
reaccionado y el partido estaba empatado faltando cinco segundos para el final.
No
sé por qué mis orejas me ardían y se me habían vuelto largas y flacas como las
de un conejo. Tampoco sé por qué me sentía tan cansado, ni porque me temblaban
las piernas. Bueno, esto último era efectivamente por el miedo.
El
árbitro me dio la pelota y me dijo que jugara. No tenía a quien pasársela y los
otros eran molinos de viento al lado mío. Y el comentarista que no callaba:
_ Es la última posesión, en la que Plá
solo podría conseguir el triunfo dejando la vida…_
Y
que Plá esto, y que Plá lo otro, y que solo tenía una oportunidad. Así que
enojado, nervioso, tenso como estaba tomé el balón y corrí y corrí. Y aunque
mis pies se volvieron de plomo y casi no los podía mover seguí haciendo el
esfuerzo. Y el moreno del otro equipo que me corría de atrás y yo que no
avanzaba. Cada vez estaba más cerca de mí, y ya casi me robaba la pelota, por tanto, con un
último suspiro, armé un tiró y disparé.
La
pelota salió sin parábola y quemó las redes. Sentí como si me abriera por el
trasero y en ese momento expiré.
(1)"No hay otro Dios que Alá" Gracias Cristian Cirigliano por el dato (www.cristiancirigliano.blogspot.com)
domingo, 24 de octubre de 2010
Usted también puede escribir una opera prima
I
El primer paso es vivir
Salir un sábado a la noche
Observar mucho
Y vedar por su vida
Terminado esto
Hay que volver a casa
Y no echarse a dormir
Sentar el culo
Y escribir
II
El segundo paso
Como se ha dicho
Es escribir
Comentar la noche
Mientras más despecho
Más para escribir
Mientras más agravio
Más para desahogar
III
Tercer paso
No corregir un carajo
No tocar, no releer
Dejar todo como está
En este paso los críticos
No tienen free-pass
(tampoco nosotros
En el boliche)
IV
El cuarto serán ofensas
A la razón (sin razón)
Pura de la mujer
Se explicitarán insultos
Como chorra, puta
Y la re mil que te pario…
Sin olvidar que con damas
Se está tratando…
V
El último paso
Pero no el peor
Es una alabanza a Bukowski
Es matar el leiv-motiv
Y algún que otro personaje
(secundario)
Meter el pen-drive
Guardar la chota
Y esperar a que un gil
De los que lo rodean
Le comente en facebook
Blogger, twitter
Por el amor de Dios…
domingo, 10 de octubre de 2010
Hipotermia
Gervasio es un pobre hombre que como ya se ha dicho, vive en la calle y por las noches duerme a la intemperie. Las gentes estaban muy ocupadas en sus discusiones como para restarle algunas palabras a sus retóricas y dedicarle un momento de servicio a este pobre infeliz:
_Un poco de pan por caridad…_
Gervasio no siempre fue un linyera. Antes tenía trabajo en el ferrocarril, pero uno se pone viejo y las maquinas automáticas y las empresas privatizadas y uno ya no sirve para nada. De aquellos buenos tiempos se puede decir que casi no queda nada, pero Gervasio es una excepción, Gervasio conserva una perra llamada Lola.
Lola siempre se había caracterizado por la fidelidad para con su amo, pero en estos últimos tiempos se había puesto bastante desobediente. Su dueño la había dejado estar, y Lola, a pesar de haber sido advertida por el susodicho de sus juntas, hizo oídos sordos al asunto y se siguió juntando con un grupo de perros callejeros que hacían llamarse “La Jauría”.
La jauría era toda la mierda de perro que había suelta por la ciudad, hecha una masa amorfa que respondía a un tal Puto. Y con mierda de perro no me refiero a la raza, porque justamente en Jauría había también dálmatas, dobermans, perros policía, y labradores entre otros pedigríes.
Y justo esa noche hizo una helada que por poco nevaba. Hacía rato que los bondis pasaban cada tanto y ya todo era calma en la ciudad de… que como toda ciudad nunca duerme. ¡Y cómo van a dormir a la intemperie con sabe Dios cuántos grados bajo cero de temperatura! eso se lo reservan a linyeras como Gervasio.
Como un bondi fuera de servicio se había acabado su último cigarro, y ya acostado “por confiao y por ser créido…” no tenía ningún fueguito. Solo contaba con el aliento para calentarse un poco las manos heladas.
Y para colmo Lola, que en antes se abría acurrucado a él para darle calor, había tomado la costumbre de irse por ahí con la Jauría a vaguear por las calles de la ciudad.
_Perra ´e mierda…_
“La hora fría que precede a la mañana” empezó, y con su llegada se fue la vida de Gervasio, el linyera.
Y con la resaca de la mañana volvió la Jauría al barrio y con ella su voz, Puto:
_ A ver Lola si sos fiel a la gilada, comete un pedazo de tu dueño…_
Lola, que apenas podía mantenerse en pie, se negó rotundamente. El alcohol no le dejaba entender todavía que su amo había muerto de hipotermia.
_¡Vas a ir en contra de la ley de la calle!_
Lola afirmó, pensando que todo ellos era una broma y que su dueño solo dormía, pero los gruñidos de la jauría se hicieron sentir rápidamente.
_¡Comete al fiambre...!
Lola temiendo por su vida, empezó por comerle un dedo de la mano, esa mano que en antes le había dado de comer. Y luego la imitaron la jauría y cuando no hubo más carne se repartieron los huesos, los mayor parte para Puto la otra para el resto. Lola no aceptó la suya.
Ese día el barrendero encontró sangre congelada en la calle… de la ciudad y denunció en la comisaría. Allí le dijeron que de seguro se habían estado peleando los perros de la Jauría por comida y que un poco de agua caliente seguramente haría más fácil el trabajo de quitarla del asfalto.
lunes, 27 de septiembre de 2010
El "Palabras hirientes"
Palabras hirientes es una persona común. A Palabras hirientes le gusta discutir y es como Zapata, sino la gana la empata. Comienza levantando la voz hasta llegar a gritar. En ese momento, Palabras hirientes ya no busca de la discusión llegar a refutar el argumento del otro, sino depurarse de todo defecto que él poseyera.
_A ver.. yo no digo que soy perfecto, tengo defectos como cualquier otra persona…_
Eso es solo un ejemplo de lo que diría en este momento llevándose la mano retraída al pecho.
De ahí en más, si la discusión continúa, y no es que el otro se arroja a sus pies, le besa las botas y le dice que tiene toda la razón (cosa que raramente pasa) comienza la etapa por la cual le han puesto su nombre; la etapa de las hirientes palabras (que viene del latín armifer y del griego sofistes que significan prepotente y farsante respectivamente).
La susodicha etapa se basa en la transmisión de mensajes de un alto grado de toxicidad y de una capacidad de penetración nunca antes vista de un metal como este. Para ello posee la ayuda de un historial que lleva en la cabeza. Este historial cuenta con una descripción detallada de todos los errores cometidos por los demás en el pasado.
_A ver… yo no digo que no tengo un historial de mis propios erros en la cabeza, sino que vos estás equivocado…_
Y eso es lo que diría ahora, o solo el comienzo, ya lo puedo estar escuchando…
En cuanto a la capacidad de penetración, se puede acotar que este individuo sabe significar muy bien cuáles son los puntos débiles de las otras personas. Esto quizá se deba a su habilidad para leer el rostro y los gestos de los terceros, o quizá a la existencia de una previa confesión, lo que llevaría a un estadío de confianza entre ambos. Las razones de ello, en contraposición a la cuestión de la toxicidad, está en pañales, por lo que a ciencia cierta no lo sabemos.
No podemos dejar de hablar en este punto del damnificado del palabras hirientes. Hablando mal y pronto, este ofensor lo hace sentir como el reverendo culo, sintiendo en carne propia lo que es el sabor de la traición; mientras ve como las palabras utilizadas le abren el pecho, le revuelven las tripas y le muestran que en su interior había un órgano podrido, hasta ahora desconocido por el susodicho.
_A ver...yo no digo que a veces no me sobreexcite, sino digo que adentro tuyo había algo podrido que si no fuera por mí en cualquier momento te podría haber matado…_
Y ahora le doy la razón al ofensor para cortarle el rostro y de alguna u otra manera devolverle los golpes recibidos.
_¡Ya ves palabras hirientes, no soy perfecto…!_
Y toda la indeseable discusión sucede al tiempo en que no a muchas cuadras del departamento en calle… casi esquina… un vagabundo se acuesta bajo la helada de la mañana invernal; tapado solo con diarios y cartones; sin saber, solo intuyendo, que esa podría llegar a ser la última noche de su vida…
_A ver… yo no digo que mientras discutamos haya hombres muriéndose de frío…_
_Cerrá el culo querés Palabras hirientes…_
viernes, 24 de septiembre de 2010
El Francotirador
- La
velocidad del viento es de solo 12 hectopascales-
-Silencio y
calma… eso es lo que necesito, eso es lo que me debería sobrar por ser un
profesional.
El objetivo se posicionaba a los
-33º 43´ 05´´ de altitud y 24º 97´ 15´´ de longitud. Mi ayudante me había
indicado y yo lo había constatado en la mira telescópica, desde una terraza del
edificio F… de la calle nº…
Ya tenía el dedo sobre el gatillo, ya había
preparado el rifle, ya había tomado medio diazepan, ya había seleccionado la ropa
negra para camuflarme en las sombras, ya había repasado el plan una y otra vez,
ya había recibido la mitad de la paga en un maletín…
Juro que iba a dispararle, pero el tipo quedó
fuera de mi campo de visión. Mientras lo buscaba desesperadamente, se me pasó
por la cabeza la idea de perdonarle la vida. Después de todo, eso era, un tipo,
y no solo un objetivo.
-El
objetivo vuelve a la posición alfa, ahí está otra vez el maldito…
Lo copié, y cuando me calmé un poco me decidí a
seguir con el trabajo. Y puse otra vez el dedo en el gatillo. Pero por alguna
razón no me decidía a hacerlo. Sabía que todo era cuestión de sacar el seguro,
jalar y esperar a que me dieran el positivo, armar el bolso e irnos, como
indiferentes, mientras en el edificio de enfrente saliera a escena un asesinato
a plena luz del día. Y para colmo el tipo volvió a moverse.
-Atención
tirador, el objetivo se desplaza hacia posición beta, ajustá la mira dos grados
más de longitud y tres menos segundos de altura-.
Lo volví a copiar, y esta vez localicé
al tipo. No obstante, tuve que pedír de nuevo las coordenadas, que fueron las
mismas. Y era obvio que no estaban erradas, porque nunca lo estaban. Solo era
que en esta ocasión mi cabeza me estaba jugando una mala pasada, a mí, un
profesional. Luego disparé
-Atención,
disparo fallido; el objetivo vuelve a moverse, posición omega -33º 43`05´´ de
altitud, 33º 15´76´´ de longitud y en movimiento ¿lo tenés?
-Diablos, parece
que se dio cuenta de todo.
-¡Cerrá la
boca idiota y decime si lo tenés!
-Si, si, lo
tengo…
-¡Entonces
prosigue!
Se oyó otro disparo en el aire. Como
resultado quedó mi compañero todo ensangrentado, con el semblante como preguntando
por qué le apuntaba a él.
Cuando el desvarío hubo pasado, y
las palomas que se habían asustado por el disparo volvieron a sus quehaceres,
me decidí a terminar con el plan.
Pasé el ojo por la mira y pude ver
que el tipo había escapado. En su lugar encontré a una morocha muy pulposa, que
sin más reparos que una toalla amarrada al cuerpo, se disponía a peinar su
cabello cerca de la ventana.
Me dispuse a matarla como premio
consuelo, ese disparo que sólo los adictos a este oficio podrían llegar a
entender. Mas mi mente se enturbiaba otra vez y ahora la muchacha me seducía, y
me llamaba a que fuera a su cuarto para compartir su cuerpo. Mas la vi así, tan
joven que ora podría ser su padre, y ora
esa idea me causó un placer tan raro que preferí alejar la mira de allí.
Fui a parar a un comedor de un
departamento familiar. En el mismo se erigía una mesa, en cuya cabecera estaba
sentado el padre, a su derecha, la madre y a la izquierda la niña. A pesar de
hallarme a gran distancia, pude ver que la niña llevaba consigo un libro de
Franz Kafka y que en voz alta, se lo estaba leyendo a su familia. Y en eso, vi también
cómo el padre se levantaba de la silla y le entregaba un cachetazo a su hija,
dejándola fuera de mi vista, seguramente llorando.
Me llené de ira, y esa ira se mezcló
con las ganas de poseer a la mujer del tipo, lo que hizo que no me cupieran
dudas: ese debía ser mi objetivo, a ese le daría muerte.
Pero luego recordé que Franz Kafka
ya había criticado duramente a la figura paterna, y que de seguro ese imbécil
ya había recibido una lección de su hija. Alejé también la mira y mi interés de
allí.
Recorrí el edificio de punta a
punta, y el hormigón me pareció una masa áspera y amorfa, capaz de caerse encima
de quien se atreviese a pasar por debajo de su sombra.
Y en ese pensar, me volví a encontrar con el
tipo, el objetivo original. Fue allí que recordé a qué había venido a este
lugar.
Y sabía que ese tipo era un mal
tipo, que en algo raro andaba. Si no, no me lo hubieran mandado a matar. Sabía
que también era una eminencia en cuestión de contrabando y quién sabe cuántas
cosas más…
Pero en esa maldad, en esa
relatividad en donde todo estaba permitido, vi reflejada a mi propia maldad, a
mi propia relatividad en donde todo está permitido. En fin de cuentas me vi
reflejado a mí mismo, y eso me hizo pensar mucho para mis adentros:
-¡Cielos e
infiernos…!-
Es por eso que le di la vuelta al
rifle; esta vez apunté hacía mí y apreté el gatillo.
A la mañana siguiente los periódicos
acordaron en que había habido dos muertos en un intento de asesinato. Para unos
a un comisario, para otros a un capo de la mafia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)