Cuando ya estaba por resolver ese problema que tanto me aquejaba, me vi rodeado de murallas de ladrillo y aturdido por el ruido de bombas y fusiles. Veía la acción desde un plano medio, por un lado el ejército de las cruces y por el otro los hombres de turbantes y cimitarras. Yo, al parecer, pertenecía a estos últimos debido a mi ropaje.
Llevaba
una cuba con agua, a la que había dejado a un costado por miedo a un estruendo,
producido cerca de donde yo estaba. Me estaba tapando los oídos, agazapado,
como queriendo meter mi cabeza entre mis rodillas, cuando por fin escuché que
el comandante me decía:
_¡ Hey tu, traidor, qué esperás, qué
el agua del rio llegue hasta el mar, trae esa cuba pa´ ca, que el cañon tiene
sed!_
Dudé
de lo que me decía el general y temí por mi vida, pero otro estruendo me hizo
salir disparado como si fuera una bala de los fusiles que se oían a mi
alrededor.
_ ¡Por fin, mocoso!_
Ahora
me acurrucaba a un lado del cañon, junto con otros turbantes. Estos hombres
estaban muertos de sed, pero el comandante insitió que el agua era para el
cañon, que estaba muy caliente.
_ ¡Aguántense, dicen que el agua de
Jerusalen es la más fresca del mundo, ja ja!
Después
escuché el ruido del agua que hervía sobre el cañon y la voz de cargarlo
inmediatamente.
El
proyectil vino de mano en mano, desde una fila de hombres que, despatarrados,
parecían estar rezándole a Alá. El rezo terminaba al tocar la bala. Recuerdo
haber hecho lo mismo.
_¡Disparen!_
_¡Lailaha ilalah!_ (1)
Un
bum fortísimo se oyó, y con él el desplomarse de un muro. Recuerdo que en medio
de la confusión del impacto y el humo me pregunté por qué había fusiles y
bombas en una guerra santa, si supuestamente eso había ocurrido muchísimo
tiempo atrás. Luego hubo un grito unísono, como son los gritos de guerra; y la
ciudad fue situada.
Recuerdo
que de la torre más alta del castillo, trajeron a una doncella y se la
ofrecieron al comandante.
_¡Esta noche, al más chico de entre
nosotros, al traidor!_
Lo
hombres me empujaron al centro donde estaba ella, y pedían que la besase. Mas
yo preferí tomarla de la mano y llevarla a otro lado.
Cuando
volví en razón, me arropé un poco más y me volví a preguntar si ese era
realmente el problema; para cuando iba a
decir que sí, me vi a mi mismo en un traje de etiqueta negro y con un moñó
banco, peinado a la gomina para un costado. Era el casamiento de la tía Cata,
la hermana del abuelo por parte de madre. La novia estaba refulgente, los
cabellos castaños , la tez suave, la figura sensual. Creo que no había ningún
hombre en la iglesia que no le diera un tiro a la vieja.
El
marido era un muñeco de torta. Un James Bon, que cuando me miraba sonreía y me
guiñaba un ojo como si conociera, y a todos le hacía lo mismo. Es por eso que
las viejas de atrás dijeron:
_¡Parece
que tiene un tic en el ojo, pobre cata, otro nervioso en la familia!
_¡Y
bueno querida si no se pone nervioso ahora que va a casarse cuando querés que
se ponga nervioso…!_
Todo
ese murmullo terminó con el chistido de mi madre y el comentario de que por qué
esas viejas no se iban a chismorrear a sus covachas.
Ella,
también lucia preciosa, y yo con mis 13 años tras no sabía qué se debía hacer
en la iglesia, no me desprendía de sus polleras.
_Mirá
ahora va a decir que si…
_Si,
nena como no vas a decir que si con semejante churro_
Y
dieron el sí, y ahora no eran solo las viejas las que gritaban y comentaban
sino todo el mundo. Mi hermano, vestido igual a mí, intentó chiflar metiéndose
los dedos en la boca pero no le salió, y los novios se dieron el beso final.
Al
pasar el tiempo, alguien quedó gritando más de lo normal, por lo que todo el
mundo giró hacia él que estaba en la parte de atrás.
Supuestamente
el pibe se mostraba como el legítimo prometido de la tía, y renegaba de la
unión. Recuerdo que mi abuelo lo sacó carpiendo
pa´ la casa.
_Ohh
que bárbaro, qué ganas de venir a arruinar una ceremonia tan linda como esta,
que barbaridad_
_
Ahh, ¿sabés quien es?, Juancito el hijo del panadero, ahh si, siempre estuvo
loco por Catalina, pero es una criatura comparada con ella… ¿pero qué pasa el
cura se va? Si, se va mirá, parece que se cancela la boda_
Otro
chistido de mi madre hizo callar a las viejas chusmas, que ahora gritaban entre
el lio general. Y cuando las calló, me sentí más a gusto, y pensé si realmente
el consejo del psicoanalista no era la solución a aquello. El Eros y la pulsión
de muerte existen, puede ser.
Entonces
me encontré a mi mismo abandonado por mi padre y mi madre, más por mi padre que
por mi madre que no me quería dejar.
_ ¡No seas testaruda querida, ese niño
es nuestra ruina; no te atrevas a dudar de Delfos!_
Y como ella no me quería dejar, mi padre me
mandó a matar, mas ella se apiadó del indefenso fruto de su vientre y me
encomendó a la señora que limpiaba en
casa.
_ ¿A dónde fuiste Juanita, a juntar la
ropa? Ahh, sí, parece que no lloverá_
El
punto es que mi madre, me entregaba a Juanita que aparecía en escena, me
llevaba y me colgaba de los pies, junto con la ropa mojada, del tendedero. Y se
me hincharon los pies y me dolían y de ahí que un peón me encontrará y me
pusiera Edipo.
No
recuerdo bien la etapa que corresponde a mi niñez; pasó como una serie de
imágenes en las que me criaba en el seno de una familia bien. Lo que sí
recuerdo es que los compañeros del colegio hacían correr la bolilla de cosas
que no entendía sobre mí. Y que eso me llevaba a preguntarle a mi madre y como
no me quería responder, a preguntármelo a mí.
A
tiempo me vi errando por las calles de Grecia hasta que vi que de un pueblo
allá lejos, no muy lejos, salía humo. Mi corazón se enamoró perdidamente de
aquel lugar, y quiso estar allí inmediatamente. Y para llevarlo a cabo tenía
que pasar por alto a un tal Layo, que me impedía el paso.
_ ¿A dónde vas extraño? te advierto
que no vayas en esa dirección, y si lo haces, hazlo sobre mi cadáver_
Y lo hice a un lado y cuando me volví a mirar
yacía muerto en el piso.
Me
di cuenta que el problema de todo aquello era una bestia infernal que arrasaba
la ciudad. Ver esto me hizo enfadar mucho, por lo que tomando lo primero que se
me venía a las manos la enfrenté en un mano a mano.
Esa
cosa infernal, me hizo dos preguntas. La primera: qué era la noche y el día y
la segunda, qué era el hombre. Yo le respondí que así no era la historia, que
esas eran las respuestas a las preguntas; y además que qué sabía yo. La
Esfinge, que así se llamaba, se quedó muda y escapó de allí como rata por
tirante.
Los
Tebanos, que así se llamaban los de ese lugar, estaban contentísimos con mi
victoria. Tanto que destinaron el resto del año a la fiesta y me obligaron a
casarme con su reina. Algunos que me conocían, me delataban por haber matado al
rey, pero nadie les daba bolillas, lo que es más, los hacían callar.
Y
cuando me presentaron a la reina, tenía la cara de mi madre, y yo me quise
matar. Y allí me acordé del viejo oráculo de Delfos, y que tenía razón. Cuando
le conté eso a la reina, que era mi madre, se quitó la vida y yo pasé por una
etapa de profunda angustia, que terminó con todo lo que tenía a mi alrededor en
sombras y tranquilidad y a preguntarme a mí mismo si me había muerto.
Para
ese momento ya no me acordaba de cuál era el problema a que venía todo esto,
sino solo la conjetura a la que había llegado. La misma decía que
definitivamente iba a hacer ejercicio tres veces por semana en el club Mayo de
La Plata. Y tanta oscuridad me hizo colocarme en el lugar de un basquetbolista
profesional.
Por
alguna razón todos los miembros del otro equipo eran negros, mas en mi equipo
solo quedaba yo en cancha, porque los demás, por h o por b, habían tenido que
abandonar el campo de juego.
Había
allí entre nosotros una voz inaguantable que relataba hasta el más mínimo
detalle del partido. Y ésta decía:
_ Qué paliza señoras y señores, de La
Selección solo queda Plá, en cancha, mas los otros están dándo un show a la
romana_
“Si,
parece que los leones de los otros están jugando con la comida… Hijo de puta.
Vení y jugá vos.”
Y
en eso miró el tablero y se había tildado, y con él los jugadores. Mas la voz
no se callaba y seguía todas mis acciones con su entrenada dicción.
_ Y
Plá viene, y Plá va, y Plá anota, y los otros parecen estar pintados en
la cancha…_
En
ese momento, me levanté todo transpirado, balbucié algo y me destapé. Cuando
volví al amparo de las sábanas, me encontré con que el otro equipo había
reaccionado y el partido estaba empatado faltando cinco segundos para el final.
No
sé por qué mis orejas me ardían y se me habían vuelto largas y flacas como las
de un conejo. Tampoco sé por qué me sentía tan cansado, ni porque me temblaban
las piernas. Bueno, esto último era efectivamente por el miedo.
El
árbitro me dio la pelota y me dijo que jugara. No tenía a quien pasársela y los
otros eran molinos de viento al lado mío. Y el comentarista que no callaba:
_ Es la última posesión, en la que Plá
solo podría conseguir el triunfo dejando la vida…_
Y
que Plá esto, y que Plá lo otro, y que solo tenía una oportunidad. Así que
enojado, nervioso, tenso como estaba tomé el balón y corrí y corrí. Y aunque
mis pies se volvieron de plomo y casi no los podía mover seguí haciendo el
esfuerzo. Y el moreno del otro equipo que me corría de atrás y yo que no
avanzaba. Cada vez estaba más cerca de mí, y ya casi me robaba la pelota, por tanto, con un
último suspiro, armé un tiró y disparé.
La
pelota salió sin parábola y quemó las redes. Sentí como si me abriera por el
trasero y en ese momento expiré.
(1)"No hay otro Dios que Alá" Gracias Cristian Cirigliano por el dato (www.cristiancirigliano.blogspot.com)
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"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":