martes, 21 de diciembre de 2010

Ulises


Para ese entonces, el círculo de pensadores más prestigioso de estas tierras se preguntaba por el tema de las estrellas y el calendario anual. El problema residía en cómo compensar esas horas que el sol, astro principal, tardaba en recorrer el cielo, esas horas que sobraban del calendario. Esas horas que en teoría existían, pero en la práctica no tenían ni sol ni luna.
               Una ley controversial  surgió del consejo de estos filósofos. Por decreto del rey Cayo y la Asamblea, todos los ciudadanos de Tebas tendrían un día libre para hacer lo que les diera la gana. Lo interesante de este decreto era que ese día no contaría en el calendario, por lo que no importaba lo que el pueblo hiciera. Como si el tiempo se detuviese, nadie lo tendría en cuenta. La única condición fue, que antes de que cayera el sol, cada ciudadano debía deshacer todo lo que había hecho antes. De ese modo no quedarían vestigios de ese día suplementario.
Los gallos no cantaron esa mañana, el rey los había prohibido. Leónidas hijo de Juliun, asistió al mercado como lo hacía todas las mañanas. No obstante, en sus ojos se vislumbraba que se traía algo entre manos. Si los guardias lo hubieran visto, lo hubieran detenido y dado cárcel. Pero como realmente nadie recordaría lo que sucedería ese día, lo dejaron hacer. Se dirigió directamente hasta las tiendas de los panaderos y, amenazándolos con un puñal, se robó cuanto oro, plata y gallina poseía la competencia de su padre. Luego vendió las gallinas y usó el dinero para llevar, aunque sea por ese día, una vida sin preocuparse por las pasiones que tanto criticaban los pensadores de la época.
Helena hija de Ajax, aprovechó el día para llevarle el almuerzo envenenado a su marido. Se vengaría como nunca de los maltratos y desatenciones que éste le había propinado. El veneno estaba esparcido por toda la comida, inclusive en el pan que ella misma había amasado especialmente para la ocasión. Cabe destacar que el marido se sorprendió ante tal servicio de su mujer:
_Parece que con el tiempo te has vuelto virtuosa mujer_ le dijo éste_ pero no te agradeceré, porque tengo miedo que con mi aprobación se te vuelva lo bruta_
               A continuación largó una carcajada, y comenzó con el almuerzo. La risa le duró hasta hecha la digestión, cuando empezó a sentirse descompuesto. Helena, haciendo provecho de la indisposición de su marido, se fue al mercado con la escusa de que iba a comprar medicamentos para el enfermo.
               Giles, hijo de George se tomó el día para gastar su salario en el reñidero. Aunque no lo crean le fue muy bien, y con el dinero obtenido se compró el gallo preferido. Además de caer en el vicio, cometió el error de llevarse el gallo a la casa. Su esposa, pensado que era una gallinácea común y corriente, lo metió en el corral y mandó a su niño más pequeño a que recogiera los huevos. El chiquito volvió todo rasguñado, diciendo entre lágrimas que todas las gallinas habían muerto.
Ulises, por su parte, no dudó un segundo en realizar el plan que los dioses le habían obsequiado a través de su inteligencia. Para cuando el sol estuvo sobre su cabeza, se dirigió directamente hasta la casa de Eladia, hija de Eryx, una joven moza de la que estaba perdidamente enamorado. Llamó a la puerta y salió Eryx, padre de la muchacha. Ulises sintió la necesidad de que se lo tragara la tierra y, de no ser posible esto, poder aunque sea ocultar su cabeza como un avetruz.
 A este joven nunca le habían interesado las riquezas ni la gloria, sí el amor de una mujer. Pero como era tímido, aún no se había animado a demostrar sus sentimientos por ella
_Qué se te ofrece Ulises, hijo de Dorio_ le preguntó el hombre.
_Ve… Vengo a hacerle una proposición con respecto a su hija…_ respondió el muchacho
_¡Pasá entonces, y hablá rápido que no tengo todo día!_
               El hombre hizo pasar a Ulises y le mostró un lugar donde sentarse. Luego echó de la sala a Eladia que, como sospechaba que hablarían de ella, tenía la intención de participar en la conversación.
_Como le dije, el asunto por el que vine a recibir su hospitalidad…_ dijo Ulises
_¡Hablá de una vez, por Zeus!_
_¡Bueno!_ dijo sobresaltado_ vengo a pedir la mano de su hija…_
_¡Ahh, con que ese era el asunto…!_
_Si, yo puedo sostener el matrimonio con mi trabajo… y a cambio su hija le daría unos bellos nietos…_
_Mirá, querido…_ dijo el hombre pero fue interrumpido por su hija.
_¡Qué deshonra, si querías mi mano hubieras hablado primero conmigo_ gritó Eladia_ y encima te pensás que yo tendré que pagar por el matrimonio con hijos que vos me dieras!_
_¡Silencio arpía, al dormitorio!_ ordenó su padre.
_Señor… disculpemé…_ dijo Ulises
_No se hable más muchacho, no se hable más…_ le dijo el hombre_ ahora andate a tu casa y disculpá la falta de hospitalidad de nuestra parte_
_Está bien señor, disculpemé…_
_Adiós…_
               Ulises dejó la casa, cabizbajo. Cayo le había dado un día en el que podría hacer lo que quisiera, los dioses un plan, pero ninguna de las dos cosas las había sabido aprovechar. Sentía en su pecho el corazón oprimido, casi no le latía. Y para peor el crepúsculo se acercaba, y con él, el deshacer. Solo pensar que tenía que volver a casa de Eladia, para echar atrás la preposición que le había hecho, le carcomía el alma.
               El día llegó a su fin, y el rey se encargó de impartir justicia. A Leónidas, hijo de Juliun, se le obligó a devolver todo el dinero robado. Éste se resistió, y por eso lo encarcelaron. A Helena, hija de Ajax, se le obligó a vender todo lo que había comprado en el mercado. Con ese dinero debió comprar medicamentos para su esposo. Además la asamblea le ordenó velar por él por el resto de sus días. Giles, hijo de George, mató al gallo preferido y al terminar el día le devolvieron las gallinas que habían muerto. Éste se quejó y pidió que también le devolvieran el dinero que había derrochado en el gallo, pero Cayo dijo que demasiado que los dioses le habían conservado la vida a hijo. Giles, hijo de George quedó indemnizado con estas palabras.
               Cuando el caso de Ulises llegó a las manos del rey, éste de se estremeció al ver semejante inocencia. Dudó un segundo si eximirlo de su devolución pero, despejando la justicia de las pasiones, decidió que Ulises debía cumplir con el decreto al igual que el resto de los hombres y mujeres libres.
               Ulises se hallaba en su casa, masticando su desdicha, cuando golpearon a la puerta.
_¡Ulises, hijo de Dorio, abrí la puerta es hora de cumplir con el decreto…!_ dijo una voz.
               Eran los guardias que lo escoltarían a la casa de Eladia, en silencio, escudriñado por las miradas de los otros ciudadanos que comentarían su desdicha.
_¡Abra la puerta Eryx, hijo de Ambrose, aquí está el muchacho que esta mañana pidió la mano de su hija!_ llamaron los guardias.
               Erix, hijo de Ambrose, salió a la puerta.
_Son bienvenidos a mi casa, guardias del rey, pero prefiero que pase solamente quien tenga algo que hacer aquí_ dijo el hombre.
               Los guardias aceptaron esperar afuera.
_Bienvenido otra vez, Ulises, hijo de Dorio, siéntate y siéntete como en tu casa_
               Ulises agradeció. Luego el hombre llamó a su hija y la hizo sentar al lado suyo.
_¿No tenés nada que decirle a este muchacho, hija mía…?_
_No_
_¡Hija…!_
_Bueno, sí, que siento mucho la falta de hospitalidad de ésta mañana…_
               Ulises aceptó sus disculpas, y a continuación él se disculpó:
_Vengo a deshacer por decreto de Layo lo propuesto ésta mañana, aunque mi corazón me diga lo contrario…_
_Decretos son decretos hijo de Dorio…_
_Sí, Señor…_
_Pero, padre…_
_Usted se calla hija…_
_Sí, padre_
_Puedes retirarte, luego de saludar a la visita…
_Adiós Ulises hijo de Dorio, adiós padre…_
_Adiós…_
_Adiós hija_
_Pero, padre…_ dijo volviéndose
_ ¡Adiós hija!_ dijo el hombre_ Y ahora si me lo permite lo voy a despachar a usted también joven Ulises. Este viejo tiene que irse a descansar…_.
_De acuerdo señor…_ respondió Ulises.
               Ulises había perdido toda esperanza, solo pensaba en dejar que los guardias lo escoltaran a su casa y allí dormir para tratar de olvidad.
               Estaba yéndose, cuando alguien le chistó. Era el padre de la muchacha que lo llamaba. Había caído la noche y no se veía mucho, por lo que los guardias no notaron que el escoltado se volvía.
_Escuchemé…_ le dijo el hombre_ con respecto a mi hija…_
_Si, dígame_
_Pase mañana, que será otro día y hablaremos ya sin decreto por medio…_
_Si, señor_ respondió Ulises y no pudo disimular una sonrisa
_Sí, ríete ahora porque cuando estés casado…_ dijo y rió el anciano también_ y ahora vete y procura no mencionarle nada a los guardias…_
_Gracias Señor.
               Ningún hombre libre tuvo por voluntad recordar aquel día en que el tiempo dejó de correr sin dejar ganadores ni perdedores. Ninguno menos Ulises. Es gracias a él que esta historia todavía se recuerda…
              

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