Para ese entonces, el círculo de pensadores más prestigioso de estas tierras se preguntaba por el tema de las estrellas y el calendario anual. El problema residía en cómo compensar esas horas que el sol, astro principal, tardaba en recorrer el cielo, esas horas que sobraban del calendario. Esas horas que en teoría existían, pero en la práctica no tenían ni sol ni luna.
Una
ley controversial surgió del consejo de
estos filósofos. Por decreto del rey Cayo y la Asamblea, todos los ciudadanos
de Tebas tendrían un día libre para hacer lo que les diera la gana. Lo
interesante de este decreto era que ese día no contaría en el calendario, por
lo que no importaba lo que el pueblo hiciera. Como si el tiempo se detuviese,
nadie lo tendría en cuenta. La única condición fue, que antes de que cayera el
sol, cada ciudadano debía deshacer todo lo que había hecho antes. De ese modo
no quedarían vestigios de ese día suplementario.
Los gallos
no cantaron esa mañana, el rey los había prohibido. Leónidas hijo de Juliun,
asistió al mercado como lo hacía todas las mañanas. No obstante, en sus ojos se
vislumbraba que se traía algo entre manos. Si los guardias lo hubieran visto,
lo hubieran detenido y dado cárcel. Pero como realmente nadie recordaría lo que
sucedería ese día, lo dejaron hacer. Se dirigió directamente hasta las tiendas
de los panaderos y, amenazándolos con un puñal, se robó cuanto oro, plata y
gallina poseía la competencia de su padre. Luego vendió las gallinas y usó el
dinero para llevar, aunque sea por ese día, una vida sin preocuparse por las
pasiones que tanto criticaban los pensadores de la época.
Helena hija
de Ajax, aprovechó el día para llevarle el almuerzo envenenado a su marido. Se
vengaría como nunca de los maltratos y desatenciones que éste le había
propinado. El veneno estaba esparcido por toda la comida, inclusive en el pan
que ella misma había amasado especialmente para la ocasión. Cabe destacar que
el marido se sorprendió ante tal servicio de su mujer:
_Parece que con el tiempo te has
vuelto virtuosa mujer_ le dijo éste_ pero no te agradeceré, porque tengo miedo
que con mi aprobación se te vuelva lo bruta_
A
continuación largó una carcajada, y comenzó con el almuerzo. La risa le duró
hasta hecha la digestión, cuando empezó a sentirse descompuesto. Helena,
haciendo provecho de la indisposición de su marido, se fue al mercado con la
escusa de que iba a comprar medicamentos para el enfermo.
Giles,
hijo de George se tomó el día para gastar su salario en el reñidero. Aunque no
lo crean le fue muy bien, y con el dinero obtenido se compró el gallo preferido.
Además de caer en el vicio, cometió el error de llevarse el gallo a la casa. Su
esposa, pensado que era una gallinácea común y corriente, lo metió en el corral
y mandó a su niño más pequeño a que recogiera los huevos. El chiquito volvió
todo rasguñado, diciendo entre lágrimas que todas las gallinas habían muerto.
Ulises, por
su parte, no dudó un segundo en realizar el plan que los dioses le habían
obsequiado a través de su inteligencia. Para cuando el sol estuvo sobre su
cabeza, se dirigió directamente hasta la casa de Eladia, hija de Eryx, una
joven moza de la que estaba perdidamente enamorado. Llamó a la puerta y salió
Eryx, padre de la muchacha. Ulises sintió la necesidad de que se lo tragara la
tierra y, de no ser posible esto, poder aunque sea ocultar su cabeza como un
avetruz.
A este joven nunca le habían interesado las
riquezas ni la gloria, sí el amor de una mujer. Pero como era tímido, aún no se
había animado a demostrar sus sentimientos por ella
_Qué se te ofrece Ulises, hijo de
Dorio_ le preguntó el hombre.
_Ve… Vengo a hacerle una proposición
con respecto a su hija…_ respondió el muchacho
_¡Pasá entonces, y hablá rápido que no
tengo todo día!_
El
hombre hizo pasar a Ulises y le mostró un lugar donde sentarse. Luego echó de
la sala a Eladia que, como sospechaba que hablarían de ella, tenía la intención
de participar en la conversación.
_Como le dije, el asunto por el que
vine a recibir su hospitalidad…_ dijo Ulises
_¡Hablá de una vez, por Zeus!_
_¡Bueno!_ dijo sobresaltado_ vengo a
pedir la mano de su hija…_
_¡Ahh, con que ese era el asunto…!_
_Si, yo puedo sostener el matrimonio
con mi trabajo… y a cambio su hija le daría unos bellos nietos…_
_Mirá, querido…_ dijo el hombre pero
fue interrumpido por su hija.
_¡Qué deshonra, si querías mi mano
hubieras hablado primero conmigo_ gritó Eladia_ y encima te pensás que yo
tendré que pagar por el matrimonio con hijos que vos me dieras!_
_¡Silencio arpía, al dormitorio!_
ordenó su padre.
_Señor… disculpemé…_ dijo Ulises
_No se hable más muchacho, no se hable
más…_ le dijo el hombre_ ahora andate a tu casa y disculpá la falta de
hospitalidad de nuestra parte_
_Está bien señor, disculpemé…_
_Adiós…_
Ulises
dejó la casa, cabizbajo. Cayo le había dado un día en el que podría hacer lo
que quisiera, los dioses un plan, pero ninguna de las dos cosas las había
sabido aprovechar. Sentía en su pecho el corazón oprimido, casi no le latía. Y
para peor el crepúsculo se acercaba, y con él, el deshacer. Solo pensar que
tenía que volver a casa de Eladia, para echar atrás la preposición que le había
hecho, le carcomía el alma.
El
día llegó a su fin, y el rey se encargó de impartir justicia. A Leónidas, hijo
de Juliun, se le obligó a devolver todo el dinero robado. Éste se resistió, y
por eso lo encarcelaron. A Helena, hija de Ajax, se le obligó a vender todo lo
que había comprado en el mercado. Con ese dinero debió comprar medicamentos
para su esposo. Además la asamblea le ordenó velar por él por el resto de sus
días. Giles, hijo de George, mató al gallo preferido y al terminar el día le
devolvieron las gallinas que habían muerto. Éste se quejó y pidió que también
le devolvieran el dinero que había derrochado en el gallo, pero Cayo dijo que
demasiado que los dioses le habían conservado la vida a hijo. Giles, hijo de
George quedó indemnizado con estas palabras.
Cuando
el caso de Ulises llegó a las manos del rey, éste de se estremeció al ver
semejante inocencia. Dudó un segundo si eximirlo de su devolución pero, despejando
la justicia de las pasiones, decidió que Ulises debía cumplir con el decreto al
igual que el resto de los hombres y mujeres libres.
Ulises
se hallaba en su casa, masticando su desdicha, cuando golpearon a la puerta.
_¡Ulises, hijo de Dorio, abrí la puerta
es hora de cumplir con el decreto…!_ dijo una voz.
Eran
los guardias que lo escoltarían a la casa de Eladia, en silencio, escudriñado
por las miradas de los otros ciudadanos que comentarían su desdicha.
_¡Abra la puerta Eryx, hijo de Ambrose,
aquí está el muchacho que esta mañana pidió la mano de su hija!_ llamaron los
guardias.
Erix,
hijo de Ambrose, salió a la puerta.
_Son bienvenidos a mi casa, guardias
del rey, pero prefiero que pase solamente quien tenga algo que hacer aquí_ dijo
el hombre.
Los
guardias aceptaron esperar afuera.
_Bienvenido otra vez, Ulises, hijo de
Dorio, siéntate y siéntete como en tu casa_
Ulises
agradeció. Luego el hombre llamó a su hija y la hizo sentar al lado suyo.
_¿No tenés nada que decirle a este
muchacho, hija mía…?_
_No_
_¡Hija…!_
_Bueno, sí, que siento mucho la falta
de hospitalidad de ésta mañana…_
Ulises
aceptó sus disculpas, y a continuación él se disculpó:
_Vengo a deshacer por decreto de Layo
lo propuesto ésta mañana, aunque mi corazón me diga lo contrario…_
_Decretos son decretos hijo de Dorio…_
_Sí, Señor…_
_Pero, padre…_
_Usted se calla hija…_
_Sí, padre_
_Puedes retirarte, luego de saludar a
la visita…
_Adiós Ulises hijo de Dorio, adiós
padre…_
_Adiós…_
_Adiós hija_
_Pero, padre…_ dijo volviéndose
_ ¡Adiós hija!_ dijo el hombre_ Y
ahora si me lo permite lo voy a despachar a usted también joven Ulises. Este
viejo tiene que irse a descansar…_.
_De acuerdo señor…_ respondió Ulises.
Ulises
había perdido toda esperanza, solo pensaba en dejar que los guardias lo escoltaran
a su casa y allí dormir para tratar de olvidad.
Estaba
yéndose, cuando alguien le chistó. Era el padre de la muchacha que lo llamaba. Había
caído la noche y no se veía mucho, por lo que los guardias no notaron que el
escoltado se volvía.
_Escuchemé…_ le dijo el hombre_ con
respecto a mi hija…_
_Si, dígame_
_Pase mañana, que será otro día y
hablaremos ya sin decreto por medio…_
_Si, señor_ respondió Ulises y no pudo
disimular una sonrisa
_Sí, ríete ahora porque cuando estés
casado…_ dijo y rió el anciano también_ y ahora vete y procura no mencionarle
nada a los guardias…_
_Gracias Señor.
Ningún
hombre libre tuvo por voluntad recordar aquel día en que el tiempo dejó de
correr sin dejar ganadores ni perdedores. Ninguno menos Ulises. Es gracias a él
que esta historia todavía se recuerda…
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"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":