domingo, 12 de diciembre de 2010

Alfa





La fiesta tomaba lugar en la casa de mi tía, en La Plata. Era el cumpleaños tío Rubén. Por alguna razón, mi tío, aquel que antes me contara esos cuentos que parecían sacados de un fantasy, me tenía podrido con sus reproches.
_ Sobrino, haz esto…_
_Sobrino, haz lo otro…_
_No, sobrino, no lo hagas así, hazlo así…_
            Es por eso que me harté, y le tiré el plato de comida por la cabeza manchándolo todo con tuco. Luego me di a la fuga.
            Inteligentemente, me había hecho de algunas monedas (acto que no sé de que novela la habré sacado) para pagarme el viaje de tren de regreso a Cañuelas.
            Corrí como una flecha, doblando la esquina y luego todo derecho por calle 44. Detrás de mí se oían las sirenas, me empezaba a faltar el aire, tosía mucho (y eso que nunca había fumado).
            Llegando ya a la estación de trenes, me sentí rodeado, por lo que escondí las monedas en un lugar seguro (eso también lo habré sacado de esa novela). Ya la policía estaba encima mío y me sentí vencido. Para mi sorpresa no me detuvieron a mí, sino a otro que pasaba por al lado.
            Ya en la estación, me doy cuenta que para mi desgracia había un solo tren. De convictos. Supuse que no me quedaba otra alternativa más que hacerme pasar por uno de ellos para llegar a mi destino.
            Es por eso que me rasgué las vestiduras, me despeiné y entré al vagón esquivando al guardia y haciéndome el desentendido.
            Ya adentro, me entero que en el tren había una bomba, que algún malhechor quería hacerlo explotar y así acabar con tanta delincuencia. Para colmo viajábamos todos apretados, como animales. Y los convictos empezaban a dudar de mi procedencia.
            Fue así que uno de ellos, (el más buchón de todos) le avisó al guarda que había un convicto que no estaba rapado y que tampoco vestía mameluco naranja, que fuera y lo viera con sus propios ojos.
            Para mi sorpresa, el guardia no era otro que el Mengo, un amigo mío. Estaba vestido -si vieras que elegante y vil- como un oficial. Vino, me examinó detenidamente, y de un bastonazo me redujo en el suelo.
-¡Viste, cómo lo intuías, los nazis toman el país y al Mengo lo nombran oficial…! -me dijo y se rió
-Con que queriéndote pasar por un convicto para escapar a tu destino ehh… eso no está bien… para nada bien…
            Luego me ordenó que me pusiera de pie, y me informó que ya estabamos llegando a la estación de Cañuelas, que allí me bajaría y que el tren seguiría su marcha.
            Y eso hice, y fui a mi casa a dormir porque al otro día tendría que ir a la escuela.

II

El tren siguió su marcha y desencadenó lo que nadie esperaba: los nazis invadía el país. La idea era sacarlo adelante, y si éste no cedía, sacarlo adelante de los pelos.
            Para ese entonces yo iba a primer año de la escuela secundaria. El colegio al que  asistía también había sido tomado por los alemanes. Tal es así, que para inicio de clases vendrían el papa y sus más importantes cardenales a bendecirlo.
            La enseñanza dio un giro de 180º. Se había vuelto totalmente rigurosa. Tanto, que los profesores debían declararse partidarios del partido nazi para ejercer el cargo.
            A mis compañeros y a mi se nos ocurrió armar una revuelta para protestar por los malos tratos, y todo hacerlo en presencia del papa y sus obispos.
            Para empezar decidimos hacer las clases más divertidas. El punto estaba en reírnos en la cara de los profesores para mostrarles que con esos métodos no aprendíamos nada. Para eso, haríamos “la ola” en el medio de la clase y contaríamos chistes lo más descarados posibles.
           
III

Este hecho que les voy a contar, sucedió en la clase de Música. Estábamos por hacer la ola y preparando los chistes. Yo debía ser el primero en levantarme y alzar los brazos. Así la ola se daría por comenzada; con tanta mala suerte que el profesor me pescó con las manos en la maza.
Cómo se puso ese cristiano, los ojos rojo fuego y me gritaba desde arriba del banco. Parecía el führer dando un discurso en sus mejores días. Luego ordenó, que me metieran en una bolsa y me llevaran a la dirección para castigarme.
En la dirección estaban el papa y sus cardenales, por lo que me sacaron afuera arrastrándome y me llevaron al tren de los presidiarios.
Me temí que el castigo fuera duro. Para suerte mía, el Mengo me reconoció de nuevo:
-¡Otra vez vos acá… es la última vez que te lo digo- me dijo riendo mientras el tren partía.
-¿La próxima vez olvidaré que somos amigos, ok?
            Así fue como quedé libre no solo de la escuela, sino también del castigo y la muerte.
            Los nazis no duraron mucho en el poder. De un día para otro la Iglesia les dio la espalda, y con ella el pueblo entero. Ahora son solo parte de la historia.
            En cuanto al Mengo, hasta donde averigüé lo habían trasladado a un campo de concentración comunista. Lo cierto es que varias veces intenté retomar contacto con él, sin suerte. Sus palabras de aliento arriba del tren me acompañan hasta hoy día

No hay comentarios:

Publicar un comentario

"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":