jueves, 30 de diciembre de 2010
El trébol de la mala suerte
Don Carrozi se levantó ese lunes bien temprano para cumplir con el trabajo del campo del que era dueño. Sintió el cuerpo pesado, se despabiló, puso el agua para el mate y salió hacia al ayuntamiento de peones con la pava en una mano y en la otra el amargo. En el camino cortó un trébol de cuatro hojas que crecía del suelo, en medio de una maraña de los mismos, como el pasto alto.
_ ¡Hacha cuero, un trébol de la suerte…_ dijo mientras se prendía un pucho_ o al menos así dicen…!_.
El patrón del campo metió el trébol en el bolsillo del chaleco, y siguió camino. Fue por esas cosas de la vida que al patrón esa tarde se le murió el pingo preferido.
_¡Amalaya..._ dijo sacando el trébol de cuatro hojas del bolsillo_... al fin y al cabo me saliste malo trebolcito… más que de la suerte, sos el de la desgracia… Ya sé lo que voy a hacer… se lo voy a mandar a mi amigo…_dijo y rió largamente_ bueno amigo… se lo voy a mandar a ese coso a ver si me da una alegría…_
Esa misma tarde le llegó una carta al capataz del campo vecino traída por un peón de Don Carrozi. El capataz, se sorprendió de recibir correspondencia de ese viejo mallevado.
El sobre traía una nota con unas pocas palabras y en un pequeño folio: el trébol de cuatro hojas.
_Bueno, gracias… ya podés irte_ le dijo el capataz al peón_ pero no me gusta para nada esto de la carta, seguro que es un gualicho de ese viejo brujo. Ahora nomás le responderé que no estoy dispuesto a recibir más correspondencia de él, y que si me llega a pasar algo sabré de quién es la culpa…_
Cuando terminó de escribir aquello, destruyó la carta del viejo, y mandó a uno de los gauchos que tenía a cargo a que le llevara la suya. Por suerte, se olvidó de destruir el pequeño trébol, que se había deslizado antes de que hiciera un bollo el sobre y ahora reposaba sobre la mesa.
Por la tarde los niños del capataz lo encontraron, y a pesar de que estaba prohibido tocar las cosas del escritorio de papá, se los disputaron para jugar.
_¡Mirá che… uhh… un trébol de la suerte! pero es de papá… shh… vos no digas nada…_
En la mañana siguiente, Cecilia, la mujer del capataz, llevó a los niños a la librería, a comprar un libro que necesitaba para sus estudios universitarios. Facundo, el más grande de ellos, haciendo uso de su superioridad de fuerzas y edad se había apropiado del pequeño trébol. El niño pensaba que con él, la madre le compraría el juguete que tanto quería. Ante la negativa de la madre, el niño se empacó y dejó caer el trébol en el piso.
Así fue cómo el mismo llegó a mis manos. Yo estaba relojeando (discúlpenme el atrevimiento) el trasero de una señorita cuando lo divisé en el piso.
_¡Un trébol de cuatro hojas!_ pensé_ pero deber ser de mentira…_
Al recogerlo, me di cuenta que era real, por lo que me lo metí en el bolsillo. Cuando terminé de hacer mi compra me dirigí hacia el auto. Ya lo estaba sacando cuando sonó la alarma; de despistado me había olvidado el aparatito de la alarma en algún sitió.
Fue por eso que regresé al local a preguntar si lo habían visto, y ante la negativa, hice de nuevo el trayecto recorrido. Nada… y debajo del auto: tampoco. No me quedó otra alternativa que desconectar la alarma para que el auto pudiera marchar.
_Seguro es culpa de ese trébol…_ me dije_ por algo lo habrán dejado en el piso…_
Tuve que ir hasta el trabajo de mi madre y explicarle todo lo que había sucedido. Por suerte, no me dijo nada, pero me advirtió que si se enteraba mi padre cuando llegara a casa, me regañaría. Luego volví, movido por lo que me dijo mi vieja, al lugar dónde había perdido la alarma: pero nada.
Volví a casa resignado, y para mi sorpresa la alarma me la había olvidado allí. Todavía no entiendo como hice para conducir hasta ese lugar sin que la misma se encendiera.
En cuanto al trébol, de tanto palparme el bolsillo para ver si allí estaba el aparato, le había roto una hoja. Ahora, si se lo miraba de lejos, lucía como un trébol normal.
No supe qué hacer con él. Dejarlo en el auto, no era una opción; a ver si alguien chocaba y me echaban la culpa a mí. En el living tampoco, qué le diría a los invitados:
_Éste es un trébol de tres hojas que me encontré, pero antes era de la suerte, allí junto al mismo está la cuarta…_
Finalmente, decidí que la mejor opción era tirarlo a la basura.
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Otro trébol de cuatro hojas
ResponderEliminarEncontrar una planta así para muchos es suerte, podrías pasar todo el día buscando... y tu tiempo no habría pasado en vano. Pero, por más difícil que esto sonará hoy en 5 minutos encontré 2; Le ofrecí el primero a una niña pequeñita, le dijé que era de buena suerte y que si sabía conservalo por lo menos durante un día, este suerte le traería, enstusiasmada con mi promesa lo guardó y prometió que lo cuidaría, la pequeñita no lo sabía, pero su promesa le había enseñado que la belleza es difícil de encontrar y felíz me hizo saber que ella aprendió a conservarla y cuidarla como la joya que este trébol escondía.
Esa misma mañana saqué el otro trébol de mi bolsillo buscando aprender más de el... y la lección fue, que al cortar el trébol que con las otras plantas comunes de 3 hojas crecía, se secó y lentamente murió... y así aprendí que si lo bello y extraño esa removido de su fuente de rectitud... tristemente perecería.
El final de este segundo trébol fue triste; a mis lados, otros jovenes de mi edad, entre chistes y risas... se divertían... al ver que el trébol fallecía decidí mostrarles la pequeña maravilla, uno de ellos exclamó "ese no es un trébol" y rapidamente lo tomó y lo arrojó por la ventanilla, y así aprendí la última lección de aquel día. quién tiene ojos para ver y ve, pero no aprende de lo que ve... no podrá ver las belleza de las cosas y la apartará de su vida, perdiendo para esta misma, otra maravilla.