jueves, 30 de diciembre de 2010
El trébol de la mala suerte
Don Carrozi se levantó ese lunes bien temprano para cumplir con el trabajo del campo del que era dueño. Sintió el cuerpo pesado, se despabiló, puso el agua para el mate y salió hacia al ayuntamiento de peones con la pava en una mano y en la otra el amargo. En el camino cortó un trébol de cuatro hojas que crecía del suelo, en medio de una maraña de los mismos, como el pasto alto.
_ ¡Hacha cuero, un trébol de la suerte…_ dijo mientras se prendía un pucho_ o al menos así dicen…!_.
El patrón del campo metió el trébol en el bolsillo del chaleco, y siguió camino. Fue por esas cosas de la vida que al patrón esa tarde se le murió el pingo preferido.
_¡Amalaya..._ dijo sacando el trébol de cuatro hojas del bolsillo_... al fin y al cabo me saliste malo trebolcito… más que de la suerte, sos el de la desgracia… Ya sé lo que voy a hacer… se lo voy a mandar a mi amigo…_dijo y rió largamente_ bueno amigo… se lo voy a mandar a ese coso a ver si me da una alegría…_
Esa misma tarde le llegó una carta al capataz del campo vecino traída por un peón de Don Carrozi. El capataz, se sorprendió de recibir correspondencia de ese viejo mallevado.
El sobre traía una nota con unas pocas palabras y en un pequeño folio: el trébol de cuatro hojas.
_Bueno, gracias… ya podés irte_ le dijo el capataz al peón_ pero no me gusta para nada esto de la carta, seguro que es un gualicho de ese viejo brujo. Ahora nomás le responderé que no estoy dispuesto a recibir más correspondencia de él, y que si me llega a pasar algo sabré de quién es la culpa…_
Cuando terminó de escribir aquello, destruyó la carta del viejo, y mandó a uno de los gauchos que tenía a cargo a que le llevara la suya. Por suerte, se olvidó de destruir el pequeño trébol, que se había deslizado antes de que hiciera un bollo el sobre y ahora reposaba sobre la mesa.
Por la tarde los niños del capataz lo encontraron, y a pesar de que estaba prohibido tocar las cosas del escritorio de papá, se los disputaron para jugar.
_¡Mirá che… uhh… un trébol de la suerte! pero es de papá… shh… vos no digas nada…_
En la mañana siguiente, Cecilia, la mujer del capataz, llevó a los niños a la librería, a comprar un libro que necesitaba para sus estudios universitarios. Facundo, el más grande de ellos, haciendo uso de su superioridad de fuerzas y edad se había apropiado del pequeño trébol. El niño pensaba que con él, la madre le compraría el juguete que tanto quería. Ante la negativa de la madre, el niño se empacó y dejó caer el trébol en el piso.
Así fue cómo el mismo llegó a mis manos. Yo estaba relojeando (discúlpenme el atrevimiento) el trasero de una señorita cuando lo divisé en el piso.
_¡Un trébol de cuatro hojas!_ pensé_ pero deber ser de mentira…_
Al recogerlo, me di cuenta que era real, por lo que me lo metí en el bolsillo. Cuando terminé de hacer mi compra me dirigí hacia el auto. Ya lo estaba sacando cuando sonó la alarma; de despistado me había olvidado el aparatito de la alarma en algún sitió.
Fue por eso que regresé al local a preguntar si lo habían visto, y ante la negativa, hice de nuevo el trayecto recorrido. Nada… y debajo del auto: tampoco. No me quedó otra alternativa que desconectar la alarma para que el auto pudiera marchar.
_Seguro es culpa de ese trébol…_ me dije_ por algo lo habrán dejado en el piso…_
Tuve que ir hasta el trabajo de mi madre y explicarle todo lo que había sucedido. Por suerte, no me dijo nada, pero me advirtió que si se enteraba mi padre cuando llegara a casa, me regañaría. Luego volví, movido por lo que me dijo mi vieja, al lugar dónde había perdido la alarma: pero nada.
Volví a casa resignado, y para mi sorpresa la alarma me la había olvidado allí. Todavía no entiendo como hice para conducir hasta ese lugar sin que la misma se encendiera.
En cuanto al trébol, de tanto palparme el bolsillo para ver si allí estaba el aparato, le había roto una hoja. Ahora, si se lo miraba de lejos, lucía como un trébol normal.
No supe qué hacer con él. Dejarlo en el auto, no era una opción; a ver si alguien chocaba y me echaban la culpa a mí. En el living tampoco, qué le diría a los invitados:
_Éste es un trébol de tres hojas que me encontré, pero antes era de la suerte, allí junto al mismo está la cuarta…_
Finalmente, decidí que la mejor opción era tirarlo a la basura.
martes, 28 de diciembre de 2010
Rutina
Trabajar, comer, coger, escribir, dormir, trabajar, comer, evadir impuestos, coger, dormir, trabajar, comer, ser multado, escribir, coger, dormir, trabajar, comer, coger, ser multado, escribir, dormir, coger, trabajar, comer, escribir, dormir, trabajar, comer, pagar la multa, escribir, dormir, trabajar, comer, jugar al futbol, escribir, no dormir, coger, dormir, trabajar, comer, coger, escribir…
jueves, 23 de diciembre de 2010
Bicho feo
Siempre me
habían molestado esas alimañas del demonio. Nunca en mi vida había visto seres
tan repugnantes: tienen el cuerpo cubierto de verrugas, viven la mayor parte de
sus vidas en pozos, son como ratas que saltan y hasta tienen el poder de dejar
ciego a un perro con su meo.
Es
debido a estas razones y a un sinfín más, que siempre que veía a uno acercarse
a la casa les echaba sal o los pateaba o les cosía la boca y les prendía un
pucho. Los pobrecitos vieras cómo se retorcían y escapaban de allí disparados
(si no es que explotaban antes). Bueno, pobrecitos… pobre de mí, más bien, que
tenía que lidiar con esa plaga de criaturas del demonio que el solo verlas me
hacía santiguarme e invocar a la virgen María.
Lo
que les voy a contar sucedió una tarde, mientras dormía mi siesta dominical.
Como les decía, estaba soñando tranquilamente cuando de repente en mi sueño
comenzó a llover. Y ya me la veía venir, la lluvia traería humedad y con ella a
los invasores; pero yo ya tenía preparado el salero para la ocasión.
Al principio llovía despacito y fue aumentando
paulatinamente, hasta que comenzó a caer piedra. En mi sueño, yo me encontraba paseando por el
jardín de mi casa; la piedra me había obligado a refugiarme en el zaguán de la
misma. La piedra era tal que, además de arruinar mi paseo, había comenzado a
agujerear el techo del zaguán. Y eso no era lo peor de todo: del patio
comenzaban a llegar saltando esas criaturas inmundas que mejor no mencionarlas.
No
me quedó otra alternativa que refugiarme bajo llave en la habitación y esperar
allí, para cuando la tormenta amainara, vengarme de esos invasores comebichos
de los que venimos hablando.
Para
mi desdicha los cascotes no contentos con haber destruido el techo del zaguán,
hicieron lo mismo con el de mi habitación. El viento se volvió fortísimo, e
hizo volar la cerradura de la puerta con llave y todo. Y lo peor sucedió:
¡Ahora los bárbaros no entraban solamente por la puerta sino que también por
las hendiduras del techo, lo que hacía pensar que estaban lloviendo sapos! No
me quedó otra alternativa que cubrirme con la sábana hasta la cabeza; fue
inútil. Los invasores ya estaban sobre las sábanas y las meaban, en la mesita
de luz, sobre la ropa, inspeccionando la televisión.
Arrojé
la sabana cubierta de inmundicia, haciendo volar a un grupo de ellos, y en ese
momento, me desperté dándome cuenta (para mi consuelo) que todo había sido en
sueño. Las sábanas, la mesita de luz, la ropa, todo estaba en su lugar. Pero
sobre la televisón… ¡Santo Dios! había uno de esos bicharracos, gigantesco que
me miraba fijamente en silencio. Parecía ser el rey de su pueblo.
No
atiné a otra cosa que ponerme de rodillas y pedirle perdón. En ese momento me
miró tan fijamente que me hizo prometerle que nunca más volvería a meterme con
uno de ellos.
Luego
se fue saltando desde el televisor a la ventana, que yo había dejado abierta
para que entrara el fresco de la noche.
Así,
de rodillas como estaba, me sentí un estúpido y me di cuenta que en realidad lo
que le tenía era miedo a esas criaturas.
Nunca más
volví a molestar a uno de ellos, ni ellos a mí, por lo que pudimos vivir en paz
y felices para siempre.
martes, 21 de diciembre de 2010
Ulises
Para ese entonces, el círculo de pensadores más prestigioso de estas tierras se preguntaba por el tema de las estrellas y el calendario anual. El problema residía en cómo compensar esas horas que el sol, astro principal, tardaba en recorrer el cielo, esas horas que sobraban del calendario. Esas horas que en teoría existían, pero en la práctica no tenían ni sol ni luna.
Una
ley controversial surgió del consejo de
estos filósofos. Por decreto del rey Cayo y la Asamblea, todos los ciudadanos
de Tebas tendrían un día libre para hacer lo que les diera la gana. Lo
interesante de este decreto era que ese día no contaría en el calendario, por
lo que no importaba lo que el pueblo hiciera. Como si el tiempo se detuviese,
nadie lo tendría en cuenta. La única condición fue, que antes de que cayera el
sol, cada ciudadano debía deshacer todo lo que había hecho antes. De ese modo
no quedarían vestigios de ese día suplementario.
Los gallos
no cantaron esa mañana, el rey los había prohibido. Leónidas hijo de Juliun,
asistió al mercado como lo hacía todas las mañanas. No obstante, en sus ojos se
vislumbraba que se traía algo entre manos. Si los guardias lo hubieran visto,
lo hubieran detenido y dado cárcel. Pero como realmente nadie recordaría lo que
sucedería ese día, lo dejaron hacer. Se dirigió directamente hasta las tiendas
de los panaderos y, amenazándolos con un puñal, se robó cuanto oro, plata y
gallina poseía la competencia de su padre. Luego vendió las gallinas y usó el
dinero para llevar, aunque sea por ese día, una vida sin preocuparse por las
pasiones que tanto criticaban los pensadores de la época.
Helena hija
de Ajax, aprovechó el día para llevarle el almuerzo envenenado a su marido. Se
vengaría como nunca de los maltratos y desatenciones que éste le había
propinado. El veneno estaba esparcido por toda la comida, inclusive en el pan
que ella misma había amasado especialmente para la ocasión. Cabe destacar que
el marido se sorprendió ante tal servicio de su mujer:
_Parece que con el tiempo te has
vuelto virtuosa mujer_ le dijo éste_ pero no te agradeceré, porque tengo miedo
que con mi aprobación se te vuelva lo bruta_
A
continuación largó una carcajada, y comenzó con el almuerzo. La risa le duró
hasta hecha la digestión, cuando empezó a sentirse descompuesto. Helena,
haciendo provecho de la indisposición de su marido, se fue al mercado con la
escusa de que iba a comprar medicamentos para el enfermo.
Giles,
hijo de George se tomó el día para gastar su salario en el reñidero. Aunque no
lo crean le fue muy bien, y con el dinero obtenido se compró el gallo preferido.
Además de caer en el vicio, cometió el error de llevarse el gallo a la casa. Su
esposa, pensado que era una gallinácea común y corriente, lo metió en el corral
y mandó a su niño más pequeño a que recogiera los huevos. El chiquito volvió
todo rasguñado, diciendo entre lágrimas que todas las gallinas habían muerto.
Ulises, por
su parte, no dudó un segundo en realizar el plan que los dioses le habían
obsequiado a través de su inteligencia. Para cuando el sol estuvo sobre su
cabeza, se dirigió directamente hasta la casa de Eladia, hija de Eryx, una
joven moza de la que estaba perdidamente enamorado. Llamó a la puerta y salió
Eryx, padre de la muchacha. Ulises sintió la necesidad de que se lo tragara la
tierra y, de no ser posible esto, poder aunque sea ocultar su cabeza como un
avetruz.
A este joven nunca le habían interesado las
riquezas ni la gloria, sí el amor de una mujer. Pero como era tímido, aún no se
había animado a demostrar sus sentimientos por ella
_Qué se te ofrece Ulises, hijo de
Dorio_ le preguntó el hombre.
_Ve… Vengo a hacerle una proposición
con respecto a su hija…_ respondió el muchacho
_¡Pasá entonces, y hablá rápido que no
tengo todo día!_
El
hombre hizo pasar a Ulises y le mostró un lugar donde sentarse. Luego echó de
la sala a Eladia que, como sospechaba que hablarían de ella, tenía la intención
de participar en la conversación.
_Como le dije, el asunto por el que
vine a recibir su hospitalidad…_ dijo Ulises
_¡Hablá de una vez, por Zeus!_
_¡Bueno!_ dijo sobresaltado_ vengo a
pedir la mano de su hija…_
_¡Ahh, con que ese era el asunto…!_
_Si, yo puedo sostener el matrimonio
con mi trabajo… y a cambio su hija le daría unos bellos nietos…_
_Mirá, querido…_ dijo el hombre pero
fue interrumpido por su hija.
_¡Qué deshonra, si querías mi mano
hubieras hablado primero conmigo_ gritó Eladia_ y encima te pensás que yo
tendré que pagar por el matrimonio con hijos que vos me dieras!_
_¡Silencio arpía, al dormitorio!_
ordenó su padre.
_Señor… disculpemé…_ dijo Ulises
_No se hable más muchacho, no se hable
más…_ le dijo el hombre_ ahora andate a tu casa y disculpá la falta de
hospitalidad de nuestra parte_
_Está bien señor, disculpemé…_
_Adiós…_
Ulises
dejó la casa, cabizbajo. Cayo le había dado un día en el que podría hacer lo
que quisiera, los dioses un plan, pero ninguna de las dos cosas las había
sabido aprovechar. Sentía en su pecho el corazón oprimido, casi no le latía. Y
para peor el crepúsculo se acercaba, y con él, el deshacer. Solo pensar que
tenía que volver a casa de Eladia, para echar atrás la preposición que le había
hecho, le carcomía el alma.
El
día llegó a su fin, y el rey se encargó de impartir justicia. A Leónidas, hijo
de Juliun, se le obligó a devolver todo el dinero robado. Éste se resistió, y
por eso lo encarcelaron. A Helena, hija de Ajax, se le obligó a vender todo lo
que había comprado en el mercado. Con ese dinero debió comprar medicamentos
para su esposo. Además la asamblea le ordenó velar por él por el resto de sus
días. Giles, hijo de George, mató al gallo preferido y al terminar el día le
devolvieron las gallinas que habían muerto. Éste se quejó y pidió que también
le devolvieran el dinero que había derrochado en el gallo, pero Cayo dijo que
demasiado que los dioses le habían conservado la vida a hijo. Giles, hijo de
George quedó indemnizado con estas palabras.
Cuando
el caso de Ulises llegó a las manos del rey, éste de se estremeció al ver
semejante inocencia. Dudó un segundo si eximirlo de su devolución pero, despejando
la justicia de las pasiones, decidió que Ulises debía cumplir con el decreto al
igual que el resto de los hombres y mujeres libres.
Ulises
se hallaba en su casa, masticando su desdicha, cuando golpearon a la puerta.
_¡Ulises, hijo de Dorio, abrí la puerta
es hora de cumplir con el decreto…!_ dijo una voz.
Eran
los guardias que lo escoltarían a la casa de Eladia, en silencio, escudriñado
por las miradas de los otros ciudadanos que comentarían su desdicha.
_¡Abra la puerta Eryx, hijo de Ambrose,
aquí está el muchacho que esta mañana pidió la mano de su hija!_ llamaron los
guardias.
Erix,
hijo de Ambrose, salió a la puerta.
_Son bienvenidos a mi casa, guardias
del rey, pero prefiero que pase solamente quien tenga algo que hacer aquí_ dijo
el hombre.
Los
guardias aceptaron esperar afuera.
_Bienvenido otra vez, Ulises, hijo de
Dorio, siéntate y siéntete como en tu casa_
Ulises
agradeció. Luego el hombre llamó a su hija y la hizo sentar al lado suyo.
_¿No tenés nada que decirle a este
muchacho, hija mía…?_
_No_
_¡Hija…!_
_Bueno, sí, que siento mucho la falta
de hospitalidad de ésta mañana…_
Ulises
aceptó sus disculpas, y a continuación él se disculpó:
_Vengo a deshacer por decreto de Layo
lo propuesto ésta mañana, aunque mi corazón me diga lo contrario…_
_Decretos son decretos hijo de Dorio…_
_Sí, Señor…_
_Pero, padre…_
_Usted se calla hija…_
_Sí, padre_
_Puedes retirarte, luego de saludar a
la visita…
_Adiós Ulises hijo de Dorio, adiós
padre…_
_Adiós…_
_Adiós hija_
_Pero, padre…_ dijo volviéndose
_ ¡Adiós hija!_ dijo el hombre_ Y
ahora si me lo permite lo voy a despachar a usted también joven Ulises. Este
viejo tiene que irse a descansar…_.
_De acuerdo señor…_ respondió Ulises.
Ulises
había perdido toda esperanza, solo pensaba en dejar que los guardias lo escoltaran
a su casa y allí dormir para tratar de olvidad.
Estaba
yéndose, cuando alguien le chistó. Era el padre de la muchacha que lo llamaba. Había
caído la noche y no se veía mucho, por lo que los guardias no notaron que el
escoltado se volvía.
_Escuchemé…_ le dijo el hombre_ con
respecto a mi hija…_
_Si, dígame_
_Pase mañana, que será otro día y
hablaremos ya sin decreto por medio…_
_Si, señor_ respondió Ulises y no pudo
disimular una sonrisa
_Sí, ríete ahora porque cuando estés
casado…_ dijo y rió el anciano también_ y ahora vete y procura no mencionarle
nada a los guardias…_
_Gracias Señor.
Ningún
hombre libre tuvo por voluntad recordar aquel día en que el tiempo dejó de
correr sin dejar ganadores ni perdedores. Ninguno menos Ulises. Es gracias a él
que esta historia todavía se recuerda…
domingo, 19 de diciembre de 2010
El ladrón por la mañana
Había sido una noche espectacular. Mina que seducía, mina que me comía. Encima el barman era amigo de un amigo y por eso nos había dejado canilla libre de fernet. Así que imagínense: las minas, el fernet, el calor que hacía dentro del boliche, y demás hicieron que me pusiera de la cabeza.
Aunque a esa mezcla no se la recomiendo a nadie, les digo que la venía pasando muy bien. Y digo venía porque ya terminada la fiesta, y cada uno yéndose para su casa me vengo a dar cuenta de que el Reno´ 9 de mi viejo no estaba donde lo había dejado.
_¿Boludo… estás seguro que no te viniste a pie?_ me preguntaba constantemente un amigo.
Ni bien vi que el Reno ´no estaba, supe que todo aquello era una de las bromas pesadas de Pablo Ricci, mi archienemigo de toda la vida.
Lo maldije, mandé a la mierda a mi amigo y me corté (solo aunque toda la banda me tildara de ortiva). Fui directamente hasta la comisaría, y casualmente me encontré con el oficial Rodríguez que era amigo mío.
El muy hijo de su madre no me quiso hacer la denuncia policial, argumentando que yo estaba borracho
_¿Cómo no voy a estar borracho…_ le dije_ si recién estuve tomando con vos en el boliche?_
Finalmente, lo mande al carajo también al oficial (que si no hubiera estado borracho me hubiera arrestado) y me fui directamente a la casa del pesado bromista en busca de una respuesta.
A mi encuentro salió la madre del pibe, envuelta en un bata. En ese momento recordé que ella siempre había sido muy macanuda con todo el mundo
_Es imposible que Pablito haya hecho una cosa así…_ me dijo y el viento le corrió la bata_ ¿Estás seguro vos, no querés pasar y lo hablamos bien?
Le agradecí, pero me negué a su invitación. Antes de irme oí cómo la madre refunfuñaba, y en ese momento recordé que había perdido el Renó.
Ya podía escuchar el llamada de atención (por no decir cagada a pedo) que mi padre me iba a dar. Tenía que buscar un placebo, algo que calmara la flamante ira de mi viejo.
En el estado en que estaba, no se me ocurrió otra cosa que pasar por la panadería y comprar una docena de facturas.
Así emprendí mi vieja de vuelta a casa.
Estando a unas pocas cuadras del lugar, apareció un tipo corriendo. Llevaba a cuestas muchas bolsas de papel blancas de las que se asomaban pedazos de pan y facturas. Me preguntó una dirección (la estación) y como vivo en este pueblo desde que tengo uso de razón, yo le supe indicar que camino tenía que tomar.
El tipo me agradeció y haciendo un movimiento extraño siguió con su trote ligero.
_Parecía buen tipo…_ pensé.
No hice ni media cuadra que un patrullero me paró. Era el oficial Rodriguez preguntándome si no habían visto a un tipo que andaba robando facturas. En efecto, yo ya no tenía la docena de facturas que había comprado en la panadería.
_Chambón…_ ledije.
_Qué va a ser…_ me dijo_ che la oficial Dera me dijo que habías venido a hacer una denuncia por robo de vehículo, ¿le pasó algo al Reno ´ 9?
No me dejó explicarle ni el comienzo de la historia, que lo llamaron por la radio informándole que el ladrón de facturas había atacado de nuevo y que debía presentarse urgentemente en el lugar.
_¿Y por qué no hiciste la denuncia?_ fue lo único que me dijo
Yo estaba desesperanzado. Me habían robado el Renó 9.Había ido a la comisaría y no me habían querido hacer la denuncia ( y eso que tenía un amigo adentro). Había comprado facturas para que mi viejo no me regañara y también me las había robado. Al fin de cuentas, me quería matar…
En el camino a casa, pasé de nuevo por el boliche y maldije a Ricci y me acordé de su madre. El auto estaba justo donde lo había dejado.
martes, 14 de diciembre de 2010
Beatle
Él era un
joven estudiante de ingeniería; ella una contadora pública de larga trayectoria.
Se conocieron en la sala de los consultorios médicos de la ciudad de P. de la
que ella era dueña y él paciente del Lic. F., que atendía en ese lugar.
Desde
el momento que la vio, quedó herido por la flecha de Cupido y, aunque no lo
supiera, en el fondo de su corazón empezaba a anhelarla más allá de cualquier
impedimento. Ese amor estaba basado en un fuerte atracción sexual (que se
justificaba) pero que obviamente, prefirió reprimir para no quedar fuera de la
moratoria social, aquella que todos seguimos como una brújula al norte.
Ella
también se sintió atraída por el joven muchacho (a pesar de ser mucho mayor que
él) pero a priori no estaba dispuesta a conceder tal irracionalidad. Sumando a
esto, poseía una familia bien
establecida, un marido, hijos, cuñados,
etc.
Como una
especie de placebo a esa pulsión, ella decidió ofrecerle un bomboncito de
chocolate para pasar el rato (cuasiplusválico) que se origina entre los turnos
de cada paciente. Él agradeció, y a esa cortesía hubiera querido agregarle un
“gracias, linda” pero su afición a las moratorias sociales le pudo otra vez.
Luego
el Lic. F. lo llamó e hizo pasar para comenzar con la sesión semanal.
Casualmente, en la misma, el psicólogo le preguntó qué clase de mujeres le
gustaban.
_ Usted sabe F. que no sé exactamente por
qué, pero a mi me gustan las mujeres tetonas…_
A
esa respuesta el analista pidió que se explayara más, solo para detenerse en
ese punto y, de ese modo, como enseñó Freud, entrar en la intimidad de la
persona.
_ ¿Pero que tipo de tetonas le gustan,
las naturales, las viejas, las descomunales, las pequeñas?_
A
ello, él se puso colorado y solo pudo contestar dos palabras:
_Las viejas…_
Esas
dos palabras causaron la pérdida del Lic. F. que, dejando atrás toda su
trayectoria profesional, todos sus estudios, todos sus refucilos de ética, se
dejó arrastrar por una simple curiosidad personal.
_ ¿Pero viejas como cuáles, como la
secretaria, como la Chicholina…?
El
paciente no quiso continuar con el tema de conversación, dando como única
respuesta el asentir con la cabeza. Y al analista le brilló un resplandor en la
pupila que lo hizo recordar sus respectivos roles.
El
joven dejó aquel día el consultorio del Lic. F. con la desesperanza de que ella
nunca le pertenecería, que era un mujer mayor, y que él estaba rodeado miles de
minas de su misma edad que nunca le prestarían atención. Pero a esta clase de
pacientes cuando se les mete algo en la cabeza es muy difícil que alguien
(inclusive él) se lo pueda sacar.
La
siguiente semana le dió charla, indagando la beta de la conquista. Le llevó
flores con la mentira de que en su pueblo se festejaba el día de la secretaria;
la otra bombones, con la escusa de que se los enviaba especialmente su madre,
que quería saludarla por su buena disposición para con su hijo. A la cuarta vez pidió el último turno y
llegó, por esas casualidades, extremadamente temprano. Se le fue acercando poco
a poco; al principio ella se resistió. Cuando el Lic. F. llamó al próximo
paciente, lo encontró coqueteando con su secretaria, comprobando sus sospechas.
En
otra ocasión, ella le pidió a él que le ayudara a llevar unos papeles hasta su
auto, y luego que la acompañarla a casa porque no se sentía segura a esas horas
de la noche. Él aceptó sin objeciones.
En
la casa no había nadie, su esposo se había ido a la cena del Rotary club y sus
hijos habían quedado con sus abuelos maternos. Ella lo sedujo, él la besó. Ella
se desbrochó la camisa y lo invitó a pasar a la alcoba.
Lo
que sucedió entre ambos se repitió durante algunas semanas; como es común los
rumores de aquella relación corrieron rápido por la ciudad. El marido se enteró
y comenzó a sospechar del psicoanalista. El Lic. F. se declaró incompetente y
derivó al paciente con otro profesional.
Ella decidió hablar con él:
_ Las cosas no andan bien en casa,
perdoname pero lo nuestro fue muy lindo, pero se terminó…_
Él
le pidió que sacrificara su familia y su trabajo si era necesario. Ella le dio
esta respuesta cómo única razón:
_ Es como dice la canción: tu amor es
único pero no es mi único amor…
domingo, 12 de diciembre de 2010
Alfa
La fiesta tomaba lugar en la casa de mi tía, en
La Plata. Era el cumpleaños tío Rubén. Por alguna razón, mi tío, aquel que
antes me contara esos cuentos que parecían sacados de un fantasy, me tenía
podrido con sus reproches.
_ Sobrino,
haz esto…_
_Sobrino,
haz lo otro…_
_No,
sobrino, no lo hagas así, hazlo así…_
Es por eso que me harté, y le tiré
el plato de comida por la cabeza manchándolo todo con tuco. Luego me di a la
fuga.
Inteligentemente, me había hecho de
algunas monedas (acto que no sé de que novela la habré sacado) para pagarme el
viaje de tren de regreso a Cañuelas.
Corrí como una flecha, doblando la
esquina y luego todo derecho por calle 44. Detrás de mí se oían las sirenas, me
empezaba a faltar el aire, tosía mucho (y eso que nunca había fumado).
Llegando ya a la estación de trenes,
me sentí rodeado, por lo que escondí las monedas en un lugar seguro (eso
también lo habré sacado de esa novela). Ya la policía estaba encima mío y me
sentí vencido. Para mi sorpresa no me detuvieron a mí, sino a otro que pasaba
por al lado.
Ya en la estación, me doy cuenta que
para mi desgracia había un solo tren. De convictos. Supuse que no me quedaba
otra alternativa más que hacerme pasar por uno de ellos para llegar a mi
destino.
Es por eso que me rasgué las
vestiduras, me despeiné y entré al vagón esquivando al guardia y haciéndome el
desentendido.
Ya adentro, me entero que en el tren
había una bomba, que algún malhechor quería hacerlo explotar y así acabar con
tanta delincuencia. Para colmo viajábamos todos apretados, como animales. Y los
convictos empezaban a dudar de mi procedencia.
Fue así que uno de ellos, (el más
buchón de todos) le avisó al guarda que había un convicto que no estaba rapado
y que tampoco vestía mameluco naranja, que fuera y lo viera con sus propios
ojos.
Para mi sorpresa, el guardia no era otro
que el Mengo, un amigo mío. Estaba vestido -si vieras que elegante y vil- como
un oficial. Vino, me examinó detenidamente, y de un bastonazo me redujo en el
suelo.
-¡Viste,
cómo lo intuías, los nazis toman el país y al Mengo lo nombran oficial…! -me
dijo y se rió
-Con que
queriéndote pasar por un convicto para escapar a tu destino ehh… eso no está
bien… para nada bien…
Luego me ordenó que me pusiera de
pie, y me informó que ya estabamos llegando a la estación de Cañuelas, que allí
me bajaría y que el tren seguiría su marcha.
Y eso hice, y fui a mi casa a dormir
porque al otro día tendría que ir a la escuela.
II
El tren siguió su marcha y desencadenó lo que
nadie esperaba: los nazis invadía el país. La idea era sacarlo adelante, y si
éste no cedía, sacarlo adelante de los pelos.
Para ese entonces yo iba a primer
año de la escuela secundaria. El colegio al que asistía también había sido tomado por los
alemanes. Tal es así, que para inicio de clases vendrían el papa y sus más
importantes cardenales a bendecirlo.
La enseñanza dio un giro de 180º. Se
había vuelto totalmente rigurosa. Tanto, que los profesores debían declararse
partidarios del partido nazi para ejercer el cargo.
A mis compañeros y a mi se nos
ocurrió armar una revuelta para protestar por los malos tratos, y todo hacerlo
en presencia del papa y sus obispos.
Para empezar decidimos hacer las
clases más divertidas. El punto estaba en reírnos en la cara de los profesores para
mostrarles que con esos métodos no aprendíamos nada. Para eso, haríamos “la
ola” en el medio de la clase y contaríamos chistes lo más descarados posibles.
III
Este hecho que les voy a contar, sucedió en la
clase de Música. Estábamos por hacer la ola y preparando los chistes. Yo debía
ser el primero en levantarme y alzar los brazos. Así la ola se daría por
comenzada; con tanta mala suerte que el profesor me pescó con las manos en la
maza.
Cómo se puso ese cristiano, los ojos rojo fuego
y me gritaba desde arriba del banco. Parecía el führer dando un discurso en sus
mejores días. Luego ordenó, que me metieran en una bolsa y me llevaran a la
dirección para castigarme.
En la dirección estaban el papa y sus
cardenales, por lo que me sacaron afuera arrastrándome y me llevaron al tren de
los presidiarios.
Me temí que el castigo fuera duro. Para suerte
mía, el Mengo me reconoció de nuevo:
-¡Otra vez
vos acá… es la última vez que te lo digo- me dijo riendo mientras el tren
partía.
-¿La
próxima vez olvidaré que somos amigos, ok?
Así fue como quedé libre no solo de
la escuela, sino también del castigo y la muerte.
Los nazis no duraron mucho en el
poder. De un día para otro la Iglesia les dio la espalda, y con ella el pueblo
entero. Ahora son solo parte de la historia.
En cuanto al Mengo, hasta donde
averigüé lo habían trasladado a un campo de concentración comunista. Lo cierto
es que varias veces intenté retomar contacto con él, sin suerte. Sus palabras
de aliento arriba del tren me acompañan hasta hoy día
El regreso de Dextre
De lo que fue del pueblo que les voy a contar, fue de aquel en el que viví por un corto período de tiempo. Su Nombre es C… y, como les venía diciendo, yo tendría unos 15, 16 años cuando viví allí. Mi madre pensó que sería un buen lugar para que yo creciera, por eso decidió que nos moviéramos de nuestro país de origen a aquella localidad.
Ni bien arribé a la estación de trenes, un robot pequeñito (que lo tenía de algún lado) llamado Matetito, me dio la bienvenida y me indicó que él sería mi acompañante durante mi estadía. Más tarde me di cuenta que todo el mundo contaba con uno.
_Deberá ser de industria nacional…_ pensé.
Le dije que quería ir hasta el barrio Los Aromos a visitar a unos viejos amigos. El robot me informó que no había remises disponibles en ese momento y que si gustaba podíamos ir caminando. Respondí que si, y esa no fue una buena decisión… Matetito caminaba a paso de tortuga, lo que me hacía tener que estar esperándolo cada 20 metros. Es por eso que como conocía el camino me adelanté.
_ No se preocupe por mí_ dijo y suspiró_ luego lo alcanzo…
A mitad de camino se me cruzó en el medio de la calle un colectivo de la línea 51. Pensé que el chofer se había vuelto loco.
_Andrés…_ me dijo.
_Si ¿quién eres?_ le pregunté
Aquel no era otro que Jesús, uno de los chicos del grupo misionero. Había perdido la mayor parte del cabello, pero sus rasgos se mantenían intactos como cuando tenía 20 años.
_Bueno…_ les dijo a los pasajeros_ todos abajo… esté bondi queda fuera de servicio..._
La gente puso el grito en el cielo, mas a Jesús no le importó mucho y pisó el acelerador a fondo. En el camino le conté ya me había recibido y como estaba de tiempo libre quería visitar a viejos amigos. No tuve la posibilidad de hablar mucho con él porque, a la velocidad que íbamos, llegamos a destino en un abrir y cerrar de ojos (y por calle de tierra).
_Bueno loco, acá te dejo, tengo que seguir laburando…_me dijo
_Bueno, ¿pero te puedo pedir un favor?_ le pregunté_ dejé a mi acompañante en el camino ¿lo podrías traer hasta la plaza del barrio?_
_Ahora, cuando vuelva de la estación te lo traigo_ me dijo_ ¿Un Matetito me dijiste que era el robot, no?_
_Así es, gracias…_
_De nada loco, nos vemos…_
En la plaza lo encontré a Facundo tomando aire debajo de un árbol.
_Locooo…_ me saludó.
No había cambiado mucho. Se había dejado la barba larga y ya peinaba algunas canas. Todavía llevaba colgaba la vieja cruz de misionero.
_¿Cómo vas, qué es de tu vida?_ le pregunté.
_Bien_ me dijo_ me consagré definitivamente a la misión y ahora vivo en el barrio. También sigo tocando el bombo, formé una banda y no hay peña de la que no nos llamen, y no sabés… las minas se vuelven locas. Pero que no me escuche mi mujer porque me mata…
_Ahh, te casaste…_le dije
_Si, y vos… ¿qué contás tanto tiempo?_
_Yo bien, aprovechando el tiempo libre para visitar a viejos amigos.Has visto que ahora con los aviones de la estratósfera, se puede estar en una hora en cualquier lugar… Pero cuéntame que fue de los demás chicos…_
_Ahh, si, mirá, Iván está tocando en este momento la guitarra en la plaza, allá en el banco que está cerca de los juegos, ¿lo ves?_
_Si, ahí lo veo, gracias.
Lo saludé y me fui directo al encuentro con Iván. Como me había dicho Facundo, estaba tocando la guitarra y al lado tenía la gorra de las monedas. Estaba tocando una canción de Metálica.
_Hola Iván, ¿cómo vas?_ lo saludé y dejó de tocar.
_..._
_ Disculpa, me había olvidado que eras un hombre de pocas palabras…_
_..._
Se levantó y me dio un abrazo. Hizo montoncito con ambas manos y entendí que me preguntaba qué estaba haciendo por allí.
_ Tenía ganas de volver a verlos…_
Ésta vez lo hizo con una sola mano.
_Bien, gracias ¿y tú?_ le respondí.
Me levantó el pulgar, luego me hizo la mímica de una guitarra en el aire. Frotó sus dedos pulgar e índice y me señaló la gorra.
_ Qué bien_ le respondí_ ¿y de esos vives?
Pareció enojarse cuando le pregunté aquello porque sacudió con fuerza su dedo índice de un lado a otro. Otra vez me hizo la guitarra en el aire y me mostró con la mano distintos talles de altura.
_ ¡Ahh, con que tenés pupilos…!_
Asintió con la cabeza y me dio otro abrazo. Parecía contento de verme.
_¿ Y sabés algo de los demás chicos?_
Pareció asustarse cuando le pregunté eso. Me hizo el gesto del pelo hasta la espalda y luego levantó sus manos en forma de garras.
_ No te entiendo bien_ le dije…_
Me señaló la calle por la que tenía que ir, se llevó el índice al párpado (como diciendo que tuviera cuidado) y se tocó la falange del dedo anular. Lo saludé y mientras me iba me deleitó con un pedazo de un tema de los Beatles.
No hice muchas cuadras cuando la vi. Era Giselle, la pelirroja de pelo hasta la cintura (o al menos hasta allí lo tenía antes de irme). Parecía que todos estos años se lo había dejado crecer porque casi le tocaba el piso. Además al parecer se lo había cuidado de tal manera que podía contralarlo a voluntad. Es por eso que lo usaba para fines prácticos (además de los ya conocidos por la ciencia).
La llamé y el pelo se le hizo una especie de fonógrafo que le permitía escuchar a la distancia. Después (cual las cadenas de Andrómeda) le señaló de dónde venía el sonido por lo que vino a mi encuentro.
_¿Cómo estás Giselle?_ le dije y el cabello se le erizó (como el de un gato enojado) y la hizo parecer una poderosa bruja.
_¿Quién sos, y qué querés?_ me preguntó con recelo.
_Soy yo, Andrés, ¿no te acordás de mi…?_ le respondí
_Hey, Andrés, ¿cómo estás?_ me dijo y recogió su cabello formando una hermosa trenza roja_ disculpame, es que este pelo es muy desconfiado. Contame que hacés por acá...
Le conté lo mismo que le había dicho a los otros chicos (ya me estaba cansado de explicar siempre lo mismo). A continuación le pregunté por su cabello.
_ Si, he aprendido a controlarlo a mi gusto… _ me dijo_ pero estoy harta de que me pregunten por él, así que me lo voy a cortar de una vez por todas…_
Su pelo pareció escucharla porque se puso como loco. Las mechas se revolvían y se le iban a la cara. Al final, la cabeza le quedó hecha una melena de león.
_¡Bueno, basta, quietito…!_ le ordenó Giselle, y el susodicho (como un cachorro asustado) se le alisó por la espalda para allí quedarse.
Estaba preguntándole por su estado sentimental, cuando llegó Matetito transpirando aceite. Traía un mensaje para mí.
_ Señor_ dijo entre silbidos_ su amigo Germán desea recibirlo en su casa.
Mi corazón se llenó de alegría, si había alguien a quienes quería ver era a los mellis. Me sorprendí al enterarme que seguía viviendo en el mismo lugar de siempre. Toqué timbre y a mi encuentro salieron dos perros mecánicos que ladraban con sonido a metal.
_¡Andrecito…!_me dijo una voz_ ¿cómo estás?_
Eran Germán uno de los mellis que me hablaba por el portero.
_Esperá que desactivo los perros, sino me van a comer vivo a mi también…_ me dijo
Me hizo pasar y me ofreció tomar unos mates. Le dije que prefería un té (él sacó el agua un rato antes de que hirviera, llenó el termo y con lo que quedó hizo té). Hablamos un rato largo. Me contó que se había dedicado al comercio de colchones y que le iba muy bien. Luego me hizo las preguntas itinerantes por lo que yo también le conté de mi vida. Le conté que había visto a un par de chicos y a continuación le pregunté por los demás:
_ ¿Cómo anda Clara?_
_¿Qué Clara? no te entiendo_
_¡Clara, esa chica…!_
_¿Quién el Tucán…?_
_Nada, olvídalo…_le dije_ ¿y qué fue de Jerusalen? Cuéntame…_
_Jerusalen se casó hace un tiempo con Luciano Pereira…_
_¿En serio me decís, con el cantante?_
_Nooo… con Luciano Pereira Martinez el contador público…_
_Ahh… mirá, la hizo bien…_
_La verdad…_
Cuando le pregunté por su hermano me dijo que en ese momento estaba de visita en el asilo de ancianos. Ya se había terminado el agua del termo por lo que le ordenó a mi robot que si su dueño quería, que lo lleve directamente al asilo. Yo acepté.
_Señor…_me dijo el robot_ el colectivo de su amigo Jesús ya está de vuelta en el barrio. Si lo desea podemos tomarlo_
_ Si Matetito, vamos a la parada_
Los saludé al melli y prometí que volvería. En el camino Matetito se retrasó otra vez. Volví para regañarlo, pero él en cambio mepresentó con una solución.
_Señor…_ me dijo_ si lo desea puedo encender mis propulsores para ir volando_
_No lo sé Matetito, no confío en tu modelo_
_No se preocupe por eso Señor, soy 100% industria nacional_
_Bueno, a ver…
Creo que haber aceptado fue el segundo error que cometí en el día. Parece que los propulsores estaban tapados porque fallaban. El vuelo fue de a rato parejo, de a ratos turbulento.
Llegamos a la parada justo para cuando el colectivo se acercaba. Jesús me hizo una propuesta un tanto indecente:
_Loco… te juego una picada, yo con mi 51 y vos con ese Matetito_
_¿Estás loco vos?_
_Si, así nomás te lo digo. Yo hago bajar a toda esta gente y te corro…_
No llegué a responderle, que Matetito encendió sus propulsores. Corrimos por la calle que entra al pueblo a toda velocidad. Yo tenía el corazón en la boca. Temía que Matetito se destartalara todo y rodáramos por el piso. Al llegar a la estación se nos cruzó una S100 y ambos pegamos la frenada. Jesús se la puso con la camioneta; Matetito atinó a levantar el vuelvo para esquivarla.
_ Bueno loco… me ganaste_ me dijo Jesús_ ahora llamo a la grúa y me voy para mi casa, total me lo tienen que pagar por bueno…_
Ambos nos reimos. Matetito estaba contento. Lo tuve que regañar y hacerle prometer por sus circuitos que no lo volvería a hacer.
En el Asilo me lo encontré a José, el otro melli. Como me había dicho Germán estaba de visita al hogar. Le pregunté si había alguien conocido allí y en ese momento apreció el padre Alejandro. Estaba todo musculoso y vestía una bata verde como las de oficiar misa.
_¿Y el padre Mario…?_ le pregunté
_..._
_No me digas que…_
_No, está retirado_ me dijo José_ ahora se dedica a el oficio de Batman.
_¿Y Federico, el seminarista?_
_Es el cura párroco y también trabaja de Robin para el padre Mario_
_Y no me digas que la sacristán es batichica…_
Nos reímos un largo rato. Se hizo de noche y Matetito me avisó que tenía que tomar mi vuelo de regreso a mi país. Abracé a José y le dije que le dejaba saludos para cada uno de los chicos que había visto (y a los que no también)
Al llegar a la estación le di las gracias a Matetito y a continuación éste se autodestruyó.
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