Don Florencio, despertó esa mañana cansado. Notó que
su dolor provenía del catéter del suero que le habían puesto mientras dormía.
Se cumplían seis largos meses desde que fuera internado en el hospital Gutiérrez,
debido a una repentina convulsión. Los estudios le habían descubierto un tumor
en el cerebro escondido desde hace vario tiempo. Estoy podrido de estar acá y
los médicos habían sido optimistas diciéndole que a los seis meses estaría en
su casa disfrutando de sus nietos, de su José Saramago, su Página 12 y Marito,
su perro.
Por la tarde recibió la visita de su
sobrino Isidro, quien le leyó unas poesías que había escrito. Las mismas
estaban dedicadas al Capitán Alatriste
y le gustaron tanto que su tío le pidió que le trajera los libros. No podés
leer pero te voy a traer la película. Promesa. El muchacho se estaba yendo
cuando su tío comenzó a exitarse. Por tal motivo tuvo que llamar a la enfermera.
Esa noche la pasó muy mal, convulsiones y ataques de
ira en sus momentos de vigilia. Decidieron doparlo para calmarle el dolor y que
no se arrancara el alma de un tirón. Hay que operarlo, el cáncer se expande. Es
una operación riesgosa pero no hay otra opción es una bomba de tiempo.
Mientras estaba en el quirófano, le
pareció que uno de los doctores vestía de negro. La sala estaba bien iluminada,
tan iluminada como los campos de Flandes en un medio día de batalla. El gorro
de plástico tenía las alas hecha jirones, la mano con el cateter era un florete,
y la piel reseca eran atuendos desgastados del mil siecientos.
En frente, el ejército Sueco,
comandado por la mismísima Muerte. El médico del tercio español que le curaba
una herida en la cabeza. La voz de carga y el pecho bien inflado, gritos. Florencio
herido, arriba mi Capitán.
Cara a cara con la Muerte, armada
con una guadaña. El capitán Alatriste sedado por tanto dolor, ahora la miraba de
frente. La Parca levantaba su hoz, él sonreía. Reía a carcajadas cuando lo
cortó al medio. Su cuerpo en dos mitades era un chiste mal contado que igual
daba gracia. La muerte, ofendida en lo profundo de su ego, retrotraía el
recuerdo de la risa en la niñez y la depositaba en su víctima. Detrás de la Liche
estaba su Dios cristiano; el capitán no dejó de reir. Se estaban yendo. La nada
no duele es con la existencia que entra el dolor al mundo.
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"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":