sábado, 7 de agosto de 2010

El duelista del alfiler




Corría el año mil ochocientos y tantos en Paris. Una mujer y un hombre estaban conversando frente a la Iglesia para la salida de misa. Ambos estaban bien vestidos. El hombre de traje, sombrero y florete envainado. La muchacha con un vestido beige, un pañuelo celeste claro en la cabeza (sostenido por un alfiler) y una sombrilla que hacíale juego con ambos. Era el momento perfecto para que se enamoraran, parecía que nada podía interponerse entre ellos.
Y de repente, un hombre mal vestido pasó, y se llevó por delante al caballero, haciéndole volar el sombrero.
- ¡Oiga, qué hace!- dijo éste último.
               El otro hombre no pidió disculpas, ni emitió palabra alguna. En cambio, se quedó mirando a la muchacha de arriba abajo, con cara de maniático.
               Hasta allí todo bien; el primer caballero se restableció y siguió hablando con su interlocutora. Ahora dábale la espalda al mal vestido. Este hecho hizo que no pudiera verle los gestos que le hacía a su mujer.
En eso, el caballero oyó que el segundo hombre decía: “Como quieres que te quiera,  sirena , si al que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera. Oh esos ojos de desieto, yo muero, yo muero… por esos ojos simplemente yo, muero, hip”. Y luego agregó: “hurra.”
               Imagínense como se puso el hombre del sombrero y florete envainado. Se le hincho la vena a más no poder, desfigurándosele completamente el rostro.
               “¡Idiota, qué falta de respe…!” dijo pero no pudo terminar: un bofetazo de guate lo sorprendió. Cuando su cerebro se acomodó, vio que el de los harapos estaba armado con una especie de arma larga envainada a la cintura.
               Se oyó un ruido metálico. Efectivamente, tanto el vagabundo como el caballero habían desenvainado sus armas.
Para sorpresa de todos, la del primero no era otra cosa que un pequeño alfiler de coser, nada, comparado con el florete del gentilhombre.
-¡Qué rayos!- dijo el caballero.
-¡Pelea canalla, esto es un duelo!- respondió el de los harapos.
-¡Qué va…!- dijo el hombre del sombrero, pero no desenvainó
               Con la voz de “en guardia” se dio por comenzada la pelea.
- ¡Sois valiente no usar tu florete, pero, ja, cuan iluso al querer enfrentar al mío con tan solo los puños!- dijo el vagabundo dando la primera estocada.
- ¡Idiota, no sabes lo que dices!- respondió el gentilhombre luego de esquivar el golpe.
               Estocada va, estocada viene, ambos contendientes quedaron llenos de pinchaduras pero sin corte alguno, hasta que por fin la muchacha habló:
-¡Deténganse tontos, no se dan cuenta que están peleando con alfileres! ¡Podrían estar así todo el día y ninguno caería!- y al decir esto, distrajo a su marido.
No sé si por consciencia o no, el vagabundo lanzó una estocada fuerte al hombro de éste.
-¡Ouch!- dijo el caballero llenándose de ira.
-¡En el amor, en la guerra, en el duelo todo se vale mi estimado!- respondió el loco.
               El otro sacó su florete, y cuando se volvió para enfrentar al vagabundo hízole un corte que lo alcanzó en el pecho.
               La muchacha emitió un grito espantoso.
-¡Cómo te atreves a lastimarlo de ese modo!- dijo y fue en busca del moribundo.
- ¿Se encuentra bien mossieu, lo lastimó?-
- No niña, estoy muriendo…- dijo el vagabundo.
-Solo permítame decirle a mi rival que es un cobarde, y así moriré contento, ¡oh…!
La muchacha volvió donde el caballero y llorando le golpeteo el pecho.
- ¡Por qué has hecho esto, solo era un enfermo!- le dijo
- ¡Pero Florinda, no tenía otra opción… no corras Florinda, no te vayas…!
Solo quedó el cadáver en el suelo.

II

               A unas pocas cuadras de allí, para la salida del teatro, otro gentilhombre se encontraba conversando con otra damisela. Era el momento perfecto para que se enamorasen; parecía que nada podía llegar a interponerse entre ellos.
- Ay- dijo el muerto- se me ha reventado la cena. Hay salsa de tomate por doquier.
-Éste es el momento en que cuento hasta tres y revivo, como un fénix-
-¡Pobre hombre!- dijo la muchacha.
-¿Cuál?- preguntó el muchacho.
En eso, oyeron una cancioncilla: “Como quieres que te quiera,  sirena, si al que quiero que me quiera, no me quiere como quiero que me quiera…

                               
              




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