Una tarde
que pasaba por allí, decidí irme a confesar. Hacía mucho que no iba a la
iglesia. Me sorprendió encontrar en el cartel de bienvenida la siguiente
leyenda: “Templo equipado con confesor
automático”.
Cuando
saludé en dirección al sagrario, me sonaron las rodillas.
-¡La pucha que estoy oxidado para estas cosas!-
pensé, pero la idea de que me iba a confesar me dio ánimos de cambio de aceite.
Otra de las cosas que me llamó la atención fue que justo antes de doblar la
esquina, había un cartelito, al mejor estilo taxi, que decía: “Libre”.
-Pucha…- pensé - cómo cambian las
cosas.
A través de
la puerta de vidrio ví una luz que aparentemente andaba mal porque titilaba;
una especie de humo y que no había nadie salvo el cura a oscuras.
Recuerdo haber tomado coraje y haber abierto
la puerta. En ese momento, la sala se iluminó por completo y pude ver (para
sorpresa mía) que en vez de un sacerdote lo que había allí, era una máquina
rectangular a la manera de un fichín
de las viejas salas de videojuegos de mi infancia. El humo me llegaba a los
tobillos.
Miré
para todos lados, para cerciorarme de que nadie me estuviera jugando una broma;
estaba completamente solo.
-Qué va a ser…- me dije- y me propuse
dejarme llevar.
En
la pantalla se alternaban imágenes de curas, palomas blancas, feligreses de
rodillas, crucifijos, monjas de hábito, y antiguos papas. Mientras tanto, se
escuchaba una musiquita de cajita musical. Y arriba el nombre de todo aquello:
“Confesor 2000”.
Ni
bien terminó la musiquita, en la pantalla apareció la inscripción “Insert coin”
a la que accedí tirándole por la ranura un moneda de 25 centavos.
-Insert coin- repitió la máquina.
Saqué la billetera. Del bolsillo con cierre tomé otra moneda de 25, y la
inserté.
-INSERT COIN!- repitió la máquina, por
lo que tuve que buscar esta vez una de 50.
Cuando cayó,
se iluminó el botón de “start” que, haciendo una analogía con los viejos
fichines de los jueguitos, apreté.
-Por favor- me dijo una voz suave y
española-póngase de rodillas y junte sus manos para poder empezar con la
confesión-
Hipnotizado
por el muñequito de la pantalla que me mostraba cómo hacerlo, me puse de
rodillas. En ese momento apareció en pantalla la imagen de un cura bonachón
haciendo la señal de la cruz.
-Pregunta número uno:- dijo, y emitió una musiquita de clarinete -¿Hace
cuánto que no te confiesas, hijo?-
-No me confieso desde que era un niño-
respondí yo.
-Ok- respondió el confesor- Ahora
dígame sus pecados.
-Bueno vea padre (qué raro me sentí
cuando dije eso) he cometido muchos errores desde mi última confesión. He
faltado a misa, he insultado a la gente y me he peleado con ella. Dije muchas
mentiras, como todo el mundo, vio…
-Respueta procesada- dijo la máquina-
¿algo más?.
-Si padre (ya me estaba habituando a aquello). Engañé a mi esposa.
-Disculpe, su respueta no ha podido
ser procesada-dijo- Por favor, repítala en voz alta.
-¡¡¡QUE ENGAÑÉ A MI ESPOSA CON OTRA
MINA 20 AÑOS MÁS JOVEN QUE ELLA!!!- grité, y, debido al murmullo que se escuchó
afuera, sospecho que el mensaje salió por los altos parlantes de la iglesia.
De
repente la voz de la máquina cambio a la de una máquina contestadora:
-Disculpe- dijo- hubo un falla técnica
por la cual su pecado no ha podido ser procesado, vuelva a intentar más tarde…
su penitencia son: Un/ Padrenuestros/ Y/ Dos/ Avemarías. Sus pecados han sigo
grabados para su seguridad y la de todos.
A
continuación, regresó la imagen del cura. Ahora imponía su mano como dando la
bendición; una paloma blanca, una fuerte luz, para terminar con la leyenda:
“Tus pecados te son perdonados, podéis ir en paz….”
-Por favor, retire su ticket de
penitencias- dijo una voz de
contestadora. Luego se disparó un flash proveniente de una cámara fotográfica
instantánea, que tomó el más tonto de mis rostros (como pude comprobar más
tarde). Apareció un ranking de santidad, la info de las monedas del mundo y la
voz preguntó si deseaba hacer otra operación.
-No- marqué en la pantalla.
-Que Dios lo bendiga- dijo el cura. Empezó
una cuenta regresiva, y para cuando salí oí el rotundo: “Game over”.
Por la cara
con que me miraron los feligreses presentes, comprobé lo del desperfecto
técnico. Quizás estaban rezándole a San Cara Caracú. Por mi parte tomé mi
ticket de penitencias, y me fui en paz como me había dicho la máquina.
-Qué va ser…-pensé- es el siglo XXI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":