El
paciente, se presentó en el consultorio el día martes. Había sido derivado
desde el gabinete psicológico del hospital. Otro que somatiza en contra de su
nariz, pensé, y hasta le hice una broma al enfermero de turno acerca del
asunto.
Lo hice pasar, y me pareció un tipo
normal, de buen semblante, buen porte, callado. Parecía estar completamente
sano.
-Cómo le
va, Hernández?- le pregunté
-No muy
bien doc…- me dijo.
-Dígame,
que lo trae por aquí?.
-Carnes
crecidas doctor.
-Muy bien,
vamos a ver…
Le revisé la garganta, pero no pude
encontrar ninguna irregularidad de la que alarmarse, sólo un poco de
irritación.
-Usted está
completamente sano, hombre- le dije- fuma, toma alcohol, o café?
-No, nada
de eso.
-Esto es lo
que vamos a hacer, le voy a dar unas pastillas para que tome…
-Pero es en
la nariz, doctor.
-Cómo dijo?
-Que el
problema es en la nariz.
-A ver,
déjeme ver…
Le revisé la nariz con la pinza y el
espejo, pero no tenía nada. Le pregunté si de noche roncaba o tenía abneas.
-De noche
no puedo respirar…-me dijo-
A esta respuesta me reí. Le expliqué
que las carnes crecidas en realidad, no estaban en la nariz, sino en la
garganta. Que todo el problema estaba en su cabecita, que lo devolvería a la
atención terapéutica.
El paciente, pareció comprender la
explicación. Se mostraba satisfecho con la consulta.
-Y mis
pastillas?- me preguntó.
-Vaya, vaya
nomás, que es mejor que siga así antes de tener que vivir de pastillas.
-Pero doc.
Usted no entiende… mis carnes crecidas, en la nariz, de noche no puedo respirar…
Lo acompañé hasta la puerta, como
quien acompaña a un tonto hacia su perdición. Le sonreí, y le dí una palmada en
la espalda, Hernández quedó mirándome, cerré la puerta y realicé el papelerío
correspondiente. Después hice pasar al próximo paciente.
A la semana, recibí una nota del
gabinete psicológico. La misma decía: Querido doctor Giménez: por qué razón no
medicó al Sr. Hernández, acaso no vió aquello que tiene en la nariz? A mí me ha
mostrado, por eso lo derivé con Ud. Créame, que con la terapia no bastará para
solucionar su problema. Confío en que lo volverá a ver, Lic. Domínguez.
Inmediatamente, mandé una respuesta
con la secretaría.
Al
siguiente día, el Sr. Hernández, se presentó en mi consultorio sin turno, como
habíamos acordado.
En el chequeo noté que tenía un poco
de dura mucosidad en las cavidades nasales. Le pregunté si le dolía.
-Sí, mucho,
no me deja respirar bien.
Pensé que podía ser una infección
por picarse la nariz, por eso le pregunté.
-No, no
puedo, me duele muchísimo.- me dijo
Pensé en un tumor. Fingí
desvalorizar la cuestión, y le receté una medicación bastante fuerte.
-Me dijo
que no toma usted…
-No.
Le pedí que sacara un turno con la
secretaria, para con más tiempo, realizarle una endoscopía.
-Con las
pastillas se me irá el ahogo por las noches y el dolor por los días?-me
preguntó.
Le mentí, lo más probable es que
tuviéramos que operar. Generalmente, son tumores benignos que se forman en las
cavidades nasales, llamados Pólipos.
-Vamos a
hacer una cosa, Usted sacá turno conmigo para cuando pueda. Mientras tanto yo,
le voy a dejar mi teléfono para que me llame ante cualquier duda. Así lo vamos
monitoreando, está bien?
Asintió, esta vez no hizo ninguna
pregunta antes de que lo despachara.
Al día siguiente, recibí una nota de
agradecimiento del psicólogo. A la vez me preguntaba cuál sería su tratamiento,
si tenía que operar. Me comentaba que el paciente, se mostraba muy preocupado
por ese asunto, que con el correr de las sesiones estaba más afligido. Le mandé
a decir que sí, que lo vaya preparando, que era una operación simple, pero como
toda operación tenía su riesgo.
Una tarde, estaba en mi casa, recién
llegado del consultorio, cuando sonó el celular. Me llamaba un número privado.
Eso me disgustó, atendí. Era el Sr. Hernández.
-Cómo anda
de la naríz?-Le pregunté-.
-Muy mal-me
dijo- Las carnes crecidas han avanzado, me cuesta respirar aún de día. De noche
no quiero dormir por miedo a ahogarme. Por favor haga algo, estas pastillas que
me dio no sirven para nada, doctor!
Traté de tranquilizarlo, y le
pregunté si ya había hablado con el Licenciado Domínguez.
-No,
doctor. Domínguez se fue de vacaciones, me abandonó en mi dolor. Soy un hombre
sólo, si me llega a pasar algo no sé que voy a hacer. Solo cuento con usted!
- No se preocupe
hombre, venga cuando quiera al consultorio que hacemos la endoscopía, sin
turno, ok? También tiene tos parece…
-Sí, siento
como si las carnes crecidas ya estuvieran en mi garganta.
Debido a la tos, el paciente, no
pudo continuar con la conversación. Se me disculpe la banalidad, pero lo único que atiné a pensar es que por fín las abaneas estaban en su lugar...
El Sr. Hernández no vino a visitarme
el siguiente día, ni en el resto de la semana. Intenté telefonearlo, pero el
número estaba fuera de servicio. Mandé una nota al psicólogo, que había vuelto
de sus vacaciones, pero no sabía nada de él.
Por las noches empecé a tener sueños extraños
con las carnes crecidas. Estaban en mi nariz en forma de dientes cuadrados, o
dolorosos. Intentaba sacármelas con el dedo, pero me dolían, eran parte de mi
carne. Soñaba con carnes crecidas, en la nariz, en la boca, en los ojos, esa
horrenda trama que se repetía en los tumores. No podía respirar, a fuerza de
dedo me hacía un espacio entre las paredes superiores, donde estaba pegada la
carne, para dejar pasar el aire masoquisticamente vital. Me levantaba corriendo
hacia el espejo y me miraba. Nada. Sólo tenía mucosidad blanda.
Una mañana llegué al consultorio, y encontré
que el endoscopio estaba encendido. Me sorprendió, porque yo era el único capacitado
en la clínica para utilizarlo. Pensé en el enfermero. La guía estaba sucia, con
una materia semiblanda que parecía ser pedazos de dura mucosidad.
Consulté el historial de la máquina, y allí
estaban. Eran las carnes crecidas del paciente. Carnes crecidas en la nariz,
formas poligonales o dolorosas, llenas de vasos sanguíneos a la vista, carnes
crecidas en la boca, carnes crecidas enquísticamente en los ojos, en las
orejas, carnes crecidas debajo de las axilas y en cada remota concavidad del
cuerpo humano.
Me descompuse en el cesto. Por tal
motivo, me dieron parte médico por una
semana, y me recetaron terapia.
Desde ese momento, empecé a tener una obsesión
con las carnes crecidas. Las veía en todas partes, en los árboles, en las
paloma, en los dedos, en las mujeres rellenas, en las pelotas de squash, en las
narices, en los ojos, en las esculturas ecuestres, en el sol, en los extraños,
en el televisor… el hospital se había convertido en una gran carne crecida, de
empleados como vasos sanguíneos, y la gente que se habría paso entre la
mucosidad masoquísticamente vital, como el aire.
Me ahogaba seguido, ya no solo de
noche. Domínguez me mandó a un control de otorrinolaringología. El médico dijo
que no era nada, que todo era psicológico. No volví por largo tiempo al
hospital. El terapeuta me dijo que necesitaba vacaciones.
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