Un mimo en patines que saluda a la cámara
haciendo una figura mientras un oso de felpa y patines lo persigue de la mejor
manera posible. Yo mirándolas, y pensar que en el breve instante que pasó
divagué por tantas cosas: como que el tiempo corre hacia atrás y me obliga a
rescribir lo escrito en el futuro que fue ayer o que el sol saldrá por el oeste.
El solo pensar la cantidad de temas que tengo que abordar me ataca los nervios.
Mi compañero de asiento echa un chiflido
a las patinadoras cuasisacándome el oido. Lo insulto pero está eufórico, una
euforia contagiosa motivo de que ahora yo también le gritara a la muchacha que
era una diosa. Qué bárbaro, lo hombres tomamos lo elevado e inalcanzable como
dioses, por lo que un hombre con tan poca experiencia sexual como yo (y
seguramente también el de al lado) tiene de diosa a la mujer bella; ojo que una
fea tampoco no me vendría mal, la fealdad muta como los filtros para café
expreso.
La mimo pasa cerca de las gradas en
que estoy sentado y me lanza una mirada. Soy yo o las minas son de hacer ese
tipo de cosas para conquistar. Miro alrededor de las treinta personas que somos
en este lugar, más o menos la cuarta parte son apuestos; eso hace una
probabilidad de… La macana es que el que tiene que dar el primer paso siempre
es el hombre, arriesgándose a caer en un malentendido, en un rechazo
injustificado o hasta en una conquista. No sé qué es peor; pero también hay que
decir que existen valientes que van al frente, y que reman contra todo un
sentido común y una filosofía de “miralo que viene sólo”. Lamentablemente
ninguna valiente tiene mi teléfono, un teléfono que viene a acortar las
distancias y a alargar la indiferencia. Aparato de mierda, nunca me va a llegar
un mensaje de alguna cita con la plata que le meto a esa porquería. El tiempo
corre hacia atrás y yo tendré que explicarles a todos que ayer tener un celular
significaba estar preso… qué imberbes.
La osa de felpa casi se pega un
porrazo en una figura un tanto inapropiada para su vestuario en un gimnasio que
no entiende de secura. La gente se piensa que teniendo piso de parqué va a
solucionar las filtraciones del techo; que dicho sea de paso si tuviera una
acompañante se estaría mojado porque entre la siguiente persona y yo hay un
espacio destinado a una gotera. Y cuando todos se callan se vuelve una tortura
china.
Me miró otra vez y ya está. Esa
mirada me hizo aflorar desde lo más profundo de mi bilis intestinal lo que
siento por esa mina. Esa cara que me hizo me recuerda a la cara de la mismísima
bondad, y me dice ven sígueme, y me dice que los nobles no saben lo que es el amor, me dice que la deseo
porque antes deseé a mi madre, me dice que perdí la libertad porque alguna vez
la tuve, y me dice que el niño es el centro de la pedagogía. “Dicen que la mimo
es muda” me dijo la señora gorda del sombrero y el trajecito que se sienta del
otro lado de Don gotera “pobrecita, tan talentosa que es”. “Y qué me dice del
oso, ¿será el novio?”. “Si es el novio nene la ama mucho porque se deja
llevar…” Parece que todos en este club leyeron a Sartre, la puta que lo parió.
En efecto, la mimo estaba haciendo
una pared imaginaria que el oso no vio a través de su boca de mediasombra que
eran sus ojos, dejándolo sin otro agarre que el piso. El golpe sonó en todo el
gimnasio y a la señora gorda se le voló el sombrero del asombro. Después sonó
“Show must go on” y entró el siguiente número. Por entre los enfermeros pude
ver que en realidad el oso era una mujer de pelo largo (vieja de mierda…).
Con el solo de guitarra de Brian May
y los gemidos de Mercury, me encaminé a toda marcha hacia los vestuarios de
mujeres. “¿Adónde crees que vas hombre? me dijo el policía. Le expliqué que era
el hermano del oso que en realidad era osa. Me dejó pasar hasta el vestíbulo y
me dijo que allí esperara. El corazón me latía con una fuerza tal que no podía
controlarme; las paredes empezaron a temblar y casi se produce un sismo en el
edificio.
La mimo ya sin maquillaje y vestida
con la campera de su equipo de patín, apareció por entré una neblina de vapor
de agua. “Hola” le dije, no me respondió. La seguí a través del largo pasillo
explicándole quién era y qué hacía allí. Se estaba yendo en su bicicleta. “La
verdad es que te quiero y aunque no creo en el amor para toda la vida, quiero quererte
hasta que me quede vencido” le dije. La piba se dio vuelta y pronunció una palabra
que no llegué a entender… Mañana me lo volverá a decir, pero como el tiempo
corre hacia atrás, mañana ya es pasado.