El creador ha montado la obra de arte perfecta, la crítica la ha celebrado, los personajes son vívidos, su psicología elaboradísima: "parece que sufrieran en serio". La historia es sólida, dura como la vida de los que viajan en el tren ¡Y la escenografía, qué belleza! Una formación sobre férreas vías -Locomotora-vagones-furgón-, que se desplazan peor que las de carne y hueso.
La obra comienza con el tren en movimiento, cuando de repente el viento trae la piedra de un niño que alcanza en la crisma a un pobre viajero y arriba no hay médico.
En la siguiente estación suben los obreros, y como mañana es franco dialogan sobre el vino sin nombrarlo, al tiempo que echan a suertes su libertad al cincuenta y al cien por ciento.
Luego sube la protagonista galardonada por sus papeles en: "El Sol", "La Flor", y "La Luz misma", quien cura al lesionado, cura a los embriagados, cura al cura y vuelve a curar, cura al de la honda también -curó incluso a este crítico de la maldad, de la embriaguez, de la esclavitud que llevaba dentro-.
El público se pondrá de pie, aplausos, gritos y silbos invadirán la sala. Y el del piedrazo en la sapiencia mostrará cuan real resultó ser su sangre.
"El odio a los trenes", que así se llama la obra.
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"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
solo te pido que mi espacio llenes con tu luz":