viernes, 29 de octubre de 2010

Especie de engendro


               Cuando ya estaba por resolver ese problema que tanto me aquejaba, me vi rodeado de murallas de ladrillo y aturdido por el ruido de bombas y fusiles. Veía la acción desde un plano medio, por un lado el ejército de las cruces y por el otro los hombres de turbantes y cimitarras. Yo, al parecer, pertenecía a estos últimos debido a mi ropaje.
                Llevaba una cuba con agua, a la que había dejado a un costado por miedo a un estruendo, producido cerca de donde yo estaba. Me estaba tapando los oídos, agazapado, como queriendo meter mi cabeza entre mis rodillas, cuando por fin escuché que el comandante me decía:
_¡ Hey tu, traidor, qué esperás, qué el agua del rio llegue hasta el mar, trae esa cuba pa´ ca, que el cañon tiene sed!_
                Dudé de lo que me decía el general y temí por mi vida, pero otro estruendo me hizo salir disparado como si fuera una bala de los fusiles que se oían a mi alrededor.
_ ¡Por fin, mocoso!_
                Ahora me acurrucaba a un lado del cañon, junto con otros turbantes. Estos hombres estaban muertos de sed, pero el comandante insitió que el agua era para el cañon, que estaba muy caliente.
_ ¡Aguántense, dicen que el agua de Jerusalen es la más fresca del mundo, ja ja!
                Después escuché el ruido del agua que hervía sobre el cañon y la voz de cargarlo inmediatamente.
                El proyectil vino de mano en mano, desde una fila de hombres que, despatarrados, parecían estar rezándole a Alá. El rezo terminaba al tocar la bala. Recuerdo haber hecho lo mismo.
_¡Disparen!_
_¡Lailaha ilalah!_ (1)
                Un bum fortísimo se oyó, y con él el desplomarse de un muro. Recuerdo que en medio de la confusión del impacto y el humo me pregunté por qué había fusiles y bombas en una guerra santa, si supuestamente eso había ocurrido muchísimo tiempo atrás. Luego hubo un grito unísono, como son los gritos de guerra; y la ciudad fue situada.
                Recuerdo que de la torre más alta del castillo, trajeron a una doncella y se la ofrecieron al comandante.
_¡Esta noche, al más chico de entre nosotros, al traidor!_
                Lo hombres me empujaron al centro donde estaba ella, y pedían que la besase. Mas yo preferí tomarla de la mano y llevarla a otro lado.
                Cuando volví en razón, me arropé un poco más y me volví a preguntar si ese era realmente el problema;  para cuando iba a decir que sí, me vi a mi mismo en un traje de etiqueta negro y con un moñó banco, peinado a la gomina para un costado. Era el casamiento de la tía Cata, la hermana del abuelo por parte de madre. La novia estaba refulgente, los cabellos castaños , la tez suave, la figura sensual. Creo que no había ningún hombre en la iglesia que no le diera un tiro a la vieja.
                El marido era un muñeco de torta. Un James Bon, que cuando me miraba sonreía y me guiñaba un ojo como si conociera, y a todos le hacía lo mismo. Es por eso que las viejas de atrás dijeron:
                _¡Parece que tiene un tic en el ojo, pobre cata, otro nervioso en la familia!
                _¡Y bueno querida si no se pone nervioso ahora que va a casarse cuando querés que se ponga nervioso…!_
                Todo ese murmullo terminó con el chistido de mi madre y el comentario de que por qué esas viejas no se iban a chismorrear a sus covachas.
                Ella, también lucia preciosa, y yo con mis 13 años tras no sabía qué se debía hacer en la iglesia, no me desprendía de sus polleras.
                _Mirá ahora va a decir que si…
                _Si, nena como no vas a decir que si con semejante churro_
                Y dieron el sí, y ahora no eran solo las viejas las que gritaban y comentaban sino todo el mundo. Mi hermano, vestido igual a mí, intentó chiflar metiéndose los dedos en la boca pero no le salió, y los novios se dieron el beso final.
                Al pasar el tiempo, alguien quedó gritando más de lo normal, por lo que todo el mundo giró hacia él que estaba en la parte de atrás.
                Supuestamente el pibe se mostraba como el legítimo prometido de la tía, y renegaba de la unión. Recuerdo que mi abuelo lo sacó carpiendo pa´ la casa.
                _Ohh que bárbaro, qué ganas de venir a arruinar una ceremonia tan linda como esta, que barbaridad_
                _ Ahh, ¿sabés quien es?, Juancito el hijo del panadero, ahh si, siempre estuvo loco por Catalina, pero es una criatura comparada con ella… ¿pero qué pasa el cura se va? Si, se va mirá, parece que se cancela la boda_
                Otro chistido de mi madre hizo callar a las viejas chusmas, que ahora gritaban entre el lio general. Y cuando las calló, me sentí más a gusto, y pensé si realmente el consejo del psicoanalista no era la solución a aquello. El Eros y la pulsión de muerte existen, puede ser.
                Entonces me encontré a mi mismo abandonado por mi padre y mi madre, más por mi padre que por mi madre que no me quería dejar.
_ ¡No seas testaruda querida, ese niño es nuestra ruina; no te atrevas a dudar de Delfos!_
 Y como ella no me quería dejar, mi padre me mandó a matar, mas ella se apiadó del indefenso fruto de su vientre y me encomendó  a la señora que limpiaba en casa.
_ ¿A dónde fuiste Juanita, a juntar la ropa? Ahh, sí, parece que no lloverá_
                El punto es que mi madre, me entregaba a Juanita que aparecía en escena, me llevaba y me colgaba de los pies, junto con la ropa mojada, del tendedero. Y se me hincharon los pies y me dolían y de ahí que un peón me encontrará y me pusiera Edipo.
                No recuerdo bien la etapa que corresponde a mi niñez; pasó como una serie de imágenes en las que me criaba en el seno de una familia bien. Lo que sí recuerdo es que los compañeros del colegio hacían correr la bolilla de cosas que no entendía sobre mí. Y que eso me llevaba a preguntarle a mi madre y como no me quería responder, a preguntármelo a mí.
                A tiempo me vi errando por las calles de Grecia hasta que vi que de un pueblo allá lejos, no muy lejos, salía humo. Mi corazón se enamoró perdidamente de aquel lugar, y quiso estar allí inmediatamente. Y para llevarlo a cabo tenía que pasar por alto a un tal Layo, que me impedía el paso.
_ ¿A dónde vas extraño? te advierto que no vayas en esa dirección, y si lo haces, hazlo sobre mi cadáver_
 Y lo hice a un lado y cuando me volví a mirar yacía muerto en el piso.
                Me di cuenta que el problema de todo aquello era una bestia infernal que arrasaba la ciudad. Ver esto me hizo enfadar mucho, por lo que tomando lo primero que se me venía a las manos la enfrenté en un mano a mano.
                Esa cosa infernal, me hizo dos preguntas. La primera: qué era la noche y el día y la segunda, qué era el hombre. Yo le respondí que así no era la historia, que esas eran las respuestas a las preguntas; y además que qué sabía yo. La Esfinge, que así se llamaba, se quedó muda y escapó de allí como rata por tirante.
                Los Tebanos, que así se llamaban los de ese lugar, estaban contentísimos con mi victoria. Tanto que destinaron el resto del año a la fiesta y me obligaron a casarme con su reina. Algunos que me conocían, me delataban por haber matado al rey, pero nadie les daba bolillas, lo que es más, los hacían callar.
                Y cuando me presentaron a la reina, tenía la cara de mi madre, y yo me quise matar. Y allí me acordé del viejo oráculo de Delfos, y que tenía razón. Cuando le conté eso a la reina, que era mi madre, se quitó la vida y yo pasé por una etapa de profunda angustia, que terminó con todo lo que tenía a mi alrededor en sombras y tranquilidad y a preguntarme a mí mismo si me había muerto.
                Para ese momento ya no me acordaba de cuál era el problema a que venía todo esto, sino solo la conjetura a la que había llegado. La misma decía que definitivamente iba a hacer ejercicio tres veces por semana en el club Mayo de La Plata. Y tanta oscuridad me hizo colocarme en el lugar de un basquetbolista profesional.
                Por alguna razón todos los miembros del otro equipo eran negros, mas en mi equipo solo quedaba yo en cancha, porque los demás, por h o por b, habían tenido que abandonar el campo de juego.
                Había allí entre nosotros una voz inaguantable que relataba hasta el más mínimo detalle del partido. Y ésta decía:
_ Qué paliza señoras y señores, de La Selección solo queda Plá, en cancha, mas los otros están dándo un show a la romana_
                “Si, parece que los leones de los otros están jugando con la comida… Hijo de puta. Vení y jugá vos.”
                Y en eso miró el tablero y se había tildado, y con él los jugadores. Mas la voz no se callaba y seguía todas mis acciones con su entrenada dicción.
_ Y  Plá viene, y Plá va, y Plá anota, y los otros parecen estar pintados en la cancha…_
                En ese momento, me levanté todo transpirado, balbucié algo y me destapé. Cuando volví al amparo de las sábanas, me encontré con que el otro equipo había reaccionado y el partido estaba empatado faltando cinco segundos para el final.
                No sé por qué mis orejas me ardían y se me habían vuelto largas y flacas como las de un conejo. Tampoco sé por qué me sentía tan cansado, ni porque me temblaban las piernas. Bueno, esto último era efectivamente por el miedo.
                El árbitro me dio la pelota y me dijo que jugara. No tenía a quien pasársela y los otros eran molinos de viento al lado mío. Y el comentarista que no callaba:
_ Es la última posesión, en la que Plá solo podría conseguir el triunfo dejando la vida…_
                Y que Plá esto, y que Plá lo otro, y que solo tenía una oportunidad. Así que enojado, nervioso, tenso como estaba tomé el balón y corrí y corrí. Y aunque mis pies se volvieron de plomo y casi no los podía mover seguí haciendo el esfuerzo. Y el moreno del otro equipo que me corría de atrás y yo que no avanzaba. Cada vez estaba más cerca de mí, y  ya casi me robaba la pelota, por tanto, con un último suspiro, armé un tiró y disparé.
                La pelota salió sin parábola y quemó las redes. Sentí como si me abriera por el trasero y en ese momento expiré.

(1)"No hay otro Dios que Alá" Gracias Cristian Cirigliano por el dato (www.cristiancirigliano.blogspot.com)

domingo, 24 de octubre de 2010

Usted también puede escribir una opera prima



I
El primer paso es vivir
Salir un sábado a la noche
Observar mucho
Y vedar por su vida
Terminado esto
Hay que volver a casa
Y no echarse a dormir
Sentar el culo
Y escribir

II
El segundo paso
Como se ha dicho
Es escribir
Comentar la noche
Mientras más despecho
Más para escribir
Mientras más agravio
Más para desahogar

III
Tercer paso
No corregir un carajo
No tocar, no releer
Dejar todo como está
En este paso los críticos
No tienen free-pass
(tampoco nosotros
En el boliche)

IV
El cuarto serán ofensas
A la razón (sin razón)
Pura de la mujer
Se explicitarán insultos
Como chorra, puta
Y la re mil que te pario…
Sin olvidar que con damas
Se está tratando…

V
El último paso
Pero no el peor
Es una alabanza a Bukowski
Es matar el leiv-motiv
Y algún que otro personaje
(secundario)
Meter el pen-drive
Guardar la chota
Y esperar a que un gil
De los que lo rodean
Le comente en facebook
Blogger, twitter
Por el amor de Dios…

domingo, 10 de octubre de 2010

Hipotermia




Gervasio es un pobre hombre que como ya se ha dicho, vive en la calle y por las noches duerme a la intemperie. Las gentes estaban muy ocupadas en sus discusiones como para restarle algunas palabras a sus retóricas y dedicarle un momento de servicio a este pobre infeliz:
_Un poco de pan por caridad…_
Gervasio no siempre fue un linyera. Antes tenía trabajo en el ferrocarril, pero uno se pone viejo y las maquinas automáticas y las empresas privatizadas y uno ya no sirve para nada. De aquellos buenos tiempos se puede decir que casi no queda nada, pero Gervasio es una excepción, Gervasio conserva una perra llamada Lola.
Lola siempre se había caracterizado por la fidelidad para con su amo, pero en estos últimos tiempos se había puesto bastante desobediente. Su dueño la había dejado estar, y Lola, a pesar de haber sido advertida por el susodicho de sus juntas, hizo oídos sordos al asunto y se siguió juntando con un grupo de perros callejeros que hacían llamarse “La Jauría”.
La jauría era toda la mierda de perro que había suelta por la ciudad, hecha una masa amorfa que respondía a un tal Puto. Y con mierda de perro no me refiero a la raza, porque justamente en Jauría había también dálmatas, dobermans, perros policía, y labradores entre otros pedigríes.
Y justo esa noche hizo una helada que por poco nevaba. Hacía rato que los bondis pasaban cada tanto y ya todo era calma en la ciudad de… que como toda ciudad nunca duerme. ¡Y cómo van a dormir a la intemperie con sabe Dios cuántos grados bajo cero de temperatura! eso se lo reservan a linyeras como Gervasio.
Como un bondi fuera de servicio se había acabado su último cigarro, y ya acostado “por confiao y por ser créido…” no tenía ningún fueguito. Solo contaba con el aliento para calentarse un poco las manos heladas.
Y para colmo Lola, que en antes se abría acurrucado a él para darle calor, había tomado la costumbre de irse por ahí con la Jauría a vaguear por las calles de la ciudad.
_Perra ´e mierda…_
“La hora fría que precede a la mañana” empezó, y con su llegada se fue la vida de Gervasio, el linyera.
Y con la resaca de la mañana volvió la Jauría al barrio y con ella su voz, Puto:
_ A ver Lola si sos fiel a la gilada, comete un pedazo de tu dueño…_
Lola, que apenas podía mantenerse en pie, se negó rotundamente. El alcohol no le dejaba entender todavía que su amo había muerto de hipotermia.
_¡Vas a ir en contra de la ley de la calle!_
Lola afirmó, pensando que todo ellos era una broma y que su dueño solo dormía, pero los gruñidos de la jauría se hicieron sentir rápidamente.
_¡Comete al fiambre...!
Lola temiendo por su vida, empezó por comerle un dedo de la mano, esa mano que en antes le había dado de comer. Y luego la imitaron la jauría y cuando no hubo más carne se repartieron los huesos, los mayor parte para Puto la otra para el resto. Lola no aceptó la suya.
Ese día el barrendero encontró sangre congelada en la calle… de la ciudad y denunció en la comisaría. Allí le dijeron que de seguro se habían estado peleando los perros de la Jauría por comida y que un poco de agua caliente seguramente haría más fácil el trabajo de quitarla del asfalto.