domingo, 9 de enero de 2011

El Aleph




Toda aquella maravilla indescriptible, la alcancé una mañana después de haber pasado la noche anterior en vela. Mi amigo Borges me había dicho que había visto algo parecido debajo de una escalera de una vieja casa, y que después de eso no pudo sacárselo de la cabeza. A mí me sucedió algo parecido (claro que no exactamente lo mismo).
               Aquello me tomó días y días. Ya había perdido toda esperanza de poder conseguirlo, lo que me hacía sentir una pena en el alma y un dolor agudo debajo del vientre. A pesar de ello sabía que cada uno de mis esfuerzos serían recompensados (en esta vida o en la otra) por algo más grande que yo (ya sea por la sociedad, Apolo, Dios, etc.)
               Mencione que aquello era realmente indescriptible… y no dudo de esa definición, pero intentaré dar algunos rasgos no desprovistos de una interpretación cultural a través del tiempo.
               Los antiguos, lo hubieran llamado (valga la redundancia) una maravilla, es decir una obra edilicia de grandes rasgos que representa el progreso y el orgullo de una civilización. Tal es así, que la rodearían de muros enormes, la proveerían de guardias que entregasen la vida por ella, la adornarían de oro y plata, celebrarían fiestas en su honor, etc. Y antes de que alguien derribe sus muros y se las arrebatase, ellos mimos la demolerían para que nadie más ostentara poseerla.
               Para los alquimistas sería el “ojo de pescado” más comúnmente conocida como piedra filosofal. Con la misma podrían convertir cualquier metal, ya sea bronce, cobre o hasta latón en oro. Imagínense lo que eso significaría: seguramente de formarían nuevos imperios capitalistas y quién sabe, quizás empecemos a ver en los cines películas Indias y no solo yanquis, o alguna que otra latinoamericana. Volviendo al tema, se condenaría a Mendeleiev y con él a todo manual de química (dejando en la calle a miles de farmacéuticos) y el mundo regresaría a su etapa medieval por ser ésta en la que la alquimia tuvo su arraigo. Por este motivo la calle se llenaría de farsantes todos mantenidos por una monarquía de descendencia divina (candidato a esto sería alguna vedette de moda o incluso alguna modelo ya retirada de las pasarelas). 
Los artistas, la denominarían la obra de arte, un obra de arte que está por sobre todas las demás. La misma sería a su tiempo obra y musa inspiradora de todo artista que ostente la gloria. Por ese motivo, engalanaría a su creador, llevándolo al nivel de la reencarnación del Demiurgo, un semidiós (aunque no deje de poseer los rasgos característicos de un hombre a ser: la fragilidad, las pasiones, las pulsiones, los impulsos de mediocridad, etc.) Para algunos credos sería un santo (el de la brocha o de la pluma o el altavoz, dependiendo de qué objeto tengan más a mano para vestir su imagen) Para otras sería el mesías; para otras motivo de otra guerra santa, etc.
Los masones la llamarían su más preciado secreto. Lo guardarían en un copón dentro de una bóveda que está dentro de otra bóveda, refugiadas ambas en un bunker ubicado las entrañas de una montaña. Su secreto les ayudaría a olvidar sus complicados rituales, y a darse cuenta que no se puede estar en misa y en la procesión al mismo tiempo. Eso los llevaría a aumentar su influencia mundial pero, como por los alquimistas, se volvería a la época medieval y como la historia no se repite serían tildados por brujos (por alcahuetes como quien escribe) y condenados a bailar la conga en el anfiteatro, que por supuesto se negarían ante tal humillación.
Para los caballeros del rey Arturo sería el santo grial; para los caballeros templarios, Tierra Santa; para los caballeros del Zodíaco la armadura de sagitario; para los deportistas, la medalla de oro; para un niño su madre o su padre (ver Freud; 1945); para un supersticioso, el destino;  para un agente de bolsa, la suba de las acciones; para un médico, un franco, para un político, la cancillería; para un escritor, la posteridad, para un monje budista, el nirvana; para un rolinga, un recital de los Roling Stone; para un rastafari, una tuca de Bob Marley; para un gay, la aceptación social, y así la lista sigue interminablemente…
Como les iba diciendo, aquello que para otros sería lo máximo, a diferencia de muchos de ellos lo pude alcanzar (y vivir para contarlo). Y eso después de haber recorrido muchos caminos y probado muchas aguas…
Esa mañana justo había recibido una llamada de mi viejo amigo Borges, en la que intercambiamos algunas palabras. Después de colgar, cansado de tanto trasnochar, me había sentado en posición de pensador y ansiado aquello con todas mis fuerzas. Es por eso que al ponerme de pie y darme la vuelta para inspeccionar exclamé:

_¡Pero mirá qué pedazo de mierda…!_