Toda aquella maravilla indescriptible,
la alcancé una mañana después de haber pasado la noche anterior en vela. Mi
amigo Borges me había dicho que había visto algo parecido debajo de una
escalera de una vieja casa, y que después de eso no pudo sacárselo de la
cabeza. A mí me sucedió algo parecido (claro que no exactamente lo mismo).
Aquello me tomó días y días. Ya había
perdido toda esperanza de poder conseguirlo, lo que me hacía sentir una pena en
el alma y un dolor agudo debajo del vientre. A pesar de ello sabía que cada uno
de mis esfuerzos serían recompensados (en esta vida o en la otra) por algo más
grande que yo (ya sea por la sociedad, Apolo, Dios, etc.)
Mencione
que aquello era realmente indescriptible… y no dudo de esa definición, pero intentaré
dar algunos rasgos no desprovistos de una interpretación cultural a través del
tiempo.
Los
antiguos, lo hubieran llamado (valga la redundancia) una maravilla, es decir
una obra edilicia de grandes rasgos que representa el progreso y el orgullo de
una civilización. Tal es así, que la rodearían de muros enormes, la proveerían
de guardias que entregasen la vida por ella, la adornarían de oro y plata,
celebrarían fiestas en su honor, etc. Y antes de que alguien derribe sus muros
y se las arrebatase, ellos mimos la demolerían para que nadie más ostentara
poseerla.
Para
los alquimistas sería el “ojo de pescado” más comúnmente conocida como piedra
filosofal. Con la misma podrían convertir cualquier metal, ya sea bronce, cobre
o hasta latón en oro. Imagínense lo que eso significaría: seguramente de
formarían nuevos imperios capitalistas y quién sabe, quizás empecemos a ver en
los cines películas Indias y no solo yanquis, o alguna que otra
latinoamericana. Volviendo al tema, se condenaría a Mendeleiev y con él a todo
manual de química (dejando en la calle a miles de farmacéuticos) y el mundo
regresaría a su etapa medieval por ser ésta en la que la alquimia tuvo su
arraigo. Por este motivo la calle se llenaría de farsantes todos mantenidos por
una monarquía de descendencia divina (candidato a esto sería alguna vedette de
moda o incluso alguna modelo ya retirada de las pasarelas).
Los
artistas, la denominarían la obra de
arte, un obra de arte que está por sobre todas las demás. La misma sería a su
tiempo obra y musa inspiradora de todo artista que ostente la gloria. Por ese
motivo, engalanaría a su creador, llevándolo al nivel de la reencarnación del
Demiurgo, un semidiós (aunque no deje de poseer los rasgos característicos de
un hombre a ser: la fragilidad, las pasiones, las pulsiones, los impulsos de
mediocridad, etc.) Para algunos credos sería un santo (el de la brocha o de la
pluma o el altavoz, dependiendo de qué objeto tengan más a mano para vestir su
imagen) Para otras sería el mesías; para otras motivo de otra guerra santa,
etc.
Los masones
la llamarían su más preciado secreto. Lo guardarían en un copón dentro de una
bóveda que está dentro de otra bóveda, refugiadas ambas en un bunker ubicado
las entrañas de una montaña. Su secreto les
ayudaría a olvidar sus complicados rituales, y a darse cuenta que no se puede
estar en misa y en la procesión al mismo tiempo. Eso los llevaría a aumentar su
influencia mundial pero, como por los alquimistas, se volvería a la época
medieval y como la historia no se repite serían tildados por brujos (por
alcahuetes como quien escribe) y condenados a bailar la conga en el anfiteatro,
que por supuesto se negarían ante tal humillación.
Para los
caballeros del rey Arturo sería el santo grial; para los caballeros templarios,
Tierra Santa; para los caballeros del Zodíaco la armadura de sagitario; para
los deportistas, la medalla de oro; para un niño su madre o su padre (ver Freud;
1945); para un supersticioso, el destino; para un agente de bolsa, la suba de las
acciones; para un médico, un franco, para un político, la cancillería; para un
escritor, la posteridad, para un monje budista, el nirvana; para un rolinga, un
recital de los Roling Stone; para un
rastafari, una tuca de Bob Marley; para un gay, la aceptación social, y así la lista
sigue interminablemente…
Como les
iba diciendo, aquello que para otros
sería lo máximo, a diferencia de muchos de ellos lo pude alcanzar (y vivir para
contarlo). Y eso después de haber recorrido muchos caminos y probado muchas
aguas…
Esa mañana
justo había recibido una llamada de mi viejo amigo Borges, en la que
intercambiamos algunas palabras. Después de colgar, cansado de tanto trasnochar,
me había sentado en posición de pensador y ansiado aquello con todas mis fuerzas. Es por eso que al ponerme de pie y
darme la vuelta para inspeccionar exclamé:
_¡Pero mirá qué pedazo de mierda…!_